.com

Este poblado no sólo se ha alimentado del nombre del parque nacional natural La Paya, por años ha explotado la madera y otros recursos. Por eso la declaratoria de reserva natural y la brecha que quedó para sacar materia prima los han afectado tanto.

Ese día llovió toda la mañana, por eso los pobladores se demoraron en salir de sus casas. Lla charla con las promotoras del ICBF rompió el hielo: no hay casos de desnutrición o maltrato, pero sí muchas vacunas por poner. Muchos son reacios a las ayudas. Por ejemplo, por don Serafín Silva esta Binacional no puede hacer mucho. A pesar del envidiable equipo que tiene el ‘bongo’ hospital colombiano, el caso de este anciano de 80 años se debe tratar con especialistas, pues su problema renal es grave y en medio de la nada una sonda es una calamidad. Don Benjamín ya se acostumbró a ir al pueblo cada dos o tres meses para que lo vea un médico.

La fuente de ingresos número uno es la madera y por eso hoy en día varios campesinos han sido abordados por las autoridades, pues el aprovechamiento en esta parte de la geografía es ilegal. Y como el río “ya no da lo de antes”, muchos se niegan a dejar la explotación de madera.

Los 86 niños de La Nueva Apaya empiezan sus clases hacia marzo si están de buenas. Las contrataciones de los docentes se pueden extender hasta junio o julio, lo que haría que los niños recibieran clases sólo dos o tres meses al año.

Sobre seguridad el líder de esta comunidad, Elkin Cortés, le dijo a Semana.com que “hay que saber llevar” el conflicto armado. En este sitio es una buena noticia que el desplazamiento se produzca más por el ánimo a buscar nuevos horizontes que por acciones de grupos armados.

La Nueva Paya

“Nos tienen olvidados aunque somos el pulmón del mundo”

Sobre el río Putumayo la presencia del Estado es mínima y en algunos casos nula. Semana.com visitó la frontera con Perú y arribó a siete poblados, todos sobrevivientes al abandono.

El río Putumayo ya no da tantos frutos como antes. Las continuas sequías han castigado la pesca y hasta el transporte se ha hecho más complejo para los miles que viven en la orilla. En la frontera poco o nada se conoce de relaciones entre países; peruanos, ecuatorianos y colombianos confluyen en el río y en el bosque, arterias de las poblaciones que a lado y lado se han hecho una sola familia que convive con el olvido. De Tres Fronteras, Perú, (Colombia al norte, Perú al sur y Ecuador al oeste) hasta Puerto Leguízamo, Putumayo, hay poco Estado.

El bosque tropical amazónico cobija la frontera. Con los buques artillados de la Armada nadie se mete, pero a las embarcaciones pequeñas -según contaron algunos pobladores a Semana.com- desde hace un buen tiempo les empezaron a cobrar vacunas por sólo dejarlas pasar por el río.

La Armada Nacional de Colombia es optimista con el tema del conflicto en la frontera con Perú, pero mientras más se acerca a Ecuador, crece la tensión. La principal preocupación son las minas antipersonal. Un solo desmovilizado de las FARC confesó haber sembrado unas 6.000 minas en todo Putumayo, con especial ensañamiento en Piñuña Blanca, un asentamiento del lado colombiano.

Según el capitán de Fragata Carlos Rodríguez, sólo en cercanías a la frontera con Ecuador, la Armada desbloqueó 256 minas y destruyó 17 campos minados en 2012. También identificaron que algunos “bandidos”, como les llaman los militares, están minando los cultivos que se encuentran en proceso de erradicación.

El Estado llegó con su fuerza a controlar el tema del cultivo de coca. En el 2012 se erradicaron 560 hectáreas de coca y se neutralizaron varios líderes pertenecientes al frente 48 de las FARC. Otra de las problemáticas es el comercio ilegal de madera en la zona declarada como parque nacional natural La Paya, que tiene 422.000 hectáreas. El transporte de insumos para la fabricación de cocaína también es uno de los dolores de cabeza de la Armada.

A pesar de la tensión, en ninguno de los siete caseríos que visitó Semana.com hubo confrontaciones o eventos de riesgo, y la respuesta de los pobladores siempre fue positiva en el tema de seguridad. Pero en otros temas tan básicos como la salud y la educación, el resultado fue desastroso.

El olvido se ve reflejado en limitaciones como, por ejemplo, registrar un recién nacido o asistir a un enfermo de gravedad. En la frontera muchos crecen sin ser ciudadanos ante la Registraduría y algunos mueren esperando asistencia médica o un tratamiento. Los niños son educados por personas escogidas por la misma comunidad en períodos de dos o tres meses de clase y, el resto, deben trabajar la tierra. En algunas poblaciones las propiedades no están tituladas, hay centenares de casas sin dueño legal.

