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Carlos Sánchez se hizo fuerte jugando descalzo en los barriales de Quibdó. Su cuerpo, desde chico, estaba predispuesto para el fútbol. Sin embargo, tuvo que persistir, ser paciente y buscarse un lugar lejos de casa para cumplir el sueño de ser profesional.

- por: Jaime Flórez

El torneo Amistades del San Juan era como la Copa Mundo para los adolescentes chocoanos, el que ninguno se quería perder. En 1998, Carlos Alberto Sánchez, de 13 años, era el baluarte, el refuerzo de un equipo de universitarios que el profesor Plinio Hurtado había conformado para representar a Quibdó.

Para llegar hasta Andagoya, donde se jugaba el torneo, tenían que recorrer durante tres horas una carretera pavimentada que a ratos se volvía trocha destapada. Por eso, el día que comenzaban los partidos, los muchachos tenían que reunirse muy temprano en la mañana. Pero llegó la hora y Sánchez no llegaba a la concentración y nadie daba razón de él. El profesor y sus muchachos se montaron al bus y en vez de coger camino a Andagoya se fueron para el barrio El Bosque, uno humilde, como la mayoría de los de Quibdó, de vías destapadas, casas de una planta y fachadas en obra negra.

El profesor Plinio Hurtado dirigió a Carlos Sánchez en el Pony Fútbol, cuando era un adolescente y buscaba mostrarse a los clubes profesionales. Jeison Riascos/SEMANA

El bus paró frente a la casa de Sánchez, el profesor se dirigió hasta la vivienda y allá se encontró a su jugador, quien se negaba a abordar aunque, en el fondo, era lo que más deseaba. El técnico lo interrogó y terminó conmovido por la explicación que le dio su estrella: no tenía guayos para jugar. En medio de la resistencia, lo convenció de ir, con la promesa de que le conseguirían los zapatos.

Jossimar Hurtado, quien fue parte de ese equipo, recuerda que jugaron tan bien los primeros partidos, con Sánchez como la clave del mediocampo, que tuvieron que abandonar Andagoya, "salir corriendo", dice él, antes de disputar las finales, para evitar que los molieran a golpes. Quibdó, que hace parte de la región del Atrato, era el municipio invitado al torneo organizado en la provincia de San Juan, y los lugareños no estaban dispuestos a permitir que los foráneos se llevaran su trofeo.

Una mirada apresurada por Quibdó haría creer que no hay nada dispuesto para que esa sea una tierra de futbolistas: las canchas son escasas y precarias, apenas hay 2 grandes (para equipos de 11 jugadores) y un par de escenarios medianos; aunque son 116.000 habitantes, en 2017 apenas se destinaron 253 millones al deporte, es decir, 2.181 pesos por persona; más del 60% de la población del Chocó es pobre, lo que ubica al departamento en el peor sitio de ese ránking. Aún así, en Quibdó han nacido algunas estrellas y entre esas, el aguerrido, el sereno, el que no da un balón por perdido, La Roca llamada a proteger el mediocampo de la Selección Colombia en Rusia.

Es mediodía, mayo de 2018, falta un mes para el mundial. El sol y las tejas de zinc que cubren la cancha de microfútbol del colegio La Normal hacen del lugar un hervidero en el que 10 muchachos entre 15 y 20 años disputan un partido. Están descalzos, como usualmente se juega en la ciudad, algunos porque no tienen para comprar zapatos, otros porque creen que jugar así los hace más fuertes y otros por simple costumbre, porque las plantas de sus pies ya parecen de concreto. Juegan a muerte, con entradas duras, pero también con imaginación, con gambetas, con la libertad del amateur.

Todos van vestidos con camisetas de equipos de fútbol: Manchester United, Inter de Milán, Barcelona, Mónaco, otro lleva la camiseta roja que la Selección Colombia usó como segunda indumentaria en el mundial de Brasil. Allí, en ese coliseo, de alguna manera viven el sueño más recurrente entre los niños de este país: jugar para la tricolor o para alguno de los equipos de las grandes ligas europeas. Un sueño que en Chocó solo han vivido Jackson Martínez, que llegó al Atlético de Madrid de España, y Carlos Sánchez, el ídolo de la capital chocoana, quien ha pasado por equipos de Francia, Italia, Inglaterra y España.

