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ESPECIAL TOLIMA ESPANOL

118 XXXXX Ibagué es la capital musical de Colombia. Casi 1.000 estudiantes pueblan todos los días su conservatorio. afectar su calidad académica. El observatorio no solo observa: vela por sus estudiantes. De otra parte, y fiel al espíritu de sus funda-dores, la universidad insiste en incidir en el desa-rrollo regional con el diagnóstico y la proposición de políticas públicas, combatiendo el odioso cen-tralismo a través de un programa llamado Paz y Región. Se trata de una opción de grado para cual-quier estudiante que quiera vivir su último semes-tre de carrera en cualquiera de los 47 municipios del departamento, lejos de la zona de la ciudad que lo educara. La universidad le nombra un tutor y lo conecta con las necesi-dades del municipio. Lo anterior está unido a una certeza de la universidad: a pesar de la reducción evidente que la tecnología hace del tiempo y del espacio y el acceso a la información, puede ser un nuevo factor de inequidad –y de hecho lo es–. Es por eso que cada estu-diante recibe al matricularse un minicomputador, que al tercer semestre pasa a ser suyo. De otra manera, su acceso a la información es poco menos que imposible. Así, la universidad cree estar cons-truyendo una cultura de paz. La rectora Cruz coin-cide con su amigo el historiador Pardo en que si bien el Tolima fue el primero en entrar a todas las guerras que en este país han sido, también será el primero en entrar a la paz; más en una región que, como la suya, empapó su noble tierra con tanta sangre derramada. Decía al principio de esta nota que las ciu-dades son ocasión de encuentro y solaz. En ese sentido sus espacios son una forma de expresar la manera en que entendemos el mundo. Yo no sé si el conservatorio de música de Ibagué haya elegido a la ciudad por algo en particular. Tal vez nadie lo sabe. Tal vez en 1906, cuando Alberto Castilla lo fundara, tuvo presente que siendo una ciudad en que la gente iba de paso, podía tener algo que siempre los hiciera quedar más de lo previsto o los hiciera volver más de lo imaginado. Al fin y al cabo es difícil concebir el mundo sin la música. Lo cierto es que he dejado para el final de esta nota a la joya de la ciudad, que como las joyas verdaderas es discreta y brilla con luz propia. La vieja casa con acentos republicanos que acoge al conservatorio se oye, como es natural, antes de que uno la vea. Una vez en ella, llama la atención que todo el mundo sonríe, que todo el mundo está más tranquilo que en la calle (que no es poco). Mi anfitrión, James Enrique Fernán-dez, un músico serio con alma de historiador, es el rector del bello claustro desde hace tres años. No ha sido fácil para él. Por todo: las lógicas de la administración pública, los vericuetos de la polí-tica y las reyertas internas. Pero no se amilana. Conoce bien el legado que tiene en sus manos. Sabe que es más importante que los obstáculos que ha tenido y tendrá que lidiar. Y golpea todas las puertas que haga falta. Fue así como compró para el conservatorio dos pianos Steinway & Sons de una cola. Todo un lujo necesario, así despierte las preguntas de los legos y los despistados. Eso no importa. Importa que los pianos sonaran gracias a una pléyade de pianistas que vendrán al próximo festival interna-cional que ha convocado para 2017. Para enton-ces, la espléndida sala Alberto Castilla estará completamente remodelada. También la primera planta de la bella casa. Es muy grato comprobar cómo un edificio público brilla por todas partes. Y está organizado. Y todo funciona. Y cómo los casi 1.000 estudiantes que lo pueblan todos los días tienen en una ciudad de paso algo que permanece para siempre. Con casi 6.000 estudiantes, provenientes en su mayoría de colegios públicos, la Universidad de Ibagué tiene cinco facultades y 17 programas académicos. FOTO: JORGE SERRATO


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