El transporte depende siempre del genio del río. Algunas personas deben navegar en lancha rápida (cuando hay y cuando se tiene dinero para la gasolina) entre tres y cuatro horas para llegar a Puerto Leguízamo. La Colombia río abajo sobrevive contra la dureza de innumerables necesidades, cada una de ellas difícil y a veces imposible de satisfacer.
Este es un poblado con esperanza. La mayoría de los 130 habitantes son indígenas de la etnia Siona. Cada año el río se desborda y se lleva las conejeras y los cultivos, pero esta gente sigue, entre ellos se ayudan hasta dominar el barro.

Lo que más y mejor se da en esta tierra es yuca, arroz, maíz y plátano. La explotación de madera está prohibida por el mismo resguardo, no en vano los pilares de esta comunidad tienen de número 1 la tierra y en quinto lugar el medio ambiente. En Bajo Casacunte se siente menos el olvido, la desprotección. Algo particular en esta tierra es que muchos de los hijos adolescentes de estos pobladores indígenas estudian en Puerto Leguízamo. Hay cierta preocupación por parte de los padres para que los hijos no se queden en el campo, sino que salgan, se eduquen y puedan devolverle algo a la comunidad.

Un caso llamó la atención de los infantes y de las funcionarias del ICBF. “Mi niña no se puede mover”, así respondió una de las pobladoras al llamado para una actividad recreativa. A los siete años dejó de caminar. Tiene 20 años y permanece sola en la casa. Una de las funcionarias del ICBF alerta sobre el peligro que puede correr la adolescente por un posible ataque sexual, por varios factores que involucrarían no a la comunidad sino a los ajenos. Unos zapatos nuevos y una silla de ruedas le sacan una sonrisa a la niña. Su caso, dicen los médicos, también debe ser evaluado por especialistas.

Salado grande

“El internado está para caernos encima”

Un día sí, un día no. Así se administra la energía en este poblado que hace de internado, el único por aquí. Lo más visible de Salado grande es su colegio, Over Antonio Morales; 73 estudiantes y 36 internos son atendidos por profesores y cuidadores que gestionan lo que la administración les hace llegar. Los niños y adolescentes internos llegan porque sus padres no tienen cómo sostenerlos, lo que vendría siendo un oasis mientras las finanzas se componen. Comida y alojamiento los tienen asegurados gratis, por eso el número de internos tiende a aumentar, pero ya no hay dónde meterlos.

Por encima de los temas de salud uno de los cuidadores dice que lo más urgente es la renovación del internado, que se está cayendo a pedazos; también la comida, pues ya no alcanza para tantas bocas. El internado es uno de las tapones para atajar la pobreza en esta región, pero, como todo a la orilla del Putumayo, está a la buena de sus dioses.

Bajo Casacunte

“Que el Gobierno nos ayude, ni puesto de salud tenemos”

Tres Fronteras (Perú)

“Hay una pizca de ayuda, pero no rinde”

En el punto de partida de la Binacional los buques fueron recibidos con colores y fiesta. Unos 20 niños y su profesor salieron con bombas rojas y blancas al borde del río para gritar “¡Viva Colombia, viva Perú, viva la Binacional!” La alegría es sincera. En Tres Fronteras hay unos 200 pobladores, su principal sustento es el cultivo de yuca y plátano y todos trabajan: niños, mujeres, ancianos. Aunque es un caserío peruano, en este poblado hay un buen porcentaje de colombianos y otro de ecuatorianos que se han establecido aquí después de comprar una parcela o hacer otro tipo de negocio como montar una tienda. Las necesidades en salud son vastas; hay casos de malaria y dengue y pocas medicinas; traerlas desde Iquitos sería otra travesía de varios días.

Esta población peruana se apoya en Leguízamo para los casos graves y saben que deben ir con un buen dinero, pues corren el riesgo de que por su nacionalidad no los atiendan. Y si no hay para medicinas, menos para libros. En cuanto a seguridad, esta población se siente blindada, saben del conflicto al otro lado del río pero a pocos les ha afectado. Los mismos habitantes se declaran desprotegidos e identifican que si han sobrevivido ha sido por ellos mismos.

De la orilla del río al caserío hay unos 200 metros de loma. Conviven aquí 105 personas y la mayoría está dedicada a la agricultura. Aquí todo es difícil. Los perros tambalean llenos de pulgas. La gente es distante; los niños, secos, fríos. La jornada recreativa del grupo Geos de la Armada fue una de las más complicadas por la poca receptividad de los niños. Las funcionarias del ICBF no identificaron casos de desnutrición, pero sí les llamó la atención la apatía del grupo de niños.

