García Márquez siempre fue un escritor disciplinado que escribía a diario de 8 de la mañana a 3 de la tarde.

La sombra

En la vida de García Márquez el cine ocupa el mismo nivel de importancia que la literatura, pero sus novelas no funcionan cuando se llevan a la pantalla.

 

Por Sergio Álvarez*

Desde el mismo día en que me planteé hacerme escritor, desde que hablé con el primer soñador que encubaba el mismo proyecto, desde que soporté la primera charla entre escritores colombianos y desde que leí el primer suplemento literario oí hablar de la implacable “sombra” que la obra de Gabriel García Márquez ejercía sobre la obra y la carrera de los demás escritores nacionales. Se suele decir que los escritores sufren ante la imposibilidad de superar el genio narrativo de Gabo, que los editores se desencantan cuando leen obras de otros autores, que los críticos siempre usan como referente la obra del único Premio Nobel colombiano y que los lectores, acostumbrados al talento y la versatilidad de García Márquez, no están muy dispuestos a leer a los demás escritores del país del Sagrado Corazón. Pero aunque tales afirmaciones siguen apareciendo un año, un mes y un día tras otro, nunca he logrado encontrarles justificación ni asidero. Si existe un autor que me haya motivado a escribir, a dejar atrás el temor de abrazar una profesión tan azarosa, ese autor ha sido García Márquez; sin la lectura de Cien años de soledad, de El Otoño del Patriarca y de Crónica de una muerte anunciada jamás habría tenido la fuerza necesaria para sentarme a escribir novelas. Frente a la mayoría de editores la realidad es similar, más que encontrar indiferencia en ellos, siempre he hallado curiosidad y esperanza ante mi trabajo, curiosidad y esperanza que están allí gracias a la admiración que suelen tener por García Márquez.

 

Con los críticos pasa lo mismo. Es cierto que cuando leen a un autor colombiano lo comparan de inmediato con Gabo, pero cuando esa lectura los lleva a descubrir un escritor con un imaginario y una propuesta estética propios, el entusiasmo del crítico crece y se convierte en respeto al entender que ha encontrado un autor capaz de asimilar y dejar atrás la obra de un escritor absolutamente genial como García Márquez. Y con los lectores, los verdaderos protagonistas de este oficio, el talento de Gabo más que cerrar puertas las abre: que millones de lectores en el mundo hayan disfrutado con historias de personajes colombianos hace que esos mismos millones de lectores deseen saber más de nosotros y se lancen curiosos a comprar obras de otros autores nacionales. Si esas obras no llenan las expectativas de aquellos curiosos lectores no es culpa del escritor que ha desbrozado el camino para que otros autores colombianos lleguen a estanterías del todo el planeta, sino de quienes han escrito las obras y de quienes se han atrevido a publicarlas a pesar de su escasa calidad. Imagino que llegar a creer que la obra de Gabo les hace sombra a los demás escritores nacionales es consecuencia de la mediocridad y del gusto por las explicaciones fáciles que suelen hacen parte del carácter colombiano, pero, en mi caso, la sombra de Gabo no existe ni ha existido jamás.

 

Hoy en día, a pesar de que ya abandoné la admiración ciega por nuestro único premio Nobel, sus obras, sus posturas políticas, su maestría para construir mitos alrededor de sí mismo e, incluso, sus errores como escritor y figura pública me ayudan a mantener a alimentar el deseo de crear buenos libros y de encontrar editores y lectores para esos mismos libros. Gabo me ha enseñado a escribir, me ha enseñado a salir de las fronteras nacionales, me ha mostrado cuán grande y cuán frágil es este oficio y también me ha ayudado a madurar y a entender que, en este mundo, no todos los escritores tienen el mismo talento ni todos logran la misma cantidad de lectores ni todos pueden obtener el mismo prestigio y bienestar. Servir de referente no es hacer sombra, es cumplir una importante función cultural y esa función le tocó en Colombia a Gabriel García Márquez. Sólo aquellos que confunden las limitaciones o la falta de trabajo y dedicación propios con las virtudes, el trabajo y la habilidad ajenos suelen llamar sombra a lo que es en realidad un magnífico, importante y motivador ejemplo vital y literario.

 

* Escritor colombiano radicado en Barcelona, España. Es autor de Mapaná y La lectora. Colaborador habitual del periódico La Vanguardia de Barcelona.

MÁS ARTÍCULOS

El reportero

Por José Salgar

Obsesión por el poder

Por Antonio Caballero

De cerca y de lejos

Por Patricia Lara Salive

El Nobel

Por Gonzalo Mallarino

El cronista

Por Jon Lee Anderson

En La Cueva

Por Armando Benedetti J.

La sombra

Por Sergio Álvarez

El incitador

Por Edmundo Paz Soldán

La huella de un fantasma

Por Eduardo Arias

La mejor lectura

Por Rodrigo Fresán

Lecturas en un puente

Por Enrique Vila Matas

Retrato del lector joven húngaro

Por László Scholz

Amigo de los amigos

Por Carlos Fuentes

Maravillosa y sangrienta

Por Carmen Ollé

El vallenato

Por Rafael Escalona

El mexicano

Por Carlos Monsiváis

El amante del cine

Por Miguel Littin

El hermano

Por Jaime García Márquez

Diseño y montaje interactivo: Carlos Arango (Periodista de contenidos multimedia e interactivos)