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SEMANA CHILE

25 prendente Residencia en la tierra, en el que todo es extravío y soledad sin redención. Y más tarde en el Neruda político, referente en los años fragorosos de mi torpe militancia re-volucionaria. Y aunque me sedujeron sus cantos a la Améri-ca prehispánica con sus relieves y seres prístinos, me desen-cantaron sus loas a Stalin, a Mao, a sus amigos comunistas. Y más todavía, su fidelidad, muy acorde con la Guerra Fría, a ese partido en el cual él creyó como si fuera una panacea y terminó convertida, y así pasa con los partidos políticos, en una suerte de olla putrefacta. Después, yo ya era un poco más crecido, fueron Gonzalo Rojas y Nicanor Parra. El día y la noche de la poesía chilena. Les dejo a cada lector, aunque en Chile resuelven el dilema con una facilidad formidable, la opción de que el uno repre-senta lo nocturno y el otro lo luminoso. Y esos mismos co-mentaristas dicen, temerarios, que los grandes poetas chile-nos del siglo XX no son sus premios Nobel, sino otras dos montañas ocultas: Jorge Teillier y Enrique Lihn. Pero esto de quién es quién en la poesía chilena es como un acertijo. Y el problema ya lo zanjó, a su modo, Nicanor Parra cuando dijo que los cuatro grandes poetas de Chile son tres: Alon-so de Ercilla y Rubén Darío. En todo caso, leer a Gonzalo Rojas fue encontrar un erotismo que es más contacto sexual que imaginación. Soy un místico concupiscente, confesaba Rojas con su apariencia de fauno. Con todo, pienso que en la poesía de Rojas, sobre todo en La miseria del hombre, hay muchas palabras. Pero cuando a ella atraviesa el relámpago de la vislumbre, entonces todo se vuelve certero y su pa-labra es como un diamante. Y además ese humor suyo, al glosar sus versos, que es como la otra faz de una inteligencia deliciosa. Uno de sus poemas está dedicado al silencio del mar en Valparaíso. Ese trocito verbal es como para tenerlo siempre en la boca cuando in-tentamos reconciliarnos con el mundo. Y está Nicanor Pa-rra. El viejo Parra, que sigue envejeciendo increíblemente en su casa de Las Cruces. Lo suyo es la antipoesía, se sabe. Que no la inventó él, porque esos artefactos existen desde que Diógenes salía desnudo por las calles a plena luz del día, con una antorcha bus-cando a un hombre. Porque  Roberto Bolaño. FOTO: AFP Hay que reírse, hay que demolerlo todo desde la poesía, y hacerlo justamente en un país tan autoritario y militar como ha sido Chile. ya había antipoemas en Luis Carlos López, o en los primeros románticos alemanes, o en algunos juglares del medioevo, o en François Villon, o en los latinos como Catulo y los griegos como Aristófanes. Pero la irreverencia de Nicanor Parra siempre será una di-visa fresca en territorios propicios a la solemnidad, a la re-tórica marmórea, a la cancina degeneración del bardo. Hay que reírse, hay que demolerlo todo desde la poesía, y hacer-lo justamente en un país tan autoritario y militar como ha sido Chile. IntroduccIón Y aquí es cuando debo pasar a los narradores, porque son ellos los que permiten afirmar que Chile es como un cuarto oscuro. Roberto Bolaño lo decía a propósito de El obsceno pájaro de la noche, de José Donoso. Porque con estos dos autores es que se perfila uno de los contornos esenciales del escritor chileno: hablar mal de Chile. No creo ser injusto cuando digo que los grandes novelistas que ha dado Chile son estos dos extraviados. Uno que surge de la pura y tur-bia prosapia chilena. Y el otro que viene de una raíz popular, es decir, de ninguna parte. Donoso, el desgarrado Donoso, el asfixiante Donoso, que escribió en un estilo que oscila en-tre el delirio y la clarividencia, sobre los fantasmas de esas clases pudientes que han gobernado a este país largucho, encrucijada telúrica y humana rodeada de mar y cordillera, de hielo y desierto. Y uno se pregunta por qué pasó tan in-advertido un narrador de estas proporciones en el horizonte del boom. La respuesta es evidente: regiones literarias tan sombrías e irracionales, al lado de las mariposas amarillas de García Márquez y los conejitos regurgitados por Cor-tázar, no pueden ser objeto de triunfo comercial. Y finalmente está Roberto Bolaño. El autor de Estrella distante. Esta novela corta, no me cabe la menor duda, es la obra maestra de este príncipe de la rebeldía chilena. Una especie de metáfora del mal militar que no es, por supues-to, chileno sino más bien latinoamericano. En realidad, fue Bolaño quien me enseñó una de las caras más inolvidables y terroríficas de la dicta-dura militar. De la mano de las páginas de La literatura nazi en América comprendí mejor lo que es hacer cuentos diver-tidos e insanos en medio de una geografía maleada hasta el marasmo, el espanto y la ridiculez. Pero siquiera que todo eso ya pasó y la democracia, la siempre estropeada demo-cracia nuestra, se ha instalado en Chile. Aunque de este nuevo periodo no he leído aún la novela reveladora. Por ahí debe de estar, sin duda, escribiéndose. Solo hay que esperar que sea una forma más del ingenio y del delirio.


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