Page 104

SEMANA_EJE_CAFETERO

El Eje vuela El Willys es uno de los íconos más repre-sentativos 104 del Eje Cafetero. Es común verlo en afiches publicitarios, en cam-pañas turísticas y en cuanta cosa sirva para promocionar a esta región. Su historia puede ser la de un objeto que ya gozó de su mejor época y ahora vive del recuerdo o de su fantasma, y espera paciente que algo o alguien le traiga un mejor destino. Su origen se remonta a la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos desarrollaba tecnología capaz de darle la victoria. Y así como llegó a crear armamento de potencia insospechada como la bomba atómica, también inventó formas de transporte que soportaran las más difí-ciles condiciones del clima y de la topografía. Una de esas fue el primer modelo del jeep Willys: el M-38, conocido en Colombia también como Minguerra. Este campero resultaba ideal para avanzar por los caminos más agrestes cargando dos o tres soldados en la cabina y un cañón de ametralladora en el vuelco. Sólido y fuerte en los dos ejes, prometía no quedarse estancado en el barro acuoso. Forjado con aleaciones de hierro y acero, su latonería era capaz de resistir golpes como yunque. A Colombia llegó al finalizar la guerra, en 1946. Por determinación del gobierno nacional, la mayoría de los ejemplares que desembarcaban en el puerto de Buenaventura iban siendo ubicados en la Región Andina, sobre todo en las áreas sembradas con café. Para ese momento, la Federación Nacional de Cafeteros adelantaba obras con las que pretendía mejorar la calidad de vida de los caficultores y dinamizar la economía. Entre ellas, la apertura de carreteras que conecta-ban todas las fincas productoras con las cabeceras municipales. Algunas de estas vías fueron tendidas sobre áreas planas y próximas al centro del pueblo. Otras, en cambio, fueron abiertas con dinamita y retroexcavadora a través de filos aislados de la cordillera. En ambos casos, el vehículo dispuesto para transitarlas fue el jeep Willys. El prestigio de este campero en el país creció de la mano con la expansión y éxito del monocultivo cafetero. En los años cincuenta y sesenta, cualquier dueño de finca mediana o grande poseía uno o varios Willys para trans-portar la carga y moverse con su familia. Mientras tanto, el dueño de una pequeña parcela sabía que el ascenso social consistía en hacerse propietario de alguno. A finales de los sesenta los parques centrales de los municipios en Caldas, Quindío y Risaralda eran poco más que estacionamientos de Willys con parroquia. La gente se organizó en torno al trabajo asociativo y dio vida a las cooperativas de transportadores. Cada pueblo, por pobre y lejano que fuera, contaba con su propia coo-perativa especializada en recorrer los trayectos entre las cabeceras munici-pales y las veredas. Siempre en jeep Willys, salvo una que otra excepción –en Belén de Umbría, por ejemplo, predominan los Carpati–. En los años siguientes, la gran bonanza cafetera –de 1974 a 1983–, con sus raudales de dinero, situó al jeep Willys un escalón más bajo en el estatus. Los dueños de fincas y hacendados fueron adquiriendo camperos Toyota del modelo que hoy se conoce como ‘Carevaca’ y dejaron el Willys para uso del agregado y de los empleados. En breve tiempo este campero empezó a verse viejo, rústico y anticuado. Pero como la calidad y eficiencia de su motor y la fuerza y resistencia de su chasis nunca se pusieron en duda, continuó siendo el vehículo perfecto para movilizar campesinos, café y otros productos de finca. A partir de entonces, fueron los recolectores y los agregados quienes pretendieron elevar su ascendencia social comprándose un Willys. Parecía la única forma de cambiar el trabajo de la tierra por un oficio menos agota-dor y más rentable: chofer de Willys. “En ese tiempo, diga usted hace 35 años, el que fuera dueño de un ‘jeep’ de estos y trabajara transpor-tando gente y carga de las fincas, la plata le alcanzaba para mantener el hogar, para mantener a la moza con su mamá y para enfiestarse con dos o tres novias”, me dijo hace poco Henry Lozano Pérez, uno de los más queri-dos conductores de Willys en Pereira. Pero entonces sobrevino el rompimiento del pacto mundial de cuotas de café, en el verano de 1989, y los precios del grano se fueron al suelo y arrastraron consigo al bienes-tar general de la caficultura colom-biana. La década del noventa fue de depresión y ruina, reducción del área sembrada, despoblamiento de las zonas rurales, desplazamiento de campesinos a las ciudades forzados por la pobreza, ventas a menosprecio de fincas y parcelas, y cambio de la vocación en el uso de la tierra. Muchas fincas y haciendas con larguísima tradición cafetera fueron FOTO: CORTESÍA JEEP COLLECTION FOTO: VÍCTOR GALEANO Juan Miguel Álvarez Cronista. Hoy, los Willys con suerte terminan en manos de gente pudiente que los compra para atesorarlos como pieza de colección.


SEMANA_EJE_CAFETERO
To see the actual publication please follow the link above