Había que tener espíritu de aventurero para irse a vivir a Casuarito, Vichada, un caserío escondido, a más de dos días de Bogotá, por una carretera-trocha, que atraviesa toda la Orinoquía colombiana. Hace un poco más de 30 años llegaron los primeros valientes del interior del país que se asentaron allí, a orillas del Río Orinoco, y crearon un pueblo-vitrina, en medio de una región habitada únicamente por indígenas.

 

 “No nos dábamos abasto para atender a la gente”, recuerda Ana María Rangel, propietaria del almacén Caracas, ubicado sobre la calle principal de Casuarito, que hoy parece un pueblo fantasma. Ella y su marido, Mario Villalba, ex gobernador liberal del Vichada, montaron el almacén que tiene la representación de marcas de ropa de Medellín Lee y Pat Primo, muy apetecidas por los venezolanos que cruzaban desde el otro lado del río a comprar en su almacén. Hoy los únicos que lucen sus pantalones son los maniquíes, porque los 95 mil pesos que cuestan, ya no los pueden pagar los vecinos. “Este pueblo no tiene vida sin los venezolanos,” dice solitaria. Pueden pasar días sin que Ana María vea a un cliente. Aún así sigue abriendo todos los días.

 

Su cuñado, a quien conocen como Lucho en el pueblo, también espera que se aparezca algún cliente en su almacén de artículos de cuero. Recuerda que en los 38 años que lleva en Casuarito, ha habido otras épocas difíciles, depende mucho del valor del peso y del bolívar, pero ninguna de las crisis económicas anteriores ha sido tan dura como ésta. Cuenta que en su mejor época, en los ochenta, Casuarito llegó a tener hasta 3 mil habitantes, a pesar de que nunca tuvo, y aún no cuenta con red eléctrica, ni agua potable, y a pesar de ser una “vitrina” comercial, sigue siendo una inspección de policía, ni siquiera un corregimiento. Hay un puesto de salud, pero es atendido por una enfermera, no por un médico. La esposa de Lucho, quien falleció hace poco, era la odontóloga del pueblo.

 

Los dulces arranca muelas los vende Gloria Salcedo. Su tienda está apilada de paquetes de frunas, colombinas y caramelos colombianos, que llevan meses en los estantes. “Aquí toca guapearse,” dice sobre la situación económica de Venezuela, que ha incidido en que la gente haya dejado de cruzar el río. Varios almacenes en Casuarito han quebrado desde que el bolívar comenzó a bajar. Resulta irónico que haya sido casi al mismo tiempo en que el pueblo construyó un malecón al borde del río, con barandas pintadas de amarillo por donde se puede caminar y apreciar, de una lado las impecables vitrinas de los almacenes, y del otro, la tranquilidad del fluir constante del Río Orinoco.

 

 

“La situación no se puede poner más mala”, dice con su acento paisa Elsa Clarena Segura, secretaria de la Junta de acción Comunal de Casuarito y propietaria de uno de los restaurantes del pueblo, donde ofrece platos a la carta. Por la escasez en Venezuela, a veces tiene dificultad para conseguir algunos de los productos, pero lo que no hay allá, lo trae de Puerto Carreño. El lío es que puede pasar días sin que un solo cliente se siente a comer en sus mesas.

 

Por fortuna su familia, a diferencia de otras en el pueblo, tiene un ingreso fijo porque su marido es maestro de la escuela Antonia Santos en donde estudian casi 500 estudiantes. La mayoría, sin embargo, viven al otro lado del río, en Puerto Ayacucho y son hijos de colombianos que viven en el puerto venezolano, aunque también hay algunos hijos de venezolanos, que lograron conseguir un cupo, porque creen que la educación que reciben del lado colombiano es mejor.

 

La escuela, sin embargo, tiene sus propios problemas. La maestra Marta Suárez cuenta que los mismos estudiantes hicieron un paro escolar el pasado 8 de junio porque el magisterio aún no ha nombrado rector para secundaria. No tienen Internet, las plantas que utilizan para la luz eléctrica están dañadas y por eso no pueden usar los computadores y tabletas que tienen. La cancha deportiva aún no se ha podido arreglar en cuatro años.

 

Aún así, son los niños que viven en Venezuela, y que viajan todos los días en pateras ribereñas a las 6 de la mañana, los que hoy despiertan a Casuarito con su bulla y con su risa.

CASUARITO (COLOMBIA)

Una vitrina sin compradores

Sin los clientes venezolanos, los almacenes colombianos no podrán sobrevivir.

En la tienda de Gloria Salcedo, los dulces se vuelven viejos en los estantes.

El almacén Caracas de Ana María permanece abierto pero no hay clientes.

Las calles del pueblo están vacías

Elsa Clarena no tiene a quien servirle en su restaurante