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El diario de Ángela

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Día 5: Veremos quién gana

En el capítulo final del libro 500 días, Angela Escallón cuenta que tras meses de tratamiento el cáncer le dio un respiró que le permitió tener de nuevo una idea de futuro. “Vamos bien”, le dijo su médico. A pesar de esto, ella sabía que ese mal vivía en su cuerpo y había que seguir en esa batalla por eliminarlo.


María López, presidenta del Grupo SEMANA y amiga de Ángela Escallón, lee el último capítulo del libro 500 días en el que la ex directora de la Fundación Corona narra el tiempo en que vivió con un tumor maligno que le terminó costando la vida.


W ALKING MIRACLE - MILAGRO ANDANTE - MIRACOLO ANDANTE - MILAGRE ANDANTE
Es antipático usar el inglés, pero a veces es una lengua que por su concreción resume lo que se quiere decir en un bello tono.

En cualquier idioma eso es lo que soy hoy, esta es la sensación que me habita. Un milagro andando, caminante, vibrante, deslumbrante....

Me pregunto, en qué momento volví a tener una idea de futuro. En qué momento mis días ofrecieron un panorama más allá del hoy.

Fue hace poco, cuando llegué con mi talego blanco cerrado con los resultados de los exámenes de control. Se lo entregué al doctor Cardona con las manos temblorosas. El lee con cuidado cada informe, observa cada una de las imágenes, escribe ágilmente en su computadora y finalmente da su veredicto. En esa cita me dijo esta inolvidable frase: "Vamos bien, muy bien."

Mis manos y las de Rafael expresaron la alegría y los nervios. Sin mirarnos nos tocábamos con torpeza, mientras nuestros ojos desorbitados miraban al doctor, suplicándole que no se callara... Después de trescientos treinta largos días de desasosiego, llego una palabra de aliento.

Vamos bien y seguiremos mejorando", fue su aclaración final. Y así ha sido. Mes a mes, quimioterapia tras quimioterapia, mejoro. Me siento más fuerte, eso si no en- gordo ni un gramo. Me siento más capaz, mas dueña de mis días. Pese a que el malestar persiste y el dolor en la espalda, producto de la vértebra rota que se ha vuelto mi talón de Aquiles, mejoro.

Mi mejoría, no la pude ver ni sentir hasta pasados treinta días. Eran noticias halagadoras, pero una voz interna me decía y aun me dice: "Mantén la postura no sea que después te des un golpetazo. Es mejor quedarse donde uno está, a la expectativa y luchando, que tener manifestaciones de victoria."

Me pregunto por qué y creo que es por el temor de volver a caer en ese profundo abismo de la desesperanza. Mejor quedarse a medio nivel que cantar victoria tan rápido. Lo primero que cambia es la presión externa... todos los que hacen parte de mi mundo se relajaron. El mensaje es ya pasó, ya se acabó. Y aunque uno sepa que no va ni por la mitad y que esta enfermedad es una condición crónica para el resto de la vida, es una delicia dar un parte tranquilidad. Es una belleza ver cómo, casi en automático, las dinámicas se restablecen y le corresponde a uno, que las observó con detenimiento y distancia, no retomar lo que no le hace bien al cuerpo o al alma.

Otro aspecto que cambia radicalmente es la energía que se invierte en el tratamiento. Como los resultados son positivos. Uno pasa de obedecer una rutina médica a festejar cada pastilla, cada quimio, cada intervención que sea necesaria.

La fe mueve montañas y tanta fe y tanto amor depositado en que mi vida se restableciera y recuperara la salud, se ve.

Dios obra, a través de nosotros.
La ciencia obra, a través de nosotros.
El deseo propio y de muchas personas, obra a través de nosotros.
La voluntad obra a través de nosotros

El cancer no perdona, pero veremos quien gana

Cuando desaparecieron las lesiones del cerebro hubo optimismo, pero en el fondo Ángela sabía que ella viviría con el cáncer hasta el final. El libro fue una despedida en vida.

Somos nosotros, cada vida, cada ser, los únicos responsables de tener la frente en alto y decir voy a intentar todo lo que pueda, lo voy a hacer. Creo que eso no aplica solo a la enfermedad.

