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SEMANA CHILE

109 critora chilena con sus colaboraciones en las páginas de El Tiempo, tal como lo reseña Otto Morales Bení-tez, en su impresionante trabajo en tres tomos: Reca-dos de Gabriela Mistral. Gabriela no visitó nunca a Colombia, pero los escritores no necesitan recorrer físicamente los paisajes para ser parte de sus raíces más profundas. A través de la correspondencia con Santos y con intelectuales colombianos como Germán Arciniegas, León de Greiff y Enrique Santos, la autora vi-vió todos y cada uno de los acontecimientos de nuestro país, como si fueran ocurridos en el suyo. Se dolió con ellos (el 9 de abril) o celebró nuestros logros, así como también estu-dió la obra de autores nuestros como Amira de la Rosa o exaltó a quienes fueron los grandes pilares de la literatura colombiana del siglo XX: Rafael Maya, Baldomero Sanín Cano, Augustín Nieto Caballero. Y en este punto, se for-talecen mis coincidencias y el faro que para mí fue Gabriela desde mis primeros años. DE ‘TODAS ÍBAMOS A SER REINAS’ A LA GABRIELA DE LOS DERECHOS DE LA INFANCIA Y LAS MUJERES Mi madre, Mercedes White de Vieira, con una bella voz, solía recitarme el inmortal “Todas íbamos a ser reinas, de cuatro reinos sobre el mar. Rosalía con Ifigenia y Lucila con Soledad…”. Pero con el paso de los años, más que reinas, muchas queríamos ser de alguna manera, y guardadas to-das las proporciones, Gabriela. Para ello, la vida me dio algunas coincidencias: fue Ra-fael Maya, uno de los referentes vitales e intelectuales más importantes de mi adolescencia; fue Baldomero Sanín Cano, quien, en 1953, me dio con sus palabras el impulso necesario para continuar escribiendo; y qué decir de León de Greiff, que me recibió como una de las pocas mujeres invitadas a las tertulias de El Automático, o de Germán Arciniegas, con su generosa y erudita conversación en las tardes de Santa Eulalia con Enrique Uribe White. Los mismos referentes que eran proa para Gabriela de la nave intelectual y de pro-greso que para ella caracterizaba a Colombia. A medida que pasaban los años, la chilena cobraba para todos más y más estatura. Cómo no estar pendiente de to-dos y cada uno de sus pasos: de cómo lideraba la cruzada de los derechos de la infancia, de su compromiso con la integración de América Latina y su sentida urgencia de que tuviéramos una sola voz frente a organismos como Naciones Unidas, o su valerosa posición sobre los derechos y responsabilidades de las mujeres como protagonistas de cualquier signo de progreso: “Veo que caminan sobre la América vertiginosamente, tiempos en que ya no digo las mujeres, sino los niños también han de tener que hablar de política porque política vendrá a ser (perversa política), la entrega de riqueza de nuestros pueblos, el latifundista que impide una decorosa y salva-dora división del suelo; la escuela vieja que no da oficios al niño pobre y da al profesional a medias, su especialidad…”. Cultura Y en el sustrato de todo su potente accionar y pensar, por supuesto, su poesía. Indeleble en mi alma, el Nocturno de la Consumación: “Te olvidaste del rostro que hiciste en un valle a una oscura mujer; olvidaste entre todas tus formas mi alzadura de lento ciprés; cabras vivas, vicuñas doradas te cubrieron la triste y la fiel”. O Mis Libros, que recito de memoria y con frecuencia, al ver mis libros en mi biblioteca: “Libros, callados libros de las estanterías, vivos en su silencio, ardientes en su calma; libros, los que consuelan, terciopelos del alma, y que siendo tan tristes nos hacen la alegría!”. Sellando su relación con Colombia, amén de su prosa, Gabriela escribió el Nocturno de José Asunción Silva, que dedicó a Alfonso Reyes: “Una noche como esta noche de Circe llena, ésa sería la noche de José Asunción cuando a acabarse se tendía; … alumbrada por esa luna, barragana de gran falsía, que la locura hace plata como olivo o sabiduría; …. noche en que la divina hermana con la montaña se dormía, sin entender que los que aman se han de dormir viniendo el día: como esta noche que yo vivo la de José Asunción sería. Y cerrando mi propia relación con Gabriela, he de decir que así como ella no vino a Colombia, yo nunca he ido a Chile. Pero que mis lazos con este país se han visto siempre fortalecidos por diferentes circunstan-cias: mi esposo, el poeta José María Vivas Balcázar, fue agregado cultural de Colombia en ese país. Su poesía estuvo ampliamente influida por el largo mar de Chile y muy especialmente por Gabriela; así nuestra casa fue también la casa de la memoria y las palabras del país austral. Como si todo esto no fuera suficiente o qui-zá por ello, la vida me premió gracias a la labor de la embajada de Chile en Colombia y especialmente de su agregado cultural, Marcelo Dalmazzo, con la Orden Gabriela Mistral, en su más alto grado, que me impuso el presidente Lagos en su visita al país hace algunos años. “Poeta y educadora como Gabriela”, me dijo. Qué más podría yo pedir.


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