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ESPECIAL TOLIMA ESPANOL

POR Paola Villamarín* Nació en Santa Isabel. Se crió en el Líbano. Y se volvió periodista en Bogotá. En su niñez, Hernando Corral vivió la época de la Violencia. En su juventud, se hizo militante del ELN –“cuando estaban en furor el padre Camilo Torres y la guerra del Vietnam”–, líder sindical y reportero de la revista Alternativa, donde aprendió el oficio con Enrique Santos Calderón, Gabriel García Márquez y Antonio Caballero. Acaba de publicar Relatos clandestinos de una guerra que se acaba, en el que revela detalles descono-cidos del proceso de paz en La Habana. SEMANA: ¿En qué contexto creció usted en el Tolima? HERNANDO CORRAL: Me crie en todas esas zonas de violencia liberal-conservadora. Desde que nací estoy viendo muertos. Era esa una violen-cia promovida por ambos partidos, que se mataban por una bandera azul y otra roja. SEMANA: ¿Cuáles eran esas zonas? H.C.: El norte del Tolima: el Líbano, Santa Isabel; y el centro del departa-mento: Venadillo, Alvarado, Rovira, Piedras. Desde chiquito, veía cómo los campesinos venían de veredas libera-les o conservadoras, se ponían a tomar trago y a escuchar ranchera o tango y después se mataban en la plaza. Eran campesinos azuzados por los jefes libe-rales y conservadores que nunca res-pondieron por esos crímenes, sino que se sentaron un día y se tomaron unos whiskys e hicieron la paz y crearon el Frente Nacional. SEMANA: Vivió violencia y zozobra… H.C.: Claro. Mi papá era conservador y, afortunadamente, vivimos en pue-blos liberales; él convivía con los li-berales y ellos nunca se metieron con él. Pero yo veía cómo Laureano Gó-mez y Jorge Leyva, entre otros jefes políticos que llegaban desde Bogotá, incitaban a la confrontación y ponían a pelear al pueblo. Eso continuó des-pués con la violencia guerrillera. Es lo que el profesor francés Daniel Pécaut definió como una guerra entre la so-ciedad más pobre. Las guerrillas se 29 prestaron a ese juego porque no fue una pelea contra los ricos. SEMANA: ¿Y el sur? H.C.: Es donde se enquistó la guerrilla y donde hubo mucha violencia liberal: en Chaparral, Villarrica, Rioblanco. Esa experiencia de violencia fue uti-lizada por las Farc y por eso pactaron con muchos jefes liberales y los convir-tieron en guerrilleros revolucionarios, como Tirofijo. SEMANA: ¿Cómo vivieron los jóvenes ese tránsito de la violencia bipartidista a la guerrillera? H.C.: Estábamos influenciados por la efervescencia de las luchas revolucio-narias en el mundo y en especial de la revolución cubana, con un carismá-tico comandante como Fidel Castro, que tenía un discurso muy a favor de los pobres, y por un sacerdote como Camilo Torres. Para nosotros era fácil asimilar la violencia porque vivíamos en medio de ella, era parte de nues-tra cultura ver muertos todos los días. Apoyamos la violencia revolucionaria para cambiar lo que estaba pasando en Colombia, para luchar contra la mise-ria, la pobreza, el abuso de la clase polí-tica y los partidos tradicionales. SEMANA: ¿Cuándo vino el desencanto? ¿Por qué dejó de militar en el ELN? H.C.: Como lo digo en mi libro Rela-tos clandestinos de una guerra que se acaba, mis reflexiones sobre la violen-cia armada comenzaron cuando entré a trabajar en la revista Alternativa y coin-cidieron con los cuestionamientos de Replanteamiento, un importante grupo de personas vinculadas a la guerrilla del ELN, especialmente en Bogotá, y con la salida del monte de un numeroso grupo de guerrilleros que abandonó la lucha armada. La salida de Fabio Vás-quez como jefe del ELN puso al descu-bierto los numerosos fusilamientos y el autoritarismo que reinaba en esa orga-nización y permitió descubrir que en las demás organizaciones guerrilleras suce-día lo mismo y que habían perdido su rumbo y su idealismo, confundiendo los fines con los medios. SEMANA: ¿Qué tan difícil fue cuestionarlos? H.C.: No fue una tarea fácil, ya que muchos sectores universitarios y en algunos grupos intelectuales y ‘seu-dointelectuales’ existía una clara sim-patía y complicidad con los grupos guerrilleros. Hacían caso omiso con sus acciones vandálicas y guardaban silencio ante sus claras violaciones de los derechos humanos. SEMANA: ¿Usted ha vuelto al Tolima? H.C.: A Ibagué muy de vez en cuando, pero sigo ligado al Tolima, sobre todo al Líbano. SEMANA: ¿Por qué ha habido tanto lideraz-go de la gente del Líbano en Colombia? H.C.: Porque era un pueblo muy liberal, fundado por gente que tenía un pensa-miento más abierto. Allí los masones tuvieron mucha importancia. SEMANA: ¿Dónde más hubo masones en el Tolima? H.C.: Sobre todo en esos pueblos libe-rales como el Líbano y Chaparral. Ser masón en esa época era estar en contra de cualquier dictadura o de cualquier monarca; era una manifestación de libertad. Eran pueblos que seguían el pensamiento de los jefes liberales más progresistas, más avanzados, que tenían un discurso más social. La masonería fue la base social para un nuevo pensa-miento, para una rebeldía, para soñar con cambiar el mundo. SEMANA: ¿Por qué cree que el Tolima votó por el No? H.C.: La primera explicación fue la ausencia de una pedagogía clara de parte del gobierno del presidente Santos sobre las bondades de los acuerdos en materia agraria, en especial en las zonas campesinas donde las Farc se confor-maron como organización guerrillera y en regiones donde posteriormente se asentaron. Un segundo argumento es la influencia de Álvaro Uribe y el Centro Democrático en el Tolima. Finalmente, en el Tolima también se sintió la apatía de los votantes para ir a las urnas, fenó-meno extraño en un departamento que padeció primero la violencia liberal- conservadora y en los últimos 50 años, la violencia guerrillera, especialmente la de las Farc. “Faltó una pedagogía clara sobre las bondades de los acuerdos en materia agraria, en especial en las zonas campesinas donde las Farc se conformaron como organización guerrillera”. * Editora general de Especiales Regionales INTRODUCCIÓN


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