En este poblado hay un proyecto único: una planta de concentrado para cerdos y pollos. Aunque están próximos a estrenarla, el sólo tenerla ya es un sueño hecho para los pobladores que quieren empezar a darle un valor agregado a lo que cosechan y hacerles el quite a la pobreza y al hambre.

Esta comunidad de campesinos amazónicos se ha mantenido unida por la esperanza que les ha traído el proyecto y han dejado de lado un puesto de salud que también se habría podido hacer con el dinero del Plan de Consolidación. “La salud es importante, pero lo que necesitamos es atacar al hambre”; con ese argumento nadie les pudo llevar la contraria.

Salado chico

“Lo que necesitamos es comida”

La Libertad (Perú)

“Si estoy en embarazo mi mamá me pega”

Un aguacero dificultó las labores de la Armada. El puerto es tan pequeño, que sólo el bongo hospital puede atracar. Únicamente unas 10 personas se acercan, tímidas. En 42 viviendas de madera, desperdigadas por toda la meseta, hay aproximadamente unos 265 habitantes.

La buena nueva es que están estrenando un colegio que les construyó y dotó el distrito peruano Elías Soplín Vargas. Ese distrito es el Puerto Leguízamo de las poblaciones peruanas.

Una de las historias que se tejieron en este poblado fue la de una menor a quien por sus molestias en los últimos días, el médico general le recomendó hacerse una prueba de embarazo. “Si da positiva, mi mamá me pega”, le dijo a la bacterióloga de la Armada. Pero esta niña ya es madre y lo que le preocupa, además de un regaño ,es que su novio, que está de viaje, se dé cuenta. Pudo descansar, la prueba dio negativo. En este extremo los anticonceptivos se ven como una rareza, la falta de control, para algunos líderes, ensancha la pobreza.

En el último poblado de la visita no hubo convocatoria. La falta de difusión sobre la visita de los buques y el día del maestro truncaron las actividades, por lo que sólo se oficializó con la entrega de botas, palas y juguetes a los que se arrimaron.

De 80 personas, 25 son niños. Es el único poblado en el que hay ganado. Tienen un juicioso cultivo de arroz y una trilladora. ¿El río les da algo? “Sí, nos ha perjudicado varias veces”, responde un campesino. Los labriegos se quejan de las detenciones que han sufrido por transportar y comerciar madera, “a veces es lo único que podemos hacer aquí”, argumentan.

En este pueblo, el más cercano a Puerto Leguízamo, cuentan con colegio, restaurante, escuela y baños. No hay centro de salud, por lo que los enfermos deben esperar días o aventurarse al río.

Nueva Esperanza

“El campesino está abandonado por el Estado”

El recorrido realizado por Semana.com va de Tres Fronteras (Perú) hasta Puerto Leguízamo en el Putumayo colombiano.

Para contrarrestar las necesidades de las poblaciones a lado y lado de los ríos Putumayo y Amazonas, la Armada Nacional de Colombia y la Marina de Guerra de Perú crearon la Jornada Binacional de apoyo al desarrollo de esos dos países, con el fin de "reafirmar la soberanía, hacer presencia en los lugares más alejados de la geografía y mejorar las condiciones de vida de los pobladores de la región” sin distingo de nacionalidad.

Según la Armada Colombiana, los organizadores esperan atender a más de 10.000 personas, entre indígenas y campesinos de ambos países, durante toda la travesía. Unos 70 profesionales de la salud y militares embarcados en tres naves colombianas y dos peruanas recorrerán cerca de 2.502 kilómetros para visitar 107 poblaciones ribereñas, 48 de ellas colombianas. Los buques llevan cerca de siete toneladas entre medicamentos; donaciones de las empresas privadas; elementos como palas, botas, maletines, cuadernos, y artículos especiales como sillas de ruedas para la población discapacitada.

Uno de los frentes que mejor definición tienen es el de prestar ayuda en medicina general, odontología, nutrición, vacunación y laboratorio clínico. Por parte del ICBF se tienen planeadas charlas sobre buen trato y prevención de violencia intrafamiliar. El grupo Geos de la Armada desarrollará actividades de recreación.

A su vez, el Ministerio de Cultura entregará 6.100 obras literarias en el marco del programa ‘Leer es mi cuento’, para incentivar la lectura, y ofrecerá diferentes talleres con adultos y niños.

La Séptima Jornada Binacional de apoyo al desarrollo Colombia-Perú empezó desde Tres Fronteras, Perú, el 13 de mayo y terminará en Chimbote, Perú, el 18 de julio.

Diseño y Montaje: César Moreno

Reportería y Redacción: Fabián Cristancho

Fotografía y Edición de videos: Diego Llorente

Agradecimientos: Armada Nacional y Cancillería

Un acuerdo para que el Estado llegue