Nelson Palacios, un hombre de 69 años conocido en todo Quidbó como el profe Nelso, fue quien se dio cuenta de que ese niño al que entrenaba desde los 8 años, tenía condiciones para ser jugador profesional. Lo veía en la desenvoltura de su técnica innata, pero sobre todo en su temperamento recio, y en esa disposición de matarse por un balón que, a veces, en la cancha, enamora más que la gambeta mágica. Por eso, cuando ya tenía 12, y cuando Nereida Moreno, una ama de casa, la madre de Sánchez -hijo también de un ebanista- llegó a buscarlo a uno de sus entrenamientos, el profesor Nelso, un hombre de palabras escasas, le habló con seriedad:

-Ese pelado es muy fuerte y aprende rápido. Yo me comprometo a volverlo profesional, pero déjemelo, dele la oportunidad de practicar, le dijo el viejo Nelso.

-Usted es el que sabe de eso, respondió Nereida. Yo se lo dejo, pero si en dos años no sale, que se dedique a otra cosa.

En los tiempos de Sánchez en Virtuosos y Cyclones, sus escuelas en Quibdó, es decir, durante la segunda mitad de los 90, los niños se tomaban el juego muy en serio, luchaban, se braveaban, se batían descalzos sobre canchas de tierra y barro. Sánchez ya empezaba a moldear ese cuerpo de piedra que tiene hoy: 1,82 metros, una mole de músculos definidos, una sonrisa amplia y blanquísima que deja ver con facilidad, pero que se le borra dentro de la cancha, y un peinado afro que lo hace reconocible desde la tribuna más lejana.

"En ese entonces quiso ser un volante 10, pero él era rápido para la presión y las marcas. Entonces le inculqué la posición de 6 porque era donde se desempeñaba mejor", recuerda el viejo Nelso.

Los entrenamientos con el profesor Nelso eran cosa seria. Practicaban en el estadio de la Normal, una cancha que hoy tiene grama sintética y tribunas, pues fue intervenida con motivo de los Juegos Nacionales que se hicieron en Chocó en 2015, pero que entonces, en los tiempos de Sánchez, era una barrial, "un peladero que para nosotros era un templo", dice el profesor Hurtado, director de la escuela Estrellas del Futuro, quien también llegó a dirigir a Sánchez.

Como no había gimnasio, Nelso mandaba a sus muchachos a subir de espaldas y corriendo la loma que queda detrás del coliseo, para que fortalecieran las piernas. A sus pupilos más avanzados también les calibraba la actitud, les ponía pruebas para saber qué tanto estaban dispuestos a entregar por el fútbol. Por ejemplo, los citaba a entrenar un 1 de enero a las 6 de la mañana. Para Nelso, un hombre que ve el fútbol con romanticismo, este deporte es, en esencia, sacrificio, y Sánchez siempre aprobaba sus exámenes en esa materia. Hasta en el primer día del año, luego de la fiesta a la que sucumbía todo el pueblo, llegaba a la cancha antes que su entrenador.

Aunque nunca jugó en un club colombiano, Carlos Sánchez llegó a la Selección y a las mejores ligas de Europa. FCF

Por eso tenía toda la confianza de Nelso, quien siempre le daba la banda de capitán de su equipo. Sánchez, aún hoy, es reconocido por ser un líder dentro de la cancha, pero uno callado, introvertido, que transmite el mensaje con su juego aguerrido, en vez de usar palabras o gritos.

- "Siempre le daba la oportunidad de ser el capitán de cancha con el propósito de comprometerlo, de que todo el tiempo estuviera en la tónica, en la dinámica. Porque por sus circunstancias y los inconvenientes familiares, por la parte económica, yo quería que llegara a ser profesional, para que ayudara a su familia y se ayudara él".

Pero no todo era color de rosa con su entrenador. Nelso solía reprender a Sánchez porque, consciente de su capacidad técnica, buscaba hacer fintas, regates, o "dar melo", como se dice en Chocó, en vez de jugar al toque rápido, o buscar al jugador libre o el espacio vacío, como lo exige su rol de recuperador.

Nelson Palacios fue el primer entrenador de Sánchez. Siempre confió en que sería profesional. Jeison Riascos/SEMANA

En un partido contra un equipo local, Sánchez quiso hacer una jugada de exhibición, pero perdió el balón y en un contraataque, su equipo recibió un gol. Nelso, furioso, lo sacó de la cancha. Sánchez se molestó.

