Fidel Leal* adora vivir rodeado de animales. Tal vez por ese cariño, en su casa ubicada al norte de Bogotá tiene perros, gatos, canarios, loros, micos, lechuzas, águilas y un hermoso tucán de plumas azules tornasoladas alrededor de los ojos y con un pico largo que le hace juego en negro con matices de verde y amarillo. Los compró en una plaza de mercado de Bogotá, y pese a que aparentemente hizo una transacción lícita, Leal está infringiendo la ley porque en Colombia está prohibido tener animales silvestres como mascotas.

Cuando lo supo estaba confundido. En su casa en Boyacá siempre habían tenido pericos sin que se armara tanto alboroto. Pensaba que estos animales hacían parte del grupo de los domésticos. En parte Leal tiene razón. La ley es relativamente reciente y no hay un listado que enumere cuáles son silvestres y cuales domésticos. Por esto, “hay un gran desconocimiento de las normas ambientales y policivas y del impacto que genera el tráfico de la fauna silvestre en Colombia, que es país biodiverso”, admite Óscar López, subsecretario de Medioambiente de la Alcaldía de Bogotá. Pero la ley se presume conocida y lo cierto es que hoy esto es un delito. Por eso es necesario distinguir entre unos y otros. “El sentido común indica que el término silvestre incluye a todos aquellos que no han sido apropiados por los seres humanos como si se ha hecho con los perros y gatos”, dice Carlos Lozano, abogado ambientalista.

En ese sentido, los silvestres serían aquellos que no han sido domesticados o no han sido objeto de mejoramiento genético para cría, como sucede con las babillas. Los tucanes, por ejemplo, clasifican en esa categoría y por eso “constituye un delito tenerlos en cautiverio”, señala Juan David Escorcia, de la CAR Cundinamarca.

El tucán habita en las selvas y bosques húmedos. Se alimenta de fruta y de huevos de otras especies y en la actualidad se encuentra en peligro de extinción. A muchas de estas aves los acompañan otras especies de la fauna, como las tortugas hicoteas que tienen demanda no solo para tenerlas como mascotas sino también por su carne. Otros más los usan para fines medicinales y como afrodisiacos. Los insectos son apetecidos para hacer con ellos llaveros y amuletos. Hay demanda de reptiles por sus pieles.

Los traficantes ofrecen muchos de estos animales en las carreteras y por eso la temporada de mayor tráfico son las vacaciones. Otros, sin embargo, se consiguen en las plazas de mercado. Es posible que los compradores de fauna tengan a alguien que les suministre a pedido un ejemplar específico como un mico o una lechuza.

“Hay un tráfico bien intencionado y es el de la persona que ve el miquito amarrado por la carretera y piensa yo lo compró para dejarlo libre en la finca, pero en el momento en que paga ya hizo parte del tráfico porque el dinero es un incentivo para que ese campesino vuelva a encontrar no uno sino dos micos”, dice el biólogo de conservación Juan Millán.

Por eso en esa cadena de trafico, todos están implicados, desde quienes atrapan el animal, que por lo general son campesinos que se dedican a esto para lograr un sustento, hasta quien lo compra y lo enjaula en su casa o finca, como Fidel. La Ley 1333 de 2009 contempla que en Colombia es ilegal la comercialización, la movilización y la tenencia ilegal de fauna. Las multas van desde los 5.000 salarios mínimos hasta la prisión de 48 a 108 meses.

Según la Policía, en 2016 más de 20.000 animales fueron traficados en Colombia, muchos de ellos hacia el exterior. Parte de ese tráfico se queda también en el país en manos de personas que no ven en esto ningún delito.

Algunos traficantes lo hacen al detal pero hay cargamentos de animales al por mayor. En semana santa se incautaron hasta 3.000 hicoteas en un solo operativo. “La cosa es en grande y mucho de ese tráfico se queda en Colombia”, señala Ortiz. De hecho, es el tercer tráfico ilegal más importante en el país en términos económicos. Este negocio, según Millán, tiene las mismas características y consecuencias del tráfico de drogas que trae corrupción, pandillas y carteles que a nivel internacional se dedican a esto. “Solo hay que mirar quienes han tenido zoológicos privados: Pablo Escobar y Gonzalo Rodríguez Gacha”, dice el biólogo.

Según la Interpol, traficar con fauna mueve entre 20.000 y 25.0000 millones de dólares al año. Un tigrillo puede llegar a costar hasta 2 millones de pesos; una rana pequeña, hasta 4.000 dólares. Por ese precio, dicen los expertos, los traficantes no tienen ningún escrúpulo en matar a una madre de un tigrillo para vender sus crías que, por su condición de cachorros, son más apetecidas.

