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Kael: el perro que murió en una mina explosiva

Kael, el mártir

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Kael, el mártir

El pastor belga apenas alcanzó a advertir de la presencia de explosivos a su patrullero guía, cuando la onda los mandó por los aires. Los dos lucharon por recuperarse, pero uno de ellos no sobrevivió.

Parecía que la jornada del 16 de octubre había terminado sin ningún contratiempo para el grupo de erradicación de coca en el que iba el patrullero Rico, que se había desplegado por las montañas de Tarazá, en Antioquia, una zona asediada por el Eln, las disidencias de las Farc y el Clan del Golfo. Pero durante el regreso a la base, Kael se detuvo de repente, movió la cola y volteó a mirar a Rico, que caminaba unos 10 metros atrás. El patrullero, que conocía perfectamente a su perro y podía leer cada una de sus actitudes, supo de inmediato que su compañero había detectado explosivos. No había terminado de asimilar la advertencia cuando sintió el estruendo, la onda lo atrapó y lo mandó a volar por los aires.

Allí en ese enclave cocalero de Antioquia era la primera vez que el patrullero de 23 años, miembro de la Policía Antinarcóticos, salía a acompañar la erradicación de cultivos ilícitos. Una cordillera agreste, montaña tras montaña poblada de maraña, como le dicen las tropas a esa vegetación tupida. Kael tenía 3 años y llevaba 4 meses junto a Rico, quien lo recibió en la escuela canina de Facatativá y lo reentrenó, en un proceso juicioso con el que el guía y el perro estrechan sus afectos y se convierten en una unidad, que se cuida y se mueve entre el peligro a total sincronía. Como iban ese mediodía que, escondido entre la vegetación, algún desconocido esperaba a que pasaran para activar, a distancia, el artefacto explosivo.

Kael

Kael se detuvo de repente, movió la cola y volteó a mirar a Rico, que caminaba unos 10 metros atrás. El patrullero, que conocía perfectamente a su perro y podía leer cada una de sus actitudes, supo de inmediato que su compañero había detectado explosivos.

Cuando Rico se golpeó violentamente contra el suelo estaba tan aturdido que apenas atinó a palparse su cuerpo para verificar que sus extremidades estuvieran completas. Luego intentó enfocar su entorno, quiso ver a Kael, saber si estaba vivo, pero la onda había levantado kilos de tierra que le habían nublado los ojos, y que le causaban un dolor indecible cuando intentaba abrirlos.

Minutos después, un helicóptero aterrizó en la cordillera para recoger a los heridos. Otros dos policías habían sido alcanzados por esquirlas. Cuando un explosivo de esos estalla, cualquier piedra, cualquier astilla se puede disparar como una bala. En la aeronave y en medio de una oscuridad que se esparcía por su cabeza, Rico supo que Kael, su pastor belga, iba al lado, malherido. Rico había sido impactado por decenas de esquirlas. Kael tenía sus extremidades traseras destrozadas, y el fémur fracturado.

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En las selvas y los terrenos más duros en los que trabajan, los perros pueden contraer enfermedades como la leishmaniasis, o parásitos que afectan su capacidad cardiaca.

Los heridos viajaron hasta Montería para recibir atención. La teniente Jeimy Bucurú, veterinaria de la unidad de guías caninos de la Policía Antinarcóticos, estuvo al tanto de la lucha por salvar la vida de Kael. Desde que ella asumió este trabajo, hace cuatro años, ha visto morir alrededor de 30 perros policías por distintas causas. La mayoría de ellos fallecen de viejos, jubilados en las instalaciones de la base de Guaymaral, al norte de Bogotá. Y aún en esos casos en que la muerte les llega de forma natural, ella sabe que ese peligroso trabajo les disminuye el tiempo de vida.

"Normalmente, un labrador o un pastor belga que es mascota, puede llegar a los 18 años de vida, pues permanece poco activo. Acá, el perro (jubilado) más viejo que hemos tenido era de 16 años. Así que el recorte de vida puede ser de al menos 2 años, y eso para un perro es mucho, como 14 años de vida en humanos. La mayoría de muertes son por estado geriátrico, por problemas de cadera, de riñón, todo esto va generando un desgaste".

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La teniente Jeimy Bucurú, veterinaria de la Policía Antinarcóticos, dice que las dificultades del servicio disminuyen, en promedio, dos años de esperanza de vida de los perros policías. Eso, en tiempo de humanos, puede leerse como 14 años.

Pero además de ese recorte vital del servicio, Bucurú también ha visto morir a varios por las complicaciones de las zonas de guerra. Unos 10, calcula, en estos años, aunque hace mucho no le tocaba un caso violento como el de Kael. "Mueren principalmente por hemoparásitos, leishmaniasis y el gusano de corazón, parásitos muy grandes que les disminuye la capacidad cardiaca". Es decir, mueren por las afecciones que contraen en el terreno, prestando el servicio.

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Los desplazamientos en distintos medios de transporte y el trabajo en climas y geografías adversas son parte de las dificultades con las que los perros policías aprenden a lidiar.

En Montería, Kael intentaba sobrevivir. Recibió una transfusión de sangre pero no soportó la cirugía. A Rico le lavaron los ojos en el hospital. Cuando volvió a ver, a tener conciencia, supo que su perro había muerto. "No es tanto por el tiempo que se pasa juntos, sino por el vínculo tan grande que se genera en el servicio". Así explica el patrullero ese dolor que sintió. Por su convalecencia, ni siquiera pudo asistir a la despedida del héroe que le dio la Policía en Montería, donde lo enterraron. La última imagen que le quedó de su perro fue la advertencia que le hizo, cuando se volteó para señalarle el artefacto, un segundo antes de que ambos fueran separados por la onda explosiva.

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Los perros también acompañan al Ejército en operaciones riesgosas como los allanamientos a minas o la atención de desastres ambientales.