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ESPECIAL RIO MAGDALENA

Recordó la vez que en Palo Blanco vio una playa repleta de calaveras de víctimas de la Violencia. Me habló de los tiempos en que no cocinaba con aceite sino con grasa de pescado, y hasta los huevos quedaban con sabor a bagre. También me contó que, para pescar, los hombres usa-ban ‘chingas’, una especie de falda, y las mujeres, ‘chingues’, un vestido largo. Se refirió al Mohán, ese ser sobrenatural del que tanto se ha hablado en los relatos populares de los ríos colombianos. Me dijo que lo vio acurrucado en una roca, con un pelaje rojizo, que brillaba con el sol. “A veces él se portaba repelente. Uno veía el cardumen de pescado y le echaba la red y no cogía nada. No sé por qué él hacía eso, no sé si era jugando o peleando. Pero después de joderlo a uno y mandarlo a la casa cansado y sin plata, uno volvía al otro día y con un solo lance ya sacaba la pesca de un día”, me contó. Hasta ese momento nunca había pescado en el Magdalena Medio. Mi interés creció y una Navidad conocí el río que más me gusta de Colombia: La Miel. Por Facebook contacté a Luis Carlos Quiceno, un guía de pesca muy 33 foto: cortesía hotel la cachaza ciento de los bosques que había desde la llegada de los españoles. En el Magdalena Medio es usual que el termómetro llegue a los 40 grados centígrados. Algunos dicen, incluso, que las piedras saltan y estallan por el calor. Así, sin bos-ques que las protejan, las miles de hectáreas deforestadas allí son cal-cinadas a diario por el sol y pisotea-das por al menos 300.000 cabezas de ganado, que con sus casi 400 kilos de peso erosionan los terrenos aledaños a los ríos La Miel, Manso, Samaná, Río Claro, Cocorná, Caldera, Negro, Carare, Opón, Sogamoso, Lebrija y casi 100 quebradas que caen desde las cordilleras y la serranía de San Lucas. Los ganaderos les dejan, ape-nas, una franja de árboles a lado y lado. Pero no es suficiente. Quebra-das como Las Mercedes, en Antio-quia, o Pontoná, en Caldas, cada año tienen menos agua. Pero las reses no son las únicas que emboscan los ríos. Cultivos y laboratorios de coca, pesca indiscri-minada y las retroexcavadoras de la minería ilegal tienen agonizando a los ríos y a sus especies. El bocachico que suele venderse frito en la zona viene de Argentina. Los caldos de bagre ya no son del rayado, sino de basa, que viaja congelado desde el otro lado del mundo. De hecho, ya se sabe que este pez del río Mekong, en Vietnam, llegó a Colombia ile-galmente a algunas pisciculturas y así, por accidente, algunos ejem-plares cayeron al Magdalena. Juan Carlos Pérez Ochoa, de la Funda-ción Humedales, encontró el pez en Bocas del Carare, entre Puerto Berrío y Barrancabermeja. El basa es muy voraz, se adapta con facili-dad a los ecosistemas y puede crecer hasta un metro y medio. Hoy, los nicuros, bagres, bocachicos, patalós, picudas y doradas deben competir con un enemigo formidable. *** Veinte años después de mi primera visión del río Magdalena, conocí a Miguel de los Santos Prada, un pescador que me contó sus his-torias de pesca en el río desde 1930. el sistema fluvial de Colombia tiene 24.000 kilómetros de longitud, pero solo 7.063 kilómetros son navegables. INTRODUCCIÓN He visto los ríos del Magdalena Medio por lo menos 50 veces. Allí he sentido más de 50 veces la emoción de conocer el mar.


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