CONFLICTO y SALUD MENTAL

EL LADO OLVIDADO DE LA VIOLENCIA

“Por sobrevivir, no hubo tiempo

  para la tristeza”

Martha Nubia Bello, trabajadora social, que ha estado al frente de la investigación en el Centro de Memoria Histórica, habla de cómo el conflicto armado ha afectado la siquis de los colombianos.

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Martha Nubia Bello junto a la obra de la artista Beatriz González, en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación del parque Renacimiento.

Martha Nubia Bello, profesora de  la facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional ha trabajado desde el comienzo en el equipo de investigación de Memoria Histórica desde donde ha coordinado cerca de 21 informes sobre el conflicto armado, entre los cuales está Basta Ya. Por su trayectoria y por ser una autoridad en la materia, SEMANA la entrevistó para que hable sobre la afectación psicosocial de las víctimas del conflicto.

 

SEMANA: Usted hizo el informe de Memoria Histórica, que determinó la magnitud de la guerra en el país: 218.000  muertos, 27.000 secuestrados, 1.920 masacres. ¿Cuál es el balance en términos de la afectación mental?

M.N.B.: Las víctimas han quedado con muchas heridas: las vivencias de terror y de barbarie en medio de la indefensión han causado miedo, tristeza, ansiedad, graves alteraciones del sueño y alimenticias.  La guerra les ha derrumbado sus afectos, proyectos, sueños, creencias y las ha condenado a la soledad, el silencio, el desarraigo. La guerra les ha quitado la posibilidad de hacer lo que saben y de vivir como quieren, sumiéndolos en la dependencia, la frustración y la vergüenza. Las vivencias de maltrato y humillación les han deteriorado su identidad, les ha quitado la alegría, la esperanza y las ganas de vivir. Son huellas múltiples que abarcan lo psicológico, lo moral, lo espiritual, lo cultural y que, por lo mismo, afectan la integridad del ser.

 

SEMANA: Muchos psicólogos dicen que lo que más se ve es un sufrimiento generalizado. ¿Es cierto?

M.N.B.: Sí, pero se sufre de manera y por razones distintas. Las madres y padres a quienes les han desaparecido sus hijos sufren una terrible agonía, viven una tortura cotidiana, presos de la incertidumbre, la nostalgia, la tristeza y en ocasiones hasta de la culpa. Viven en un duelo congelado y aplazado y en una espera que impide que la vida transcurra normalmente. Las mujeres víctimas de violencia sexual padecen los daños causados sobre sus cuerpos, experimentan odio,  rabia,  autorrechazo, y ven comprometida la posibilidad de entablar relaciones afectivas sanas y satisfactorias. A ello se suma el estigma y el rechazo social que las condena al aislamiento y al sufrimiento. Los hombres no solo sufren por sus pérdidas materiales, sino que están sumidos en una gran tristeza producto de la añoranza por los lugares, relaciones y labores perdidos, que les permitieron ser quienes eran y que se ven destituidos de su lugar en el mundo. Hay jóvenes frustrados, tristes y enojados por lo que la guerra les quitó o les impidió conocer, que se preguntan por el sentido de la vida y que al no encontrar respuestas han caído en el consumo de alcohol y de sustancias psicoactivas.

 

SEMANA: Se habla mucho de las heridas que deja el conflicto en el cuerpo de las víctimas. ¿Por qué cree que nunca se menciona lo que este deja en el alma?

M.N.B.: Tal vez porque las heridas del cuerpo son más visibles y es más fácil reconocer que el cuerpo físico duele y pedir que ese dolor se atienda. Frente al dolor del cuerpo se acude a un médico, se recibe un calmante, pero frente al dolor del alma no se sabe a quién acudir, ni cómo tratarlo. Ademas, las heridas emocionales quedan relegadas frente a otras demandas que se consideran más urgentes para garantizar la vida física. Tal como nos lo dijeron muchas víctimas en medio de la urgencia por sobrevivir no hubo tiempo para la tristeza.

 

SEMANA: ¿Cuál es el mejor tratamiento para las víctimas?

