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ESPECIAL RIO MAGDALENA

esas tumbas: las pintaban y hasta les ponían vasos de agua, porque para ellos el ánima tiene sed. Esa relación con el muerto sin nombre fue lo que me conmovió. SEMANA: ¿Cómo construyó su relación con la comunidad? J.M.E.: El cementerio era el lugar cen-tral de mis visitas. Con mi cámara fui acercándome al sepulturero. Poco a poco, don Ramón me fue abriendo las puertas con adoptantes de la co-munidad. Hubo un momento espe-cial: en 2010 se inauguró la Casa de la Cultura y me invitaron a mostrar las imágenes de las tumbas. Mostré más de 90 fotografías. Esa exposición fue importante porque me di cuenta de que el ritual de adopción de los NN no era solo un capricho de la gente por el favor personal; iba mucho más allá: era parte de un contexto de una profunda violencia. SEMANA: ¿Cómo transcurre el ritual de la adopción? J.M.E.: Los pobladores sacan del río a los muertos y les dan una sagrada sepultura. Luego, empiezan a pe-dirles favores a las ánimas de esos NN. Cuando las ánimas cumplen esos favores, la gente los bautiza y les hace ofrendas en las tumbas. En lo individual del ritual sí hay un be-neficio propio cuando las personas esperan que el ánima les ayude con algo. Pero cuando se vuelve colec-tivo, los muertos se hacen parte de una comunidad que dice: “Nuestro río nos los ha traído, aquí los tene-mos presentes y no los olvidamos”. El pabellón de los NN es muy visita-do por la población, es algo que he vivido y es extraordinario. SEMANA: ¿Qué debería aprender Colom-bia de la gente de Puerto Berrío? J.M.E.: A no darles la espalda a nues-tros muertos. Los años pasaron y nunca pensamos que un muerto en Putumayo también es un muerto nuestro. Una señora de Puerto Be-rrío me contaba que en los ochenta, cuando aumentó la violencia en la época de Pablo Escobar, las filas de muertos que bajaban por el río eran tantas que ella dejó de comer pes-cado. Otra señora muy culta, dueña de una pequeña farmacia, me dijo: “Aquí nos comimos los muertos en el bocachico”. SEMANA: ¿Cómo convertir la memoria del río y de sus pueblos ribereños en la memo-ria de todo el país? J.M.E.: El Magdalena nos atraviesa a todos y nos pertenece a todos los colombianos. Es un testigo mudo muy valioso. SEMANA: ¿Puede el río reparar de alguna manera lo que el conflicto ha roto? J.M.E.: El río ha sido un testigo silen-cioso de la guerra, pero no es el úni-co. Creo que es la población ribereña la que puede lograr que ese río nos hable. En Puerto Berrío la gente nos cuenta una historia a través de un ri-tual de adopción de los NN. Es allí donde entra la reparación. SEMANA: Wade Davis sugirió reciente-mente un día de limpieza o resarcimiento al río para que siga fluyendo. ¿Qué deberíamos hacer en el plano simbólico? J.M.E.:  Es muy importante trabajar-les a estos testigos silenciosos. ¿Qué hacerle al río? Deberíamos pregun-tarle a la gente en los puertos cómo limpiaría un río por el que ha bajado tanta muerte. La carga emocional de un proyecto de esos sería muy bella y fuerte para la gente a orillas del río. SEMANA:  ¿Cuándo empieza el río a ser ‘receptor’ de la muerte en Colombia? J.M.E.: La desaparición en Colom-bia es una práctica muy vieja, pero está claro que en los años cincuenta estalló y los ríos arrastraron todo. En muchos otros cementerios del Magdalena Medio, donde he esta-do varias veces, también encontré NN. Uno ve que alguien le pone al magdalena tamBién se le llama ‘Río de la patria’ o ‘Río de la historia’. INTRODUCCIÓN una vela o una flor, pero ese paso siguiente, de darle un nombre, no lo he encontrado en ningún otro ce-menterio del Magdalena. SEMANA: ¿Y en Puerto Boyacá? J.M.E.: Es diferente. Allá uno entra al cementerio y se encuentra tumbas lujosas para Pablo Emilio Guarín y Henry Pérez, fundadores del pa-ramilitarismo. Más adelante, están dos guerrilleras a las que llaman ‘las milagrosas’. En 2015, hice una última visita y vi que alguien les había pues-to una placa, y nombre y apellido a cada una. Creo que fue el inicio del ritual. SEMANA: ¿La violencia cesó en el río? J.M.E.: Me cuentan que hace meses no baja un NN. SEMANA: Uno de sus videos más emble-máticos es ‘Bocas de Ceniza’, que muestra, entre otras víctimas, a las de Bojayá can-tándoles a la vida y a la muerte. ¿Por qué lo llamó así, si en principio ninguno de estos lugares tiene relación con la desembocadu-ra del río Magdalena? J.M.E.:  Es un nombre metafórico. Bocas que le cantan a la muerte, pero que al cantar están vivas. Nos cuentan sus historias y no nos dejan olvidar. Si esos cantos no hubieran sido grabados se habrían olvidado dentro de Bojayá. Por eso la impor-tancia de estas herramientas y tam-bién de construir una obra a través del arte y de lo político. “Deberíamos preguntarle a la gente en los puertos cómo limpiaría un río por el que ha bajado tanta muerte. La carga emocional de un proyecto de esos sería muy bella”. Juan Manuel Echavarría conoció los rituales en 2006. Lo conmovió la relación entre la gente y el muerto sin nombre.


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