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Viaje al corazón de Tumaco

En Tumaco se está cocinando la tormenta perfecta para que la violencia se recicle.

Pocos lugares de Colom-bia enfrentan un desafío tan grande durante el posconflicto como Tumaco, al sur de Nariño. Actualmente este es el municipio del país con más cultivos de coca, los homicidios están disparados, bandas criminales grandes y pequeñas se disputan el territorio y los negocios, el desempleo es absoluto, y por lo menos 100.000 jóvenes se rebuscan la vida como pueden, entre la violencia y el miedo. En medio de ese panorama las instituciones son débiles, la fuerza pública parece no tener estrategia y una corrupción endémica campea por la ciudad. Nadie en Tumaco parece creer que su situación podría cambiar algún día. La confianza y la esperanza son valores tan escasos como el Estado, la economía legal y una ciudadanía activa. Todos estos, pilares para la construcción de paz.

El narco mueve casi toda la vida de Tumaco. La cadena comienza con los cultivos de coca. El año pasado este municipio tenía 17.000 hectáreas, pero a la fecha esa cifra es conservadora. Los laboratorios para procesar la pasta están en medio de la selva, donde el petróleo crudo que transporta el oleoducto Transandino suele ser saqueado para usarlo en refinerías artesanales que proveen el combustible para los laboratorios del alcaloide.

Más cerca del mar, en los deltas de los cientos de ríos que irrigan la costa Pacífica, están los cristalizaderos. La cocaína se embarca en botes y lanchas rápidas, custodiadas por grupos armados. Según la Armada, más de 200 toneladas salen cada año por las costas de Tumaco. Algo de ella se decomisa en altamar. El año pasado cayeron 23 toneladas, lo que significa algo más del 10 por ciento. Nadie sabe a ciencia cierta quiénes son los dueños de ese lucrativo negocio. Fuentes de la Fiscalía aseguran que los mexicanos son los capos de ese tráfico. La fuerza pública piensa que decenas de personas de grupos criminales colombianos se la venden a esos capos. Lo que está claro es que el narcotráfico es la economía hegemónica de Tumaco. Y que está lejos de ser derrotada.

En las calles de Tumaco, un municipio de 200.000 habitantes, la mitad de los cuales viven en 300 veredas ribereñas, miles de jóvenes deambulan sin oficio. Están dispuestos a arriesgar su vida en cualquiera de los peligrosos oficios del narcotráfico: el de vendedores de microtráfico en los barrios, el de pistoleros a sueldo o el de lancheros de pequeños y medianos cargamentos a las costas de Centroamérica o México, entre muchos otros. La economía de la coca tiene tanta incidencia en la vida de Tumaco, que, según cálculos de la Cámara de Comercio, el año pasado, cuando entró en vigencia el cese al fuego y de hostilidades con las Farc y la Fiscalía capturó a una camada de 79 narcos, el consumo en la ciudad se deprimió casi un 40 por ciento.

A pesar de que en Colombia el proceso de paz ha aliviado la violencia, en Tumaco ha ocurrido lo contrario. Los homicidios están aumentando y mantienen la tasa más alta del país. El año pasado murieron 147 personas, y hasta finales de abril de este año iban 51. La tasa para 2016 fue de 70 homicidios por cada 100.000 habitantes, mientras la nacional bajó a 25.

La pérdida de la autoridad y el control social que ejercían las Farc ha dejado un vacío que las instituciones, civiles o militares, no han copado. Los barrios y veredas siguen bajo el dominio de bandas a pesar de que hay en la región más de 1.000 soldados y 2.000 policías, casi todos dedicados a erradicar la mata de coca, el eslabón más débil de la cadena. Paradójicamente, en tiempos de paz en Tumaco hay acantonadas 16 patrullas del Esmad, pero apenas 32 carabineros garantizan la seguridad ciudadana en la zona rural.

Tan dramáticas son la inseguridad y la falta de justicia que el presidente Juan Manuel Santos anunció, por fin, que Tumaco y Buenaventura serán objeto de un tratamiento especial en materia de crimen organizado. Se pondrá en marcha, de inmediato, un plan piloto liderado por el vicepresidente Óscar Naranjo. Eso significa grupos elites de inteligencia y contrainteligencia, más fuerza pública y una Fiscalía fortalecida con personas llegadas del centro del país.