M.N.B.: En primer lugar el reconocimiento de su condición de víctimas lo cual implica que se proscriba cualquier justificación frente a lo que les aconteció y se condenen las acciones y discursos de los victimarios. En segundo lugar la creación de condiciones que les permita asegurar su existencia física dignamente. Condiciones que garanticen entornos seguros y estabilidad para retomar o replantear sus proyectos de vida, sin esto, todo lo demás resulta insuficiente. A ello hay que agregar espacios para la escucha, para la reconstrucción de sus memorias y procesos que le permitan tejer relaciones sociales de vecindad, de cooperación, de solidaridad, de intercambio. La verdad y la justicia tienen también un efecto reparador y sanador y son por tanto parte de lo que se llama “atender” a las víctimas.

 

SEMANA: ¿Qué papel juega aquí la mirada psicosocial?

M.N.B.: El término psicosocial permite una lectura más amplia de los impactos que causa la guerra. No es lo mismo vivir los efectos de un desastre natural o de una acción de la delincuencia común. Las víctimas de la violencia política son víctimas de las acciones intencionadas y sistemáticas de otros seres humanos vinculados por lo general a estructuras armadas y de la acción y de la omisión de quienes deben garantizarles su protección (léase el Estado) y esto tiene un efecto devastador, pues la fuente del mal viene de sus semejantes y de quienes deben velar por su seguridad, afectándose gravemente la confianza y las bases sobre las cuales se construye la seguridad y la identidad. El enfoque psicosocial busca superar la mirada solo clínica de los impactos y si bien identifica los daños asociados a traumas o a enfermedades mentales, los sitúa en un contexto y en el marco de complejas relaciones, permitiendo precisar qué es lo que los causa, en dónde reside la fuente de estos daños, para así identificar acciones reparativas que vayan más allá de una prescripción médica y que obligan respuestas de orden social y político.

 

SEMANA: ¿O sea que el tratamiento de las heridas psicológicas requiere de algo más que terapias?

M.N.B.: El trabajo psicosocial no se limita a unas citas psicológicas o psiquiátricas. Se trata de un proceso que debe contemplar acciones para la reconstrucción de las bases productivas, de las relaciones sociales y culturales y desde luego también de espacios de escucha y orientación que les permitan a las víctimas hablar, explicar, resinificar lo ocurrido y ganar algún control sobre sus vidas.

 

SEMANA: ¿Se requiere de psicólogos diferentes para enfrentar este tema? ¿Aún más, se requiere de psicólogos?

M.N.B.: Se requieren profesionales que comprendan los contextos políticos en los cuales se provocan los daños y las dinámicas socioculturales de las comunidades y personas afectadas. Que tengan formación y habilidades terapéuticas, entrenamiento para una escucha activa y responsable, para una intervención en crisis, para gestionar conflictos y promover procesos comunitarios. El espectro es amplio son trabajadores sociales, antropólogos, sociólogos, terapeutas ocupacionales, artistas y no solo psicólogos.

 

SEMANA: ¿Hay personal suficiente y preparado para atender a tanta gente?

M.N.B.: Hay personal suficiente pero no preparado. Las universidades siguen formando profesionales para un país imaginado, no para el país real. Son profesionales descontextualizados, sin sensibilidad y compromiso. Hay profesionales que ignoran que este país está en guerra y que frente a las victimas solo piensan en aplicar los manuales e instrumentos construidos para sociedades distintas a las nuestra.

 

SEMANA: ¿Cuál es el riesgo de no atender a la gente, o de no atenderla bien?

M.N.B.: Que el sufrimiento se convierta en enfermedad, que las reacciones normales de enojo, rabia, culpa terminen dañando a las propias víctimas o a sus seres amados; que se deterioren las relaciones familiares y comunitarias. El sufrimiento no atendido puede derivar incluso en la locura y en el suicidio.

 

SEMANA: Usted cree que si se firma la paz, ¿Colombia puede sanar esas heridas?

M.N.B.: El fin del conflicto armado es una condición para que las víctimas puedan sentirse seguras y reconocidas, para que puedan hablar, elaborar sus duelos, reclamar y retomar los proyectos que los armados destruyeron. El fin del conflicto no garantiza que las heridas se sanen pero sí permitirá crear condiciones para que las víctimas encuentren posibilidades de reparar los daños.

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CRÉDITOS

Dirección y edición periodística: Silvia Camargo  |  Periodista: Cristina Castro  |  Diseño y montaje interactivo: Carlos Arango  |  Fotografía: Juan Carlos Sierra, León Darío Peláez, Daniel Reina, Jesús Abad  Colorado, Carlos Julio Martínez  |  Video: Sandra Janer y Silvia Camargo, Diego Llorente, Camilo Bonilla, Alexander Guerrero.