Aunque puede ser muy gracioso tener una lora en casa que repite alguna frase que su dueño le enseñó o muy inusual ver en una jaula a un búho, la tenencia de animales en cautiverio es una triste historia para todos. Según López, detrás de cada ejemplar que Leal y otros como él tienen cautivos hay una tragedia de abuso a estos animales y de destrucción de bosques. Cuenta el funcionario que los campesinos queman la tierra para cazar tortugas y talan los árboles para atrapar aves con lo cual no solo destruyen su hábitat sino la posibilidad de que ellos sean agentes polinizadores.

Para los neófitos en el tema, muchas de las aves se encargan de ese proceso de dispersión. En la naturaleza todo está conectado. Los loros, por ejemplo, comen semillas y para ello deben romperlas con su pico fuerte. Si ellas no están para hacer ese trabajo, nadie lo hará y con ello la oportunidad de la que la naturaleza se reproduzca se perderá para siempre. “El ecosistema es como un puente”, dice Millán. “Y el puente tiene vigas y cables. En la naturaleza cada bichito cada especie que uno le quita es como quitarle un soporte. Claro uno puede quitar una o dos y el resto se acomoda pero llega el punto en que se quitan tantas que esa estructura colapsa”, agrega.

Pero el crimen no termina allí. El transporte de estos animales a las ciudades se hace en condiciones precarias al punto que de 10 ejemplares que atrapan solo sobreviven tres. Cuentan los expertos que algunos viajan en botellas de gaseosa, o amarrados en guacales. De los que llegan vivos, algunos quedan con sus alas destruidas o sin una pata, como lo atestiguan las fotos de las autoridades. Algunos les cambian el color del plumaje con tintes a pedido del cliente. Recientemente, gracias a la pronta respuesta de la Policía en una estación de TransMilenio en Bogotá, se atrapó a un individuo que llevaba una iguana y un azulejo en el bolsillo de un maletín que milagrosamente no murió asfixiado.

Desde 2016 se han incautado 2.600 animales silvestres de las manos de los traficantes y más de 2.100 han sido entregados voluntariamente. “La mayoría de estos operativos se hacen en las carreteras, en las terminales y en las plazas de mercado”, dice la mayor Paula Andrea Ortiz, de la Policía Ambiental. Hay un programa reciente que consiste en amaestrar perros para que busquen en maletas y entre los pasajeros a los animales que se trafican. El programa ha dado buenos resultados. Pero debido al buen trabajo de las autoridades los delincuentes han cambiado de estrategia y “ahora las venden por catálogo”.

En cautiverio el maltrato continúa, en gran parte por desconocimiento de cómo debe ser su cuidado. Se ha visto a loros que reciben chitos como alimento con lo cual se les debilita el pico. Esto implica que ya no podrán romper las semillas con las que se nutren en su hábitat. A las culebras les quitan los colmillos con que atrapan sus presas. A muchas aves les cortan las alas para que no vuelen. También se ha visto que vacunan a los tigrillos como si fueran un gato sin saber que con eso impiden que se reproduzcan naturalmente. Está además el estrés que produce en ellos estar lejos de su hábitat, que se refleja en la caída de su pelaje, o la mirada triste de sus ojos.

Por todo esto, aun sin son incautados o devueltos, estos animales no pueden regresar a su hábitat inmediatamente sino que deben pasar por un proceso de rehabilitación que tarda hasta dos años. La Secretaría Distrital abrió recientemente el Instituto de Protección y Bienestar Animal para hacer ese proceso. Ya han liberado más de 3.600 especies entre las que se encuentran águilas y halcones. Otros deben reubicarse en ambientes controlados porque sus captores les cortaron las alas o les cambiaron su alimentación o simplemente perdieron sus habilidades para obtener alimento por su cuenta. Los funcionarios de la Secretaría Ambiental recibieron dos tigrillos con un alto grado de humanización. “El animal se comportaba como un gato y perdió su habilidad de cazar”, dice López. Como no sobreviviría en un área abierta fue llevado a un bioparque.

En otras palabras, el trauma de haber sido despojados de su hábitat y estar en cautiverio les roba a estas especies la posibilidad de volver a ser los individuos que por naturaleza merecían ser. ¿Qué es un pájaro sin alas, un tigrillo sin garras, o un loro que no tiene pico para comer sino animales destinados a vivir tras las rejas despojados de toda dignidad?

Este maltrato es otro delito que se suma a la hora de abrir juicio a quienes participan en este tráfico. Aunque son excarcelables, en Colombia se aplica todo el peso de la ley, y eso ha ayudado a desestimular el consumo. No solo la legislación colombiana lo prohíbe sino también la Convención de Comercio Internacional sobre Comercio de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre de la fauna conocido entre los expertos como Cites. Allí sí están listadas las especies cuyo comercio se prohíbe y entre ella está el jaguar, el cocodrilo, las ballenas jorobadas, los rinocerontes, micos, las ranas y los tucanes. “Esa base de datos es dinámica, y cambia porque a veces se logra recuperar la población de animales de una especie gracias al trabajo de actividad”, señala María Camargo, experta en banca sostenible.