"En este momento el papá tuyo soy yo y vos tenés que hacer lo que te diga", le contestó Nelso. Y puso a Sánchez a darle vueltas a la cancha donde sus compañeros seguían disputando el juego. Aún hoy, cuando el profesor Nelso lo ve por la televisión y comete ese mismo error -casi el único que le recuerdan sus técnicos- busca a doña Nereida y le manda el mensaje, le dice que está haciendo un movimiento de más con el balón.

"Carlos Sánchez tenía el cuerpo de Goliat y la mente de David", dice Nelso, quien para entonces no dudaba que su pupilo estaba hecho para el fútbol del más alto nivel. Pero el tiempo pasaba y la carrera de los jugadores tienen momentos específicos, que si no se concretan pueden arruinar el camino. Sánchez tenía 14 años y ya era hora de que diera el salto.

La gran vitrina para los muchachos de todo el país era el Ponyfutbol, el torneo de donde, entre muchos, salió James Rodríguez. Quibdó participaba en esa competencia, y el profesor Plinio Hurtado era el encargado de seleccionar a los muchachos que llegaban hasta allá. Para eso, organizaba un torneo en Quibdó, entre todas las escuelas, en el que escogía sus 11.

Para el torneo de 1999 viajaron a Medellín con muchas expectativas. El equipo tenía varias estrellas. En la delantera estaba Zamir Valoyes, quien llegó a jugar en el Junior de Barranquilla y hoy está en el fútbol peruano, de lateral izquierdo alineaban a Jarol Martínez, quien jugó en Nacional, Millonarios y hoy está en el Pereira. Carlos Sánchez iba en la mitad. El profesor tenía fe en que esa generación pelearía por la copa y que sus muchachos se lucirían ante las miradas de los cazadores de talento.

El torneo comenzó bien, ganaron el primer partido. Pero perdieron el siguiente y dependían del resultado en el tercero para avanzar a la segunda ronda. El rival era duro, el equipo barranquillero del Toto Rubio, una escuela prestigiosa, por la que pasaron jugadores como Carlos Bacca y Fredy Montero.

Justo el día del encuentro, uno de los muchachos amaneció enfermo de gravedad, azotado por la varicela. El profesor Hurtado, quien había viajado solo con sus jugadores, tuvo que hacerse cargo de devolverlo a Quibdó con su familia. Lo llevó hasta el aeropuerto Olaya Herrera pero en ningún vuelo querían recibirlo por su enfermedad contagiosa.

En esas, a Hurtado se le pasó el día, hasta que se cruzó con un médico conocido que asumió al muchacho como su paciente y logró que lo embarcaran. El vuelo partió hacia Quibdó pero, cuando el profesor se dio cuenta, ya casi eran las 7 de la noche, la hora del partido. Volvió afanado al barrio Pedregal, donde estaban hospedados, con el tiempo justo para salir a la cancha. Hurtado quedó de una pieza y se agarró la cabeza cuando encontró a sus jugadores metidos en la piscina. Allí habían pasado todo el día, en vez de conservar su energía o concentrarse para el partido. El profesor los reprendió, pero en el fondo entendió que la piscina era una tentación ineludible para los muchachos, algunos de ellos nunca se habían sumergido en una.

La cancha de Chipi Chipi, de tierra, piedra y arcos oxidados, fue donde Sánchez jugó sus primeros partidos. Jeison Riascos/SEMANA

El resultado de ese episodio fue la derrota ante el equipo del Toto Rubio y la eliminación del Pony Fútbol. Los muchachos volvieron a Quibdó sin que ninguno fuera fichado por un cazatalentos.

Desde que jugaba en los equipos del viejo Nelso, Sánchez era un líder dentro de la cancha. Con la Selección también ha usado la cintilla de capitán. SEMANA

El plazo de los dos años que había puesto doña Nereida se había consumido. Luis Felipe Posso, un representante chocoano que patrocinaba la escuela de Sánchez, estaba convencido de su talento y entró en escena. Con su propio dinero pagó el viaje y la manutención de su representado, quien volvió a Medellín, pero ahora para quedarse, para entrenar en la escuela de Alexis García, de la que han salido jugadores como David Ospina y Santiago Arias.

Estar en Medellín significaba mantenerse ante los ojos de los grandes equipos de la región, Nacional, Medellín, Envigado, y participar en la liga de Antioquia, un torneo amateur de mucha tradición. Pero también era irse del lado de los suyos a vivir solo en un lugar desconocido.

