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ESPECIAL RIO MAGDALENA

INTRODUCCIÓN 21 Colombia es un país de extremos tanto en lo político como en lo ambiental. Por citar algunos ejem-plos, guerra versus paz, Uribe versus Santos, minería versus medioambiente. Desde el año anterior, estos extremos se acentuaron aún más con las discu-siones sobre proyectos mineros y de desarrollo en infraestructura fluvial, en las que quienes trabajamos en ciencias naturales fuimos estigmatizados como “ambientalistas extremos”. Quizás una de las implicaciones más peligrosas de esta clasificación ha sido la de generar los polos opuestos entre desarrollo versus conservación, sin plantear argumentos basados en el más alto nivel científico, con posicio-nes neutrales y soportadas en eviden-cias serias y verificables. Es aquí donde todos perdemos: la academia, sumisa y bajada al nivel de “locos ambienta-les”; el país al no basar su desarrollo en ciencia; y los activos ambientales, cada vez en mayor riesgo de extinción debido a la falta de conexión y diálogo entre tomadores de decisión y cien-cia. En conclusión, en Colombia no se genera desarrollo basado en eviden-cias científicas, más bien al revés: las evidencias científicas se deben ajustar a los planes de desarrollo. Uno de los principales activos ambientales del país es, sin duda, el río Magdalena y toda su cuenca hidrográ-fica. En términos socioeconómicos, en la cuenca habita el 77 por ciento de la población del país, se genera el 80 por ciento del PIB, se produce el 70 por ciento de la energía hidráulica, el 95 por ciento de la termoelectricidad, el 70 por ciento de las cosechas agríco-las, el 90 por ciento del café y el 50 por ciento de la pesca de agua dulce. Gran parte del desarrollo eco-nómico de Colombia se ha gene-rado a partir de activos ambientales del Magdalena como bosques, sue-los, recursos hídricos y mineros. Sin embargo, el costo de este desarrollo ha sido evidente en la degradación ambiental. Más del 80 por ciento de los bosques originales fueron talados en las tres últimas décadas, la pesca se ha disminuido en más del 50 por ciento en el mismo periodo y la ero-sión se ha incrementado en más del 30 por ciento en la última década. La erosión de los suelos y el transporte de sedimentos en sus aguas es uno de los temas más sen-sibles en la factibilidad del proyecto de navegabilidad. El Magdalena está entre los diez primeros lugares de los ríos a escala global con mayor pro-ducción de sedimentos. Condiciones climáticas como la alta precipitación, geológicas como drenar un sistema montañoso joven y con alta activi-dad sísmica, y morfológicas, como sus suelos en altas pendientes, hacen que naturalmente se generen cantidades de sedimentos. No obstante, la defo-restación y el cambio en el uso de los suelos incrementaron las tasas natura-les de erosión. Cerca del 34 por ciento de la erosión en la cuenca, o aproxi-madamente 54 millones de tonela-das de sedimentos al año, se generan debido a la deforestación, según un estudio reciente de la Universidad Eafit publicado en la revista científica Anthropocene. Durante las últimas décadas, el desarrollo en infraestructura fluvial de los ríos colombianos se ha caracteri-zado por proyectos puntuales de ‘inge-niería gris’. Quienes han ejecutado estas obras civiles han visto nuestros ríos como un “tubo hidráulico” y no como la integralidad de una cuenca-región con interacción de diferentes ambientes geológicos, biológicos y sociales. Este sesgo no ha permitido que los proyectos de desarrollo invo-lucren en sus análisis de factibilidad estudios sobre la producción de sedi-mentos, de zonas críticas de aportes sedimentarios, del impacto de la defo-restación y de cambios de uso del suelo en la generación de sedimentos, y de las conectividades hídricas y biológi-cas. Además, los escenarios de erosión no son contemplados en las proyeccio-nes futuras de las obras de infraestruc-tura y del dragado de canales. La cuenca del río Magdalena y su cauce principal son una de las áreas hidrográficas menos estudia-das y analizadas de todos los grandes ríos suramericanos, incluyendo el Orinoco, Amazonas, Sao Francisco y Paraná. Más del 90 por ciento del río y de su cuenca no se conocen cientí-ficamente en relación con la evolu-ción de canales, de zonas de inunda-ción, de barras e islas arenosas y de otros ambientes fluviales. Si no exis-ten modelos físicos de los ambientes fluviales, ¿cómo se puede predecir la factibilidad de las obras de inter-vención y adecuación hidráulicas? Y es aquí, en el conocimiento físico y biológico del río, con ciencia de alto nivel y no con los desprestigiados estudios de impacto ambiental estilo copy-paste, es donde ya deberíamos iniciar todos, academia, gobierno (Cormagdalena) y ONG, para gene-rar la “línea base ambiental” sobre la cual se diseñarán los proyectos de intervención de obras civiles. Nuestro deber desde la acade-mia es acompañar a Cormagdalena, la entidad del gobierno a cargo del desarrollo en infraestructura fluvial, y generar ciencia para mitigar los impac-tos de las obras en el funcionamiento hídrico, sedimentológico y de conecti-vidad entre los diferentes ambientes. Las decisiones costo beneficio de los proyectos de intervención civil en los ríos deberían basarse en ciencia transdisciplinaria y no solo en proyec-tos de ‘ingeniería gris’. La evaluación económica de los servicios ecosistémi-cos de los ambientes fluviales debería ser parte de la ecuación de decisión. Más del 90 por ciento del río no se conoce científicamente en relación con la evolución de canales, de zonas de inundación y de otros ambientes fluviales. POR Juan D. Restrepo A.* * Ph. D. P rofesor investigador, Escuela de Ciencias Universidad Eafit. Investigador del P royecto Unesco Ríos Tropicales. Miembro de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, F ísicas y N aturales.


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