De hecho, la banca multilateral tiene prohibido a las instituciones financieras que trabajan con el dinero que ellos prestan, dar créditos a negocios que pongan en peligro esa fauna, como “almacenes de mascotas donde vendan especies silvestres o productores de cuero que compran lagartos sin licencia, o aquellos negocio de pieles de animales en vías de extinción”, señala.

Por ser Colombia un país con una gran biodiversidad, hay redes criminales que exportan e importan de otras zonas. Algunas de las que importan también pueden poner en peligro el equilibrio ecológico. Esto se ilustra con el ejemplo de los cangrejos que traen de Asia y son agresivos, o con el caracol africano que a veces se escapa de zoocriaderos. Pero el ejemplo más conocido es el de los hipopótamos importados de África por Pablo Escobar que cuando escaparon se convirtieron en un problema ambiental pues al ser foráneos son agresivos y resistentes, ya que no tienen depredadores naturales para mantener el balance. Los hipopotamos también compiten y ponen en riesgo especies nativas y altamente amenazadas, como los manaties.

Todavía falta mucha educación frente al desastre ecológico que genera el placer egoísta de tener un ave de estas en la casa. El primer mensaje de los expertos consultados es que para poder observar naturaleza es recorrer el país y hacer ecoturismo o avistamiento de aves. “Lo hermoso de la naturaleza es observarla en su sitio no enjaulada”.

No tiene sentido que por tener algo inusual en la finca la gente haga un daño tan grande al medioambiente. En parte esto sucede porque en las ciudades la gente no está conectada con la biodiversidad y no sabe qué animales hay en Colombia ni cuáles están en vías de extinción.Educar sobre este tema es lento pero hay que hacerlo para evitar la pérdida de diversidad. No basta con solo proteger a los que ya están en la categoría de en vías de extinción. Aun aquellos que abundan son importantes. Como dice López, “la gente inicia con uno o dos porque son bonitos, y de esa forma se empieza a afectar la población libre”.

La naturaleza funciona como un gran puente. Para mantenerse, necesita de vigas y cables de apoyo. Algunas especies, como los depredadores, funcionan como un pilar fundamental, que en caso de extinguirse tienen consecuencias fatales para el ecosistema. Otros, como los roedores, insectos o anfibios, funcionan como un cable de apoyo, pues aunque la ausencia de una sola especie no generaría un daño estructural en la biósfera (porque otros podrían distribuirse su carga), la desaparición de muchos ejemplares de una especie y de varias especies en conjunto, colapsaría todo el hábitat en el que viven millones más. “Todo esto sin tener en cuenta que por cada elemento de biodiversidad perdido, también desaparecen millones de años de historia evolutiva”, asegura el biólogo de conservación Juan Millán.

Sea por tráfico, cacería ilegal o transformación de hábitat, cada animal sacado de su espacio natural representa una gran pérdida. Millones de árboles menos, cientos de semillas no dispersadas. En Colombia, uno de los países con mayor diversidad animal del mundo con 1.762 especies de aves, 454 de mamíferos, 506 de reptiles y 650 de anfibios, el tráfico de animales es uno de los mercados ilegales que producen más ingresos. SEMANA presenta una lista que muestra en pequeña escala, las funciones que cumplen algunas de las especies más traficadas.


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Tortuga charapa
(Podocnemis expansa)
  • Lugar: Amazonia y Orinoquia.
  • Tipo de tráfico: Mascotas, alimento, venta de huevos.

Esta tortuga es una de las más traficada de Colombia y las razones son varias. En zonas como los Llanos orientales, los pobladores usan su carne para hacer tamales, hallacas de tortugas y otros platos tradicionales de la región. De acuerdo a Millán, una tortuga grande (de 80 o 90 años y 90 kilos) puede llegar a costar entre 400 y 500.000 pesos. También se venden en grandes cantidades sus huevos y, como mascotas. Aunque el biólogo asegura que los huevos se podrían explotar de forma sostenible, el problema es la falta de control. “La reproducción de las tortugas es muy lenta. Entonces, al comerse las ponedoras están dañando la fábrica de huevos y en sí el ciclo natural de su preservación”, dice Millán. Las tortugas ayudan a procesar parte de la vegetación que está flotando en los ríos y son fuente de alimentos para otros animales. “Desde peces hasta pájaros, babillas, jaguares, pumas. Si las tortugas se pierden, toda esta conexión también”, puntualiza el experto.


