Laguna Verde, primer plano del páramo. En el medio pinos y al fondo cultivos de papa. / Foto Instituto Humboldt

El Páramo de Guerrero

Los páramos almacenan y regulan los flujos hídricos de la superficie y del subsuelo. En ellos nacen muchos ríos y allí habitan especies endémicas. El complejo de Guerrero es un sistema de páramos, en el norte de Cundinamarca, ubicado entre los 3.200 y los 3.780 metros sobre el nivel del mar (msnm). Se calcula que el 70,5 por ciento de su territorio ha sido modificado. Según el Atlas de Páramos de Colombia.

Complejo Guerrero, las comunidades muiscas que lo habitaron aprovecharon los recursos de los pisos térmicos según los ciclos temporales. Durante la Colonia se sobreexplotaron sus maderas para la producción de energía. Según Paulo Rodríguez, líder del grupo de Valoración Económica en la Autoridad Nacional de Licencias Ambientales, en los años cuarenta se comenzó a expandir la frontera agrícola hacia las zonas de páramo. Se cultivó cebada para cerveza y papa destinada a Bogotá.

Hoy en día no se registra una transición gradual entre el bosque andino y el páramo: ya no existen las coberturas propias de estas alturas. Por encima de los 3.000 msnm se encuentran 11 explotaciones de carbón activas y seis inactivas. También se extrae hierro y arcilla.

El País que podemos construir

Por Germán Andrade, biólogo / profesor Universidad de los Andes.


El siglo XX podría ser recordado como el de la deforestación. Un hipotético viajero en los años cincuenta hoy no reconocería gran parte del territorio. Hacia 1960 había extensas selvas en el Magdalena Medio, el piedemonte amazónico, Urabá y el Catatumbo.

El bosque seco tropical, ya severamente talado durante el siglo XIX, todavía no había sido disminuido a algunos diminutos retazos. La Ciénaga Grande de Santa Marta no había experimentado el colapso masivo del manglar, la laguna de la Herrera en la sabana era un espléndido y frustrado santuario de vida silvestre en las goteras de la gran ciudad. La laguna de Fúquene era todavía un gran lago en el norte de los Andes.

Con un conocimiento de ecología, lo que más lamentaría el imaginario viajero sería la casi total desaparición en muchas regiones de los bosques altoandinos en la transición con el páramo. Para los ecólogos, en las últimas décadas se ha acelerado la transformación de los ecosistemas y la generación de una huella ecológica, ambos temas documentados en las revistas del mayor prestigio internacional; novedades del conocimiento que ni siquiera llegan a los medios de comunicación.

Mientras en el siglo XIX se hablaba de “derribar montañas” para civilizar la tierra, hoy en las más alejadas fronteras se discuten “locomotoras para jalonar el crecimiento económico”.

Los colombianos, como extranjeros en su propia tierra, seguimos empeñados en borrar la memoria de la naturaleza. A cambio no emerge un paisaje social y ambientalmente seguro y sostenible. Tenemos uno ‘potrerizado’ y no somos una potencia ganadera. La sociedad no parece todavía entender las implicaciones de ese país que estamos ‘cons o des-truyendo’.

En los próximos 50 años no solo se define el futuro de las selvas del Chocó y de la Amazonia, de los mosaicos de sabanas en el Vichada, de los grandes complejos de humedales. Podría estar en juego el futuro del mejor país que todavía podemos construir.

Vegetación típica de páramo. Al fondo papa en diferentes momentos del cultivo. / Foto Instituto Humboldt

Cercas vivas con especies nativas de páramo. Al fondo siembra forestal de pino. / Foto Instituto Humboldt

Turbera o pantano de páramo conservado. / Foto Instituto Humboldt

Otros páramos en riesgo