El bienestar va regresando y el alma se va calmando. La idea de la muerte se aleja y los días se ven en perspectiva. Ya los planes futuros suenan más realistas y “dentro de un año”, es decir, trescientos sesenta y cinco días, no parece una situación inalcanzable.

El espejo vuelve a mostrar nuestra cara amable. La crudeza de la enfermedad queda, no hay cómo ocultarla, pero el pelo comienza a salir más fuerte, los ojos dejan de estar hundidos y el rostro deja atrás esa expresión extraña. La fisionomía recobra su naturalidad y los músculos de la boca comienzan a ejercitarse nuevamente para reír y no para llorar.

Sanar es un acto bendecido por Dios. “estar limpio” como se describe en la jerga médica cuando no se encuentran tumores, es la frase más esperada. Ahora toca continuar con la sensación de la espada de Damocles, porque lamentablemente a mí alrededor, personas que quiero y que me han acompañado demostrándome que uno supera todo después de muchos, muchos años, muchos, muchos días, han recaído con metástasis y ahora sus mensajes son otros. El más duro es: "Esta enfermedad no perdona”.

El cancer no perdona, pero veremos quien gana

Para Rafael, Ángela fue su vida. Como no tuvieron hijos vivieron 38 años en una historia de amor permanente.

Quisiera terminar el viaje, pero no sé cuál es el final. Dejar a un lado el miedo me permite tener una vida cercana a la que tenía antes de la enfermedad. Soy consciente que esta historia no ha terminado, y que podría seguir escribiendo por mucho tiempo los detalles. Inicié este relato porque me hace bien contar, para mí las palabras son cómplices.

Escribí estas palabras para que lo vivido no pase en vano, para no olvidar lo que aprendí. Sé que continuaré la lucha con altibajos, con noticias a veces poco halagadoras y recaídas como se siguen presentando. Nuevas lesiones, nuevos tratamientos, nuevas dudas, pero al final la misma condición ya mencionada y repetida. El cáncer vive en ml y yo haré lo humanamente posible para eliminarlo. Veremos quién gana.

No deja de doler que el destino, un martes cualquiera, haya cambiado el rumbo de un camino que preveía otros destinos, pero con el pasar de los días, el dolor se torna sordo, solitario y triste y se ahoga en el silencio.

Cada día sale la fuerza para aceptar lo que puede ser una especie de derrota de los sueños, pero lo lindo es que siguen golpeando la puerta de la esperanza. De la fe nace la esperanza para rearmar un ser que se siente desgarrar al abrir los ojos. Del amor florecen los motivos para continuar luchando con la entereza del equilibrio.

Aprendí a utilizar una balanza donde lo que pasa es más relativo. La amistad y la soledad; lo que perdemos o atesoramos; la interioridad y la comunicación; la belleza y la aceptación; el recuerdo y la memoria. Lo que pasa y queda. Lo que pasa y no se recuerda.

Aprendí a pedir ayuda, algo tan humano pero que para mí constituyó un reto importante. Aprendí a ser débil, a reconocer mi fragilidad y, finalmente, me hice humilde.

Cada día es un día de vida. Cada vida es un día para tener esperanza.

Epilogo: “Este será el último viaje que tendremos”

Rafael Mccallister, esposo de Ángela Escallón dice que la publicación del libro fue el principio del final.“Fue su despedida en vida porque ella sabía lo que se venía”, dice en este relato conmovedor sobre cómo es vivir y ver morir a un ser amado por cáncer.

Ángela siempre escribió. Le gustaba escribir cuentos e hizo un primer libro que se llamó Buen viento, unas crónicas de viaje que relataban esa época de la vida en que nos tomamos un año sabático (que terminaron siendo 8). Eran las crónicas de Rorro Polo. Cuando empezó la enfermedad ella dijo “este es otro viaje que será seguramente el último que tendremos”, y volvió a escribir. Porque cuando a ti te da cáncer la gente te regala libros de yoga, de dietas y ella pensó que era mejor contarle a la gente más cercana cómo vivía el cáncer. El libro 500 días tuvo su origen ahí. A ella le interesó ese nombre para el título porque el doctor Andrés Cardona nos dijo “esto (el cáncer) lleva andando como 500 días”.