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Jaguar
(Panthera Onca)
  • Lugar:Amazonas, Sierra Nevada de Santa Marta, Chocó, entre otros.
  • Tipo de tráfico: mascotas y venta de otras partes del cuerpo como los colmillos.

Este felino es el rey de la selva colombiana. Al ser depredador es una piedra angular para el funcionamiento del ecosistema. Sirve como regulador poblacional al alimentarse de herbívoros y otros depredadores, permitiendo así un equilibrio de la fauna en la naturaleza. Actualmente, está en peligro de extinción sobre todo por actividades humanas como la agricultura y el narcotráfico que transforman drásticamente su hábitat natural. Debido a ello, estos felinos se han visto obligados a salir de su hábitat ocasionando que, por temor, muchos campesinos los asesinen. Sin embargo, los jaguares también son blanco directo de los traficantes, quienes los usan para ganar grandes sumas de dinero con la venta de sus huesos y colmillos. El mercado chino es uno de sus principales compradores, en donde usan sus huesos como supuestos afrodisiacos o remedios milagrosos para enfermedades como el asma, el cáncer o el sida. Sus colmillos son utilizados para realizar joyas lujosas. Personas con gustos más exóticos encargan su cacería para tenerlos como mascotas.


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Guacamaya bandera
(Ara macao)
  • Lugar: Llanos Orientales, Amazonia y partes bajas de la costa Atlántica.
  • Tipo de tráfico: Mascotas, plumaje.

La guacamaya bandera está considerada por la Convención sobre Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (Cites) como una de las especies más traficadas a nivel mundial. Su principal atractivo es su pelaje colorido y la mayoría de las personas que las compran se ven atraídas por su personalidad, ya que son grandes imitadoras de las voces humanas. Las guacamayas se alimentan de muchas semillas frutales por ayuda a la regeneración de especies frutales en el bosque. Cuando son cazadas por los traficantes en su edad adulta es muy frecuente que mueran de pena de amor, pues suelen emparejarse con un macho o una hembra durante toda la vida. “Por cada diez que cogen sobrevive una o dos”, asegura Millán.


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Mico churuco
(Lagothrix lagotricha)
  • Lugar: Amazonía, Cordillera Central, Cordillera Oriental, Serranía de San Lucas, Serranía de la Macarena.
  • Tipo de tráfico: Mascotas, alimento.

Dentro de los monos que habitan en Colombia como titíes, cabeza de algodón, o churucos, casi ninguno se salva de ser traficado. Cada uno está críticamente amenazado con sus particularidades, y quizá el mayor problema es que algunos de ellos, como el churuco, son endémicos de Colombia. Su principal función en el ecosistema es ser dispensadores de semillas, y a su vez, continuar con la reproducción de su especie para evitar la extinción. En el caso puntual de los churucos, Millán asegura que de acuerdo a un estudio realizado por Stevenson y colaboradores (2000), “un grupo de 40 churucos son capaces de dispersar más semillas grandes que todos los pájaros de la Serranía de La Macarena juntos”, por lo que juegan un rol fundamental en la plantación de diversas plantas y bosques del país. Aunque a la hora de comprar o traficar un mono las personas piensas que se trata de “solo un mico”, la realidad es que hay muchas tragedias biológicas detrás. “Para poder capturarlos, buscan a las hembras que tienen un mico en la espalda. Les disparan, pero lo más común es que cuando caen al suelo se dan cuenta de que ambos están muertos. Para tener suerte de capturar a uno vivo, probablemente tienen que matar a 5 o 6 micos en total”, asegura Millán.


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Insectos
  • Tipo de tráfico: Colecciones privadas.

Cuando de insectos se trata, su historia en Colombia es ancha y larga de contar. Hay algunos que soan muy difíciles de encontrar en otros lugares del mundo. Sin embargo, los más traficados de este grupo de invertebrados son las mariposas y algunos tipos de escarabajos y cucarrones. Aunque muchos no hacen más que reproducirse, a pequeña escala, todos cumplen una función diferente en el ecosistema. Por lo general, estos bichos se encargan de descomponer materia en el suelo y de acelerar procesos de descomposición que sirven como fertilizantes. Otros como los insectos coprófagos, que hacen nidos y casas utilizando el popó de los animales, tienen la importante función de reutilizar algunos nutrientes y garantizar que entren a la tierra. El biólogo Millán asegura que “en este tipo de especie hay un tráfico grande en Colombia, pues el verde metalizado de su caparazón llama la atención de los coleccionistas, en su mayoría internacionales”. Aunque el tráfico de insectos no los pone en peligro de extinción, su población se ve afectada por la transformación del hábitat por parte de los humanos.