EN EL LIMBO

|||| Capítulo 2 ||||

Aunque las unidades de salud mental de las cárceles no deberían existir, todavía sobreviven dos en el país. ¿Por qué se han convertido en un mal necesario?

Todos los lunes por la mañana a los internos de la unidad de salud mental de la cárcel La Modelo de Bogotá se les olvida que están ahí. Sí, las rejas los siguen separando del mundo y los guardias no descuidan la mirada, pero ellos se sienten libres. Es hora de la terapia canina y por eso tienen permiso de salir de la vieja construcción donde funciona la unidad para correr con los perros en la cancha de fútbol que da justo en frente. Son pocos minutos, suficientes para romper con la rutina, pero una vez los perros se marchan el encierro vuelve a ser insoportable.

“Salimos y nos divertimos con los perros porque aquí uno vive muy aburrido”

||||| LA LARGA ESPERA |||||

El tiempo es el peor enemigo de los internos de la unidad de salud mental de la cárcel La Modelo. Para que su mente se mantenga ocupada y el día se haga más corto hacen manualidades y terapia canina con los guardias del Inpec. Una visita a sus instalaciones revela cómo transcurre la mañana de los presos.

Si resocializar a un reo de un patio común es difícil –no en vano, buena parte del hacinamiento en los centros penitenciarios del país se debe a que muchos presos son reincidentes–, recuperar a uno que padece un trastorno mental, es prácticamente imposible. Mientras los inimputables reciben tratamiento en un hospital psiquiátrico, los internos que no fueron diagnosticados o que desarrollaron su condición detrás de las rejas lo hacen en la unidad de salud mental de la cárcel. Hoy quedan dos en el país: una en La Modelo de Bogotá y otra en la de Villahermosa, Cali.

 

Estos espacios en principio son solo de paso. Es decir, si un interno presenta una crisis psicótica inmanejable en un patio común, debería ser trasladado a la unidad de salud mental por unos cuantos días. Muchos, sin embargo, terminan pagando su condena entera ahí porque su estado es muy frágil y necesitan atención permanente.

 

Aunque las instalaciones de la unidad de La Modelo no eran las ideales –por eso la acaban de remodelar–, allí al menos hay un equipo de especialistas que atiende a los internos a diario.

 

“La infraestructura de las unidades no era adecuada y por eso las estamos remodelando”

Si bien el olvido y el abandono son una constante siempre que se habla de los internos con patologías mentales, hoy la situación es mucho mejor que hace un par de años, cuando existían los anexos psiquiátricos.

 

Estos espacios eran tan deplorables –el de La Picota, en Bogotá, parecía más un calabozo medieval, según testimonios de la época– que en 1993 el Código Penitenciario y Carcelario ordenó clausurarlos en un plazo no mayor a cinco años.

 

En 2008 y 2010 la Defensoría del Pueblo realizó visitas de inspección a los pabellones de La Modelo y Villahermosa, documentadas en uno de los pocos informes que se han publicado sobre el tema. Allí no solo quedó en evidencia el deterioro de sus instalaciones, sino el descuido al que vivían sometidos sus internos ante la falta de un tratamiento adecuado.

 

Hoy las cosas han cambiado un poco y las dos unidades siguen en pie, pues aunque en teoría no debería haber un solo recluso con enfermedad mental en las prisiones del país, la realidad es más compleja.

 

Primero, porque el encierro tiene unos efectos devastadores en cualquiera, y segundo, porque hay quienes ingresan a los centros de reclusión sin siquiera saber que padecen un trastorno. Ante este escenario lleno de matices, al Inpec no le queda otra opción que recurrir a los pabellones psiquiátricos que aún sobreviven.

 

“Aquí hay menos gente, se duerme más cómodo y nadie cobra impuestos, como en los otros patios”

Por si fuera poco, los cupos en las dos unidades mentales, además de insuficientes, están destinadas únicamente a los hombres. Pese a que las mujeres tras las rejas tienen más probabilidades de padecer un trastorno mental, sus establecimientos no cuentan con una unidad de atención especializada y muchas terminan aisladas en celdas de castigo.

 

La solución se supone que ya está planteada. La reforma al Código Penitenciario ordena construir unos establecimientos de carácter terapéutico ubicados fuera de las prisiones para tratar tanto a los inimputables como a los internos con patologías que nadie diagnosticó a tiempo o que desarrollaron durante su encierro. Es decir, un lugar que reúna a todos los presos con problemas mentales.

 

“El problema es que solo hasta hace poco el Ministerio de Salud fijó los estándares técnicos de estos establecimientos. Falta que la USPEC empiece a construirlos, así que a mediano plazo parece que las cosas no van a cambiar”, agrega Díaz.

 

La respuesta del Inpec es parecida: “No podemos cerrar las unidades mientras esperamos una pronta construcción de al menos un establecimiento de este tipo dada la responsabilidad que nos asiste respecto del bienestar de la población reclusa”.

 

Como el problema sigue latente, hoy viven en estas unidades 78 internos (30 en Bogotá, y 48 en Cali), cuyos diagnósticos más comunes abarcan trastornos depresivos, de adaptación, afectivo bipolar y esquizofrenia.

 

 

“Siento miedo, que me persiguen y me van a hacer algo”

Según Caprecom, la EPS estatal en proceso de liquidación que prestaba el servicio de salud en las cárceles, los presos reciben todos los medicamentos –incluidos o no en el POS– para tratar sus patologías.  El ansiolítico clonazepam es uno de los más comunes –sino prácticamente el único que toman– y por eso, cuando los internos no están en terapia ocupacional, es habitual verlos caminando en círculos, como perdidos, en el patio. Aunque desde que se levantan se ocupan en actividades manuales, vivir detrás de las rejas entorpece cualquier proceso de recuperación.

 

Integrar a la familia, por ejemplo, es complicado no solo por el acceso restringido, sino porque las personas que están en procesos de salud mental no pueden gozar de beneficios administrativos como el permiso de 72 horas.

 

“Eso se debe a que los internos de la unidad permanecen por ley en la fase de alta seguridad. Además, la mayoría cumple penas altas y así es más difícil solicitar beneficios judiciales”, explica Andrea Parra, directora del Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social (PAIIS), que lidera brigadas jurídicas para ayudar a los grupos más vulnerables de La Modelo.

 

Adelantar estas jornadas tampoco ha sido fácil, pues el Inpec siempre aduce “razones de seguridad”, que en realidad solo obedecen al estigma de que las personas con trastorno mental son peligrosas e impredecibles.

 

Los periodistas de SEMANA pudieron interactuar y conversar con ellos, lo que derriba el mito de que alguien que padece una enfermedad mental es per se violento. Constataron sobre todo que requieren atención, lo que se traduce en un tratamiento verdaderamente integral y continuo. Aislarlos, como la historia siempre lo ha hecho, nunca será la salida.

“A pesar de que nos encierran el alma, intentamos verle el lado bueno a las cosas”