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SEMANA CHILE

AMOR POR SIEMPRE JUAN CARLOS BAYONA VARGAS Rector del Colegio Los Pinos de Bogotá. En el arte sucede que hay artistas no tan co-nocidos. O incluso muy poco conocidos. Y eso está bien. A lo mejor por decisiones propias o por circunstancias. Qué más da. Si hablamos, por ejemplo, de pintura en Colombia, la me-moria y la imaginación corren espontánea-mente a los nombres de Botero, Obregón y Grau. Más difícil es que alguien mencione a Luciano Jaramillo o a María Cristina Cortés. Pasa. Y no significa mayor cosa. Que alguien sea más o menos conocido significa simplemente eso y nada más. En poesía el nombre de Gonzalo Rojas es poco conocido. Para el gran público, se entiende. Si uno piensa en poesía chilena, Neruda, o la Gabriela, o Huidobro, vienen rápidamente. Gonzalo Rojas se demora más. Gonzalo Rojas se demora lo que haga falta. Nacido en 1917 en Lebo, pronto se haría profesor de Literatura en la Universidad de Concepción. Su vo-cación docente lo acompañaría los 94 años que estuvo en este mundo. Fue profesor en Estados Unidos, en Alemania, en Venezuela. Su voz, pausada y grave, era la de un maestro enamorado de su oficio. No es cierto que los poemas de amor se escriban únicamente a los 20 años, repetía. Y tenía toda la razón, porque, para él, el ejercicio de la poesía era como un acto genésico amatorio. La página en blanco, entonces, no es otra cosa que la posibilidad sexual de la escritura. Hijo dilecto de las vanguardias de principios del siglo pasado, las llevó a su combate personal de iluminado. “No soy Catulo ni Propercio pero digo mi Lesbia y a mi Cynthia como puedo. A lo que le aposté siempre fue a la peripecia del perdedor. Dicho en confianza, ¿cuándo no perdemos?”. Que lo-zana declaración, querido Rojas, en estos tiempos de tan-to Partenón de pacotilla, de tantas afugias por lo eterno. Lo premiaron muchas veces. Más de las que él mismo quizás imaginaba. Bien ganados todos ellos por supuesto, en especial el Premio Cervantes, en 2003. Pero no creo que fuera hombre de reflectores ni altavoces. La intimidad de los seres era lo suyo. La inminente caída en el vacío del cuerpo humano hacia los otros cuerpos humanos traslucidos por la poesía. Era una delicia oírlo hablar de todo donde ponía los ojos. Su voz llenaba de volumen las cosas que decía y las hacía encontrarse a todas en el regazo de la poesía. Es que le brotaba la forma de decir y de nombrar y de develar por un instante los misterios. “Mi poesía es aire”, declaraba. “Hay que leerla respirantemente. Echar a Píndaro por la nariz de modo que entre centelleante en la endolinfa de la oreja. Pero es ojo a la vez”. Lo recuerdo ahora, Gonzalo Rojas hablaba un poco como si estu-viera escribiendo. Leerlo es volver a oír su voz, la mis-ma voz que sigue diciendo: “¿Qué se ama cuando se ama, mi Dios: la luz terrible de la vida o la luz de la muerte?”. Sin ser conocido por las mayorías, el poeta Gonzalo Rojas dejó una obra premiada y grandiosa.  Gonzalo Rojas, poeta chileno. 113 Cultura


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