Sánchez llegó a una casa del barrio la Floresta, muy cerca al estadio Atanasio Girardot, junto a otros muchachos con los que compartía escuela, y bajo la tutela de Helena Gutiérrez, quien hacía las veces de madre adoptiva. "En el primer entrenamiento, cuando vi la personalidad de Carlos Sánchez, le dije: Mientras yo sea el técnico suyo, usted siempre va a ser el capitán de mi equipo", cuenta el profesor Ramiro García, su técnico en Medellín.

Todos los que lo habían dirigido confiaban en sus condiciones para ser profesional, sin embargo, el tiempo pasaba y el sueño no se concretaba. Sánchez, como la mayoría en la escuela, buscaba que algunos de los equipos de la ciudad se fijara en él. "Pasaron aproximadamente tres años y eso no se dio, pero se le veían las condiciones. Era inexplicable que ningún equipo se fijara en él. Y eso le ha pasado a muchos... que se pierden", dice el profesor Seferino García, directivo de la escuela.

Sánchez ganó la Liga de Antioquia, tras vencer al Envigado B en la final, con un equipo donde era el menor de todos. Entonces fue que Posso intervino de nuevo. Sánchez tenía 16 años cuando su representante volvió a asumir costos y lo mandó a Uruguay, junto a Daley Mena y Flavio Córdoba, que llegaron a ser profesionales. "El hombre sabía que allá estaba su futuro y el futuro de su familia", dice Seferino García.

El adolescente llegó a abrirse paso en uno de los países más futboleros, el más pequeño de los que han ganado mndiales, donde el respeto en la cancha se conquista más con sudor que con goles. Un fútbol hecho a la medida de su carácter y que terminó de afianzarlo en su estilo.

Sánchez recaló en el Danubio donde, por esos días, jugaba Edinson Cavani, crack del PSG y uno de los goleadores históricos de Uruguay. Llegó a vivir cerca al mar, en una casa en Pinar, una zona costera de Montevideo donde compartía con los jugadores con los que llegó desde Quibdó. Posso cuenta que en los 10 años que lo representó, mientras sus compañeros se desconcentraban del fútbol y se iban de fiesta, Sánchez fue el único jugador por el que nunca recibió una queja de disciplina.

La historia de Medellín empezó a repetirse en Montevideo. Sánchez entrenaba, jugaba e insistía, pero habían pasado 2 años y aún no debutaba en el fútbol profesional. Danubio, por asuntos de dinero, no tenía la intención de quedarse con el jugador. Corría el riesgo de volver a Colombia, con 18 años y un sueño tambaleante.

Sánchez estaba relegado al torneo sub 19, y fue en uno de esos partidos contra River Plate de Uruguay que Leonardo Rumbo, el técnico de ese equipo, quedó prendado de su despliegue físico y su agresividad. Luego se enteró de que el Danubio no pretendía conservarlo entre sus filas, y se lo llevó.

"Fue una convivencia muy dócil con él, que siendo joven y extranjero se adaptó muy rápido al club. Incluso siendo más joven, era el que empujaba a Flavio, su amigo (y también chocoano), quien nos irritaba un poco porque no se daba cuenta de su potencial", cuenta Rumbo, quien apenas pudo tener a Sánchez en su categoría durante un año, pues finalmente escaló al primer equipo. "La cancha manda, y Carlos se impuso", dice.

Fue entonces que, en 2005 y con 19 años, Sánchez firmó su primer contrato con un club, aunque por una cifra muy baja, y debutó en el fútbol profesional, lejos de su tierra. En su primera temporada disputó 14 partidos y anotó un gol. En la siguiente jugó 26 encuentros, era un titular inamovible. Se volvió un ídolo de la afición. "Si viene hoy Carlos acá, la gente lo abraza", dice Rumbo.

En 2007, unos veedores franceses lo detectaron y se empezó a negociar el salto a Europa. Su carrera estaba encarrilada. Por esos mismos días le hicieron el llamado máximo. Jorge Luis Pinto, técnico de la Selección Colombia, estaba buscando jóvenes para perfilar la nueva generación tricolor, con una eliminatoria por empezar y en la que necesitaba refuerzos para llegar al Mundial de Sudáfrica 2010. Pero a Sánchez nadie lo conocía en el fútbol colombiano.