Ángela lanzó el libro en marzo de 2018. En ese momento había cierta esperanza. Habíamos pasado por muchas etapas, muchas radioterapias, muchas quimioterapias, y aparentemente las cosas estaban bien, pero ella era consciente de que el cáncer es una enfermedad con la que se vive hasta la muerte. Lo único es que uno no sabe cuándo esta llegará. Yo le dije “para mí es una despedida en vida”. Y fue eso, una despedida de la gente que conoció en el colegio, en la universidad, en su trabajo. Cualquier político habría querido la convocatoria que ella tuvo esa noche: tres primeras damas, presidentes de compañías, sus enfermeras, había 300 personas entre gente humilde y poderosa. Fue su despedida en vida porque ella en el fondo sabía lo que se venía. El libro fue el principio del final.

Desde el momento del diagnóstico, en mayo de 2016, Ángela vivió tres años con la enfermedad. En agosto se lograron eliminar los tumores del cerebro. Fue todo un proceso pero había esperanza. Siempre hablaba de que se sentía mejor, que estaba funcional. Una semana antes de irse, citó a todos los de la fundación Corona y entraban de tres en tres a su cuarto y ella les decía “pilas con esto”. Yo pensaba “no puede ser que ella esté en esta situación y siga tan llena de vida”. Eso sí, no se levantaba de la cama pero su cabeza estaba en su sitio.

Después del lanzamiento del libro vino una etapa en la que se llenó de aftas. Fuimos a Italia a buscar una pastilla, una inmunoterapia que aquí no se conseguía y teníamos la esperanza de que sería un buen tratamiento. Lo conseguimos allá y volvimos. Sin embargo, los efectos secundarios, vómito diarrea, eran insoportables, y ella, pobrecita, se aguantaba todo. Siguió trabajando, iba a la oficina, se recostaba, volvía.

En Agosto apareció una nueva metástasis en el hígado. Los médicos nos dijeron que eran un órgano súper noble porque se podía quitar un pedazo y él se reproducía nuevamente. A pesar de eso, las cosas se deterioraron poco a poco, tanto que uno no se da cuenta de lo grave que era. En un momento dado era tal el dolor que le generaba que empezó a necesitar morfina. Yo se la ponía en la casa, al inicio cada doce horas, un rescate cada vez que sintiera dolor, pero en diciembre de 2018 llegamos a un punto en el que se la podía poner cada dos o tres horas. La quimioterapia no le estaba surtiendo efecto, entonces nos fuimos para Barranquilla. Esos últimos diez días antes de regresar fueron diferentes. Ella sentía la necesidad de salir al mar con cobijas porque le daba mucho frío, dormía mucho y vivía a punta de morfina. El cáncer del pulmón nunca fue el problema, a pesar de ser el original. Ella nunca tuvo que estar con oxígeno.

Volvimos el 13 de enero, y Ángela llegó tan mal que el doctor nos dijo “váyanse a urgencias y hacemos exámenes para ver cómo está”. Esos exámenes no salieron tan malos, pero la situación era difícil y desde ahí hasta el día de su fallecimiento, el 11 de febrero, entramos tres veces a la Santa fe con dolores insoportables. Teníamos claro que tenía que morir dignamente. El día anterior había broncoaspirado dos veces. Lo mismo el día en que murió. Se presentaron todas esas dificultades y uno dice “ayudémosla a que esto se acabe”. Ya se había hecho toda la documentación para poderla ayudar. Y así fue. Se le asistió en su muerte, pero creo que no hubiera durado dos días más.

Es difícil ver de cerca a una persona con cáncer a la que quieres mucho. Yo desde el principio me dije: “mientras yo esté, siempre la voy a acompañar y asistir en todo lo que pueda”. Pero en realidad es un sentimiento de impotencia porque, además de acompañarla y ayudarla, sabes que no puedes hacer nada más. En ese sentido, estoy muy triste, obviamente, pero tengo serenidad y tranquilidad en el alma de que hasta el último momento estuve ahí.

Yo tenía un restaurante, y con la enfermedad y viendo para donde iba ésta, decidí con mis socios cerrarlo. Lo hice para estar al lado de ella y acompañarla y ayudarla en lo que fuera necesario. Entonces más que acabar esa actividad lo que hice fue concentrarme en la casa y hacerla desde allí. Era importante saber que la tenía al lado y la podía acompañar en lo que necesitara. Fue un año en que trabajé desde la casa. Ella se preocupaba mucho por mí, es más, en la última salida de la clínica me dijo “tienes que hacer esta comida” y fui. Ella para mí era un motor porque gozaba de verme a mí haciendo mi trabajo.

