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REINO UNIDO ESPANIOL

Sir Francis Drake, el famoso pirata inglés que saqueó a Cartagena. Empezamos con los piratas o con algunos de nuestros remotos héroes navales. Tal vez sir Francis Drake fue el primer inglés famoso en aparecer por estos lados: saqueó a Cartagena y murió más tarde por la costa, y sus misma y sus miserias o sus rasgos esenciales. No se me ocurre nada más. O bueno, sí: de Inglaterra, aunque no recuerdo si es más bien de Escocia, hay en Popayán un nombre que la hizo grande porque la pintó como nadie más, el nombre de Peter Walton: un hombre altísimo y bellísimo que vivía en una carpa y que caminaba siempre con un turbante en la cabeza, y quien llegó a la ciudad a pintar sus cielos /HULTON ARCHIVO FOTO: GETTY en acuarela y en ellos se quedó a vivir para siempre. También me dicen, aunque no tengo la menor idea si es verdad o no, que la esposa de Anthony Hopkins es popayaneja. Pero claro, Hopkins es galés. Mejor dicho: él es el que es de Popayán”. 21 IntroduccIón Debo hacer constar que los ingleses no fuimos los únicos piratas, hubo también notorios franceses y holandeses. huesos quedaron en el fondo de la Bahía de Nombre de Dios, ahora aguas paname-ñas. En aras de las buenas relaciones anglo-colombia-nas, debo hacer constar que los ingleses no fuimos los únicos piratas –hubo tam-bién notorios franceses y ho-landeses– y los pocos extra-viados marineros ingleses que cayeron en manos de la Inquisición en Cartagena fueron bastante bien tratados: los herejes cambiaron de fe sin mucha dificultad. Después de los piratas vinieron ciertos puritanos. Un grupo de comerciantes de Londres, críticos de la política tímida del rey Carlos I frente al imperio español, formaron la Providence Island Company, tomaron y fortalecieron la isla de Providencia como base de sus incursiones. La compañía fue un nido de las conspiraciones que desem- bocaron en nuestra guerra civil, y la decapitación del rey. La Corona española retomó la isla en 1641. Después de los puritanos, llegaron unos escoce-ses: a fines del siglo XVII Escocia sufrió el delirio es-peculativo del llamado Darien Scheme, y plantaron la efímera colonia de Nueva Caledonia en el istmo. Su fracaso y la bancarrota general tuvieron como resultado la unión de Inglaterra y Escocia en 1707. A principios del siglo XVIII vi-nieron los primeros ingleses no ilegales; los agentes del South Sea Company, quienes se esta-blecieron en Cartagena con el Derecho de Asiento, el mo-nopolio de la venta de es-clavos negros otorgado a los ingleses por el Trata-do de Utrecht en 1713. Contrabandeaban mucho, pero por lo menos en una ocasión los jesuitas los estafaron. Su presencia fue interrumpida por la serie de guerras anglo-españolas del siglo XVIII. Los ingleses recuerdan la más memorable con el pinto-resco nombre de La Guerra de la Oreja de Jenkins, lla-mada así porque el capitán de un guardacosta le separó ese órgano de su cabeza a un ma-rinero inglés. Los colombianos la recuerdan por la heroica defensa de Cartagena dirigida por Blas de Lezo contra la flota del almirante Vernon: un imperio en declive versus un im-perio en ascenso, y esta vez ganó el primero. No obstante las guerras, en el curso del siglo, Inglaterra llegó a ser el principal proveedor del virreinato, más o menos legalmente por vía de intermediarios españoles en Cádiz, o ilegalmente por el contrabando con Jamaica. Con la Independencia, las relaciones an-glo- colombianos se hicieron más estrechas, y por un rato más intensas. La Legión Británica parti-cipó en la guerra de independencia con voluntarios y mercenarios de muy variada utilidad, entre ellos muchos irlandeses, y entre todos una minoría de militares com-petentes marcadamente leales a Bolívar. El relato más gráfico de un sobreviviente es la autobiografía de un sol-dado raso, Alexander Alexander, y su mayor contribución historiográfica, las memorias y documentos publicados por el general Daniel Florencio O’Leary. Comerciantes y especuladores in-gleses respondieron a la apertura: ven-dieron armas y equipo militar, garantiza-ron con iluso optimismo los empréstitos a Colombia de los principios de la segunda década del siglo XIX e invirtieron en minas, con-vencidos de que la más avanzada técnica in-glesa iba a tener éxito donde los españoles habían fracasado.


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