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ESPECIAL RIO MAGDALENA

INTRODUCCIÓN Guillermo, de Canadá”, es su abraca-dabra ante cualquier lugareño), todo alto, todo erguido, todo rubio como un guayacán amarillo encendido, sal-tando rocas. Y así fue en Ambalema, cuando las aguas del Magdalena ya tienen la profundidad para que los mucha-chos del pueblo hagan malabares en los pilotes del puente y se lancen en voladora circense. Nada que envi-diarles: unos kilómetros antes, aún en el Huila, antes del Tolima, Davis había aprovechado las últimas aguas del Suaza que caían al Magdalena para darse un baño vestido de Adán con aquella naturalidad de baquiano que dije y esa condición de anfibio que también ya dije. Wade Davis ha recorrido en los últimos diez meses tres veces el río Magdalena. Lo ha hecho con fruición y lo ha dejado escrito, por ahora, en esmeradas notas en un gran cuaderno que carga y lo ha dejado guardado también en miles de fotografías tomadas con una sen-sibilidad poética que hace de la luz su aliada. Lo volverá un libro que se sumará a la Colección Savia que viene auspiciando el Grupo Argos y, en él, Davis pondrá su testimo-nio de lo que para muchos parece-ría una utopía: el Magdalena útil, el Magdalena navegable, el Magdalena metáfora de Colombia, el Magda-lena a salvo del deterioro que le ha Y lo parecería. Utopía, digo, en el punto temible donde el río grande recibe el azote del río Bogotá. Pero aquí fue cuando se reafirmó la espe-ranza. Hasta entonces la expedición que hacíamos se había declarado feliz ante la magnificencia de las cor-dilleras Occidental y Central tan cer-canas. Y frente a esos caprichos de la geología antes de Villavieja que dan paso al desierto de La Tatacoa. Y ante los remansos del Tolima y los ríos fríos que bajan de los neva-dos por los lados de Honda. En todo eso estábamos cuando llegaba el río Bogotá con su leyenda y sus aguas negras. Pero, en su vuelo, Wade Davis capturó en su lente un ave blanca que le hacía morisquetas. 29 El etnobotánico y antropólogo canadiense, profundo conocedor de Colombia, ve en el rescate del Magdalena la ocasión para una gran cruzada de unidad nacional. POR Héctor Rincón* Con todo lo canadiense que es y todo lo educado en Boston que ha sido; con sus pasaportes atestados de sellos de fronteras muy lejanas y con ese aire radiante de ex-plorador de la National Geographic y con esa sapiencia de profesor ve-nerable de la Universidad de British Columbia, con todo ese equipaje que mueve en su metro noventa y pico de centímetros, Wade Davis va por estos recovecos como un anfibio. Posee una naturalidad de baquiano y mantiene una curiosi-dad de científico en ciernes como aquella que desenvainó hace 40 años cuando exploró el Amazonas. De esa expedición por arroyos, riachue-los y ríos desmadrados y bosques tupidos, Davis obtuvo la satisfacción de haber hallado las huellas de su maestro Richard Evans Shultes y de haber encontrado materiales para un libro. Hablo de El río, el deslum-brante texto de 639 páginas que ya es un clásico no solo de la etnobotánica sino que puede mencionarse al lado de los de los cronistas del descubri-miento, aquellos que se han vuelto míticos bajo el imitado mote de cro-nistas de indias. Pero ahora hablo del Magda-lena, al cual apuntan de momento los sentidos de Davis. No es que haya vuelto al agua ahora que ha hecho varios recorridos por la cuenca del Magdalena. No. Wade, como escritor de la National Geographic, cada rato está en un delta. En el del Támesis, en el del Ganges, en el del Danubio. Es normal que conteste una llamada telefónica desde por allá o también desde Katmandú, porque vive lle-vado por el ventarrón que es y que consta en sus pasaportes de Estados Unidos, de Canadá y de Irlanda. El Magdalena lo ha atrapado porque Colombia ha labrado en Wade una predilección que de veras alimenta. Cómo no si fue aquí donde dio su primer beso y donde se hizo a su primera borrachera. Era 1968, tenía 14 años y lo empacaron para Cali en intercambio escolar y allí comenzó a construir una historia de amor que se ha ido afianzando con “En un día de correría, se pasa por diez Colombias distintas. Por eso este debe ser símbolo de la potencia del país y el reto para hacer cambios profundos”. sus excursiones arduas por las entra-ñas del país, con amigos que tiene por montones y por todo eso le basta poner los ojos sobre un mapa para señalar hacia qué cordillera vamos. Esa mañana, por ejemplo, dijo que estábamos en Rioblanco, en un resguardo yanacona, cuando se bajó del carro a empujar para ayudar a sacarlo de un barrizal al punto insorteable. Y conoció y se volvió amigo inmediato de la fami-lia Papamija y se mojó hasta escu-rrir en ese paraje por el que nos abríamos paso por entre la neblina hacia el Gran Macizo Colombiano donde nace el Magdalena. Así fueron las cosas. Y así siguieron siendo en el estrecho, ese punto en el Huila donde sorteó los dos metros de ancho que allí tiene el río con un brinco alegre por entre las piedras que parecen huevos pre-históricos como los narrados en Macondo. Ahí va Wade (“Hola, soy impuesto el país tóxico. * Periodista. D irige Colección Savia. en la colonia, el río Magdalena fue la única vía por la cual la capital, Santa Fe de Bogotá, se comunicó con el puerto de Cartagena de Indias, y de ahí con Europa.


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