Los personajes femeninos de las obras de García Márquez están basados en las mujeres de su familia, como su madre Luisa Santiaga.

Maravillosa y sangrienta

García Márquez no es sólo un genial fabulador, sino un cronista estupendo. Colombia se ve retratada en sus novelas y crónicas todo lo divina y maravillosa que es. Y todo lo sangrienta que, por desgracia, también es.

 

Por Carmen Ollé*

Si hay algo mítico y heroico en el universo narrativo de García Márquez son las mujeres que pueblan sus libros. Seres incomprensibles que él rescata del anonimato. Gabriel García Márquez confiesa tener un hilo de comunicación secreta con las mujeres que, a lo largo de la vida, le ha permitido sentirse más cómodo y seguro entre ellas que entre hombres. Además, las mujeres son las que sostienen el mundo mientras que los hombres lo desordenan con “brutalidad histórica”.

 

Mujeres como la tía Petra: “esbelta y sigilosa, con una piel de azucenas marchitas, una cabellera radiante color de nácar que llevaba suelta hasta la cintura, y de la cual se ocupaba ella misma. Sus pupilas verdes y diáfanas de adolescente cambiaban de luz con sus estados de ánimo”. La tía Winifreda, Nana, “la más alegre y simpática de la tribu” o Francisca Simodosea, la tía Mama, la generala de la tribu, que murió virgen a los 79 años: “se sentaba a peinarse la cabellera en un ceremonial sagrado de varias horas, consumiendo sin sosiego unas calillas de tabaco basto que fumaba al revés, con el fuego dentro de la boca”.

 

Estos personajes son también el reflejo de un mundo oscuro, liderado por las curanderas y magas, que de día resulta fascinante y de noche inspira terror. Por ello, en medio de esas “tropas de mujeres evangélicas”, la racionalidad masculina en la figura del abuelo le devuelve al autor la tranquilidad y el orden necesarios para sentirse con los pies en la tierra. Así, el mundo de las mujeres y su universo femenino pertenece a la imaginación, a la ficción; por el contrario, el universo masculino, al de la razón y a la realidad. En Vivir para contarla, García Márquez recuerda que quería ser como su abuelo: realista, valiente, seguro, pero nunca pudo resistir la tentación de asomarse al mundo de la abuela Mina, quien a pesar de la magia y la fantasía, supo ser el sostén de la casa en épocas difíciles. Ellas representan la profundidad y la pluralidad del barroco frente a la claridad y la inealidad del horizonte clásico. Mujeres que nos traen a la memoria las luchadoras sociales que, en época de crisis, dirigieron estoicamente la economía popular en nuestros países asolados por la miseria y las dictaduras fascistas.

 

Esas dictaduras de las que nos habla también en Relato de un náufrago García Márquez, cuando registra fríamente “el asesinato por la policía secreta de un número nunca establecido de taurófilos dominicales, que abucheaban a la hija del dictador (el general Gustavo Rojas Pinilla) en la plaza de toros”. Y cómo el hecho de haber relatado las peripecias del marinero Luis Alejandro Velasco, uno de los ocho miembros de la tripulación del destructor ‘Caldas’ de la marina de guerra de Colombia, que cayeron al agua y desaparecieron en el mar Caribe en medio de una supuesta tormenta, allá por el año 1955, casi le cuesta “el pellejo”. Porque Velasco resultó ser un falso héroe cuando se descubrió la verdad de la historia: el destructor ‘Caldas’ llevaba mercancía de contrabando. Diez días que Velasco tuvo que pasar en una balsa sin comer ni beber, sorteando toda clase de peligros, entre ellos, los temibles tiburones “saltando como delfines” sobre su precaria embarcación, en una narración que debe figurar entre los más excitantes relatos de aventuras.

García Márquez no es sólo un genial fabulador, sino un cronista estupendo. Colombia se ve retratada en sus novelas y crónicas todo lo divina y maravillosa que es. Y todo lo sangrienta que, por desgracia, también es.

 

* Carmen Ollé (Lima, 1947): Poeta y narradora, su libro de poemas Noches de adrenalina (1981) es uno de los mejores de la poesía peruana nueva.

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