Pinto le hizo pruebas y se convenció: "Era un biotipo hecho para el fútbol, un jugador fibrosos, bien dotado muscularmente, de buena capacidad aeróbica y de buen nivel técnico y eso favorecía al trabajo que yo quería". Entonces lo convocó a un ciclo sub 23, al que también había llamado a jugadores como David Ospina y Hugo Rodallega, que ya habían brillado en las selecciones de menores. Pinto le entregó la camiseta de la Selección Colombia:

- Cójala y no me la devuelva nunca, le dijo.

La llegada de Carlos Sánchez al Elche español supuso el comienzo de su peregrinaje por las tres grandes ligas del fútbol mundial. elchecf.com

El primer partido que disputó con la tricolor fue un amistosos contra Panamá, el 9 de mayo de 2007. Fue una paliza. Colombia ganó 4 - 0 y Sánchez fue figura, aunque nadie tenía idea de quién era. Los días que vinieron después fueron los de la consolidación de Sánchez como un jugador top. Fue transferido al fútbol europeo, al Valenciennes de Francia. Y el 14 de octubre, Pinto lo alineó en la Selección de mayores. Eso sí, recuerda el técnico, le llovieron las críticas. La prensa deportiva cuestionaba la titularidad de un desconocido que nunca había jugado en Colombia. A eso se sumaba la presión del rival en ese primer duelo de Eliminatoria: el Brasil de Ronaldinho, Kaká, Robinho, Lucio, Maicon y Julio César.

Sánchez debutó en una noche bogotana lluviosa. Al minuto 15, Juan, defensa central brasileño, controló el balón en su área y salió a correr. Superó a Wason Rentería y a David Ferreira. En la mitad de la cancha, Sánchez arrancó a su encuentro. Se chocaron, Juan entró armado, con la velocidad acumulada en unos 30 metros y mostrando los taches, con los que impactó el tobillo de Sánchez.

Ambos cayeron al suelo, Sánchez daba vueltas en el piso y se tomaba la cara del dolor. Yulián Anchico salió del banco colombiano y empezó a calentar para reemplazarlo. El equipo médico entró, lo sacó de la cancha y apenas estuvo fuera, Sánchez se bajó de la camilla, se puso de pie y aún con cara de dolor apoyó una y otra vez su maltrecho tobillo, como tratando de intensificar la molestia para eliminarla más rápido. Un par de segundos después había vuelto a la cancha. Ese partido fue una hazaña defensiva. Colombia, la débil, no permitió que los pentacampeones del mundo le marcaran. El juego terminó empatado.

"El mérito de Sánchez fue que jugó de tú a tú. En el otro lado tenía a Gilberto, que llevaba años en la selección Brasil, y no se notaba una diferencia marcada", dice Pinto que, ese día, le ganó el pulso a la prensa que lo cuestionó por la titularidad del debutante.

El profesor Nelso, en Quibdó, estaba viendo el partido por televisión. Ese día sintió que había cumplido la promesa que le hizo a doña Nereida. "Le di gracias a Dios que el cumplió sus sueños y que yo al menos tenía algo que contarle a mis nietos, que yo había tenido que ver con la formación de Carlos Sánchez". A sus 69 años, Nelso sigue rebuscándose el día a día y entrenando con las uñas en Estrellas del Futuro, una de las más de 10 escuelas de Quibdó.

Desde entonces, Sánchez no ha soltado la camiseta de la Selección Colombia, con la que ha disputado 84 partidos. Y tampoco abandona la élite de las ligas europeas. De Valenciennes pasó al Elche, en España, luego al Aston Villa, en Inglaterra y a la Fiorentina, en Italia, de donde volvió a España, con el Espanyol. Ya acumula 378 partidos profesionales, algunos de ellos disputados en estadios legendarios como el Santiago Bernabéu, Old Trafford y el San Siro.

En Quibdó, la cancha Chipi Chipi, donde jugó sus primeros partidos, sigue siendo la misma. Una planada de tierra y piedras que se vuelve pantano cada que llueve, con dos arcos de mallas metálicas rotas, unas cuantas bancas de cemento a cada costado y dos árboles que sirven de cobertura. Cada tarde, cientos de alumnos salen de clase y llegan corriendo a conseguir un turno para jugar fútbol en ese mismo lugar donde, hace más de 20 años, ocurrió el milagro de que un niño se convirtió en Roca.