Obviamente, la vida cotidiana sigue normal pero hay momentos en este proceso en que uno se pregunta ¿por qué a nosotros? ¿Por qué si ella ayudó a tanta gente, le pasa esto? Cuando ella falleció y vi todos los homenajes que le hicieron, un editorial en el periódico que solo le escriben a un presidente y un premio de investigación Ángela Escallón que está promoviendo el doctor Cardona, me dije “miércoles, qué cantidad de gente a la que ella ayudó desde su fundaciones hasta en su vida personal”. Nosotros tenemos una casita en Suesca y ella le consiguió el lote a un pobre muchacho cuya mujer lo había dejado con dos hijos. También le ayudó a construir la casa. Cuando vio el programa de la campesina en Santander, logró, con la ayuda de muchas entidades, conseguir el material y la dotación para que tuviera una casa decente en el campo. Era un alma tan generosa que se preocupaba por mí, de no verme triste, para que siguiera adelante. Creo que hasta le dijo a mucha gente que me tenían que conseguir novia cuando ella no estuviera. Esa era Angela Escallón.

Yo conocí a Ángela hace 38 años. Ella desde el principio no podía tener hijos y, más o menos, se presentaba así: “Soy Angela Escallón y no puedo tener hijos”. Era como diciendo conmigo no se meta. Duré seis años de novio hasta que la convencí de que yo no tenía que tener hijos para adorarla y para quererla. Para mi ella fue mi vida. Fue todo. Como no teníamos hijos viajamos todo lo que su pudo. Cuando nos fuimos de año sabático, que realmente se extendió más años, hicimos muchas cosas. Éramos el uno para el otro, compañeros, amigos, esposos, amantes, viajeros, todo. Las parejas que tienen hijos desarrollan una vida alrededor de ellos mientras crecen y cuando se van vuelven a encontrarse. Nosotros estuvimos los 38 años en una historia permanente de amor y complicidad.

Éramos gocetas. Nos encantaba comer bien y lo disfrutábamos. Nuestros viajes no eran para hacer compras sino para conocer culturas, éramos sibaritas, si se puede llamar así. Ella tuvo claro que su trabajo era en la labor social, en cambio yo hice de todo: me gradué de psicólogo, hice máster en administración de empresas, tuve empresa de construcción y luego fui ejecutivo en una firma de productos arquitectónicos. Más tarde, en el 1996, cuando la construcción se fue a pique decidimos irnos por un año pero duramos ocho por fuera. Fui hasta cónsul en Milán. Cuando volví me dediqué a montar el restaurante porque esa era la ilusión de mi vida. Ella siempre me apoyó porque decía que los sueños había que cumplirlos. Era mi compinche, y ella me enseñó a apoyar a los demás. En el restaurante los empleados trabajaron 12 años y la adoraban. El día del entierro, esas personas estaban en la misa a pesar de haber cerrado ya hacía un año. Ese amor que inspiraba y generaba con todos va a seguir perdurando.

Cuando murió estábamos muy tranquilos, muy serenos, sabíamos que eso iba a pasar, lo habíamos hablado y tratamos de organizar muchas cosas antes. El cáncer nos enseñó a vivir la vida diferente. Uno muchas veces piensa en el futuro y hace planes y, obviamente hay que tener sueños, pero esta enfermedad te enseña a que debes vivir cada día. El futuro es hoy, no es mañana. Ángela lo expresa en su libro muy bien cuando dice que uno habla de que un trámite se toma 30 días, unas vacaciones 15, pero del resto de vida habla de años, y la verdad es que lo que tenemos son días. Y hay que tratar de vivirlos al máximo.

Hoy sé que tengo que salir adelante. ¿Cómo? No sé.

Vea todos los capítulos aquí

Capítulo 1

500 días para entender el cáncer y también llorarlo

Capítulo 1

Capítulo 2

“Vamos ‘esperanza’, tenemos cita en el hospital”

Capítulo 2

Capítulo 3

¿por qué me pasa esto a mí?

Capítulo 3

Capítulo 4

Dios está conmigo

Capítulo 4

Capítulo 5

El cáncer no perdona, pero veremos quién gana

Capítulo 5