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SEMANA CHILE

EL FUTURO CHILOMBIANO Chile y Colombia se persiguen, se combinan y tal vez se parecen. Mirada de un escritor y periodista a quien en su vida se le cruzan los dos países. No soy el más indicado para escribir de la rela-ción entre Chile y Colombia. Digo esto por-que, sin bien soy chileno, hay un país del mun-do donde me conocen como colombiano. Estuve tentado de aclararlo cuando me encargaron escribir este artículo, pero algo me detuvo. Quizá, porque este es un buen momento y una buena tribuna para confesar mi engaño. Oficialmente, podría decir que somos dos países de Su-ramérica que no nos conocemos bien. Es decir, para un co-lombiano promedio, Chile aparece como un brumoso país indescifrable, perdido, frío, ordenado, conservador, cuyo gran mérito podría ser que está pegado a Argentina. Y si en alguna parte se admira a los futbolistas y actores y mú-sicos argentinos, además de Chile, es en Colombia. Desde el lado del chileno promedio, Colombia se ve como el país que muestran las noticias y las narconovelas y, ahora último, Netflix. Un lugar que, muy lentamente y gracias a la moda de viajar al extranjero, los chilenos han comenzado a descubrir en sus vacaciones: Cartagena de In-dias, San Andrés, Bogotá. Podría agregar que en los últimos años, la presen-cia de colombianos en Chile ha crecido como una nueva y sorpresiva moda. Las multinacionales instaladas en Santiago se derriten por los ejecutivos colombianos, que hablan el inglés con mejor acento y tienen muchos más viajes a Miami en el cuerpo. Pero, además de ejecutivos, han llegado médicos, empresarios, bailarinas, cantantes, stripers y todo tipo de buscavidas. De la costa, de la sierra, de donde sea. ‘Verraquera’ es una palabra común en el Santiago de hoy. En resumen, y siguiendo con el festín de generalidades, se podría decir que Chile y Colombia son dos países que recién, y tarde, se están conociendo. Se están descubriendo, como esos amores que siempre estuvieron cerca pero nun-ca se miraron. Por ser demasiado parecidos, quizás. * Como dije al principio, no soy el más indicado para escribir de la relación entre Chile y Colombia. Y eso ocu-rre porque, entre otras cosas, todavía no puedo descifrar si es Colombia la que me persigue, o soy yo el que persi-gue a Colombia. Escribo esto desde Palo Alto, en California, en una casa donde la cocina está llena de condimentos colombianos. Por el azar, que nunca termina siendo del todo casual, paso mi año de becario en la Universidad de Stanford en la misma casa que el año anterior ocupó Matilde Suescún. Ella es una actriz y periodista bogotana, hija del gran Nicolás Suescún, que me heredó la vivienda y un frasco lleno de café. Mi último libro se llama Una vuelta al tercer mundo, y tiene su origen en un correo que alguna vez me envió un colombiano, Daniel Samper Ospina, cuando me propuso viajar al espacio y publicar mi travesía a la estratósfera en una revista: SoHo. Hace tres noches, en San Francisco, pude bailar salsa estilo caleño gracias a lo que alguna vez aprendí de la fo-tógrafa María Elisa Duque. Y así, la lista se podría ir mul-tiplicando tan fácil. Esto no es casual. Es más, podría ser un nuevo juego. Nuestro nuevo juego de trivia personal: ¿Cuántas veces, sin notarlo, la vida de un chileno se cruza con la de un colombiano? ¿Cuántas veces al año un colom-biano se cruza con algo de Chile en el camino? En Colombia se conoce la estafa del ‘paquete chi-leno’. En Santiago se fuma chilombiana, la marihuana cultivada en Chile con semillas de la zona marimbera de Santa Marta. JUAN PABLO MENESES Escritor y periodista. IntroduccIón


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