No solo seguridad

Pero ni el narcotráfico ni la violencia cotidiana ni el crimen organizado constituyen el fondo del problema. Estos son apenas la expresión más dramática de un problema social de mayor envergadura y gravedad. “Décadas de olvido no se van a resolver en unos años”, advierte el contraalmirante Carlos Gustavo Serrano. El padre José Luis Fonsillas, misionero español que dirige la Casa de la Memoria del municipio, es aún más contundente: “Tumaco es África. De aquí solo se sacan cosas: tagua, oro, caucho, petróleo, pescado, cacao, todo a precios irrisorios. Mientras no haya industria o empleo, seguirá la violencia”. Ambos coinciden en que en el corazón del drama está un modelo económico extractivo que no genera trabajo ni desarrollo.

En el puerto el 70 por ciento de la población está desempleada. La mayor parte son jóvenes entre los 15 y los 30 años que viven en medio de una muy alta vulnerabilidad. Algunos se gradúan del colegio sin haber aprendido siquiera a leer. Tumaco está en los últimos puestos en calidad de la educación. Para el padre Fonsillas la razón es simple: “El magisterio es un botín burocrático de los políticos”.

En materia de productividad, el panorama no mejora. Antes que un hongo acabara con 35.000 hectáreas de palma hace algunos años, el puerto exportaba 100.000 toneladas de aceite vegetal. La mitad de esa palma era de grandes empresarios y la otra mitad de pequeños campesinos asociados, y representaban 7.000 empleos directos y 10.000 indirectos. Actualmente se han recuperado apenas 17.000 hectáreas. La gran mayoría pertenece a los grandes empresarios, que son foráneos, mientras los campesinos no han tenido suficiente apoyo para resembrar las nuevas especies mejoradas genéticamente. Ellos han quedado reducidos a vender el corozo, sin participar de la actividad extractora donde están las ganancias.

Con el cacao pasa algo similar. El grano de Tumaco es especial por la mezcla de aromas y sabores tropicales y porque es orgánico. Y su futuro comercial es enorme. Actualmente hay 14.000 hectáreas sembradas, lo que significa no más de 2.400 toneladas al año. La demanda mundial está creciendo y hay mucho mercado sobre todo para granos especiales.

Los precios del cacao fluctúan mucho y eso ha generado inestabilidad. Cuando alcanza los 8.000 pesos por kilo, como ocurrió hace dos años, compite con la coca. Pero en temporadas que cae por debajo de los 3.000 pesos el kilo todos vuelven al cultivo ilícito.

Fallas estructurales

La situación de Tumaco no es nueva, pero sí es más delicada porque en buena medida en este territorio está en juego el posconflicto de Colombia. El gobierno ha intentado superar el abandono histórico con resultados agridulces. En 2014 diseñó un plan quinquenal que va a paso de tortuga. Una de las grandes frustraciones ha sido el retraso de la carretera binacional que los presidentes Juan Manuel Santos y Rafael Correa se comprometieron a construir hace cinco años, para unir a Tumaco y Puerto Esmeraldas. Mientras Ecuador ya terminó su parte, Colombia no ha logrado concluir la suya. La terminación de esta gran obra tomará todavía un año, si no hay imprevistos.

Otra frustración vino por cuenta de que el puerto pesquero quedó en manos de una empresa ecuatoriana que ganó el contrato con la promesa de crear en 5 años 700 empleos para procesar atún. Hasta ahora no ha creado ninguno.

Algunas obras de infraestructura avanzan a paso lento. Una de ellas es el acueducto, pues en Tumaco el agua llega bombeada del río Mira. También avanza lento el alcantarillado y la interconexión eléctrica rural.

Varias industrias, como la del pescado, han esgrimido la falta de servicios sanitarios básicos, así como la guerra y la violencia para abandonar la ciudad, lo que ha producido la decadencia social y económica. El posconflicto desafía a las instituciones del Estado y al sector privado a romper la trampa de la miseria en la que está el puerto y la bomba de tiempo en que se puede convertir. Sin Estado, industrias y buena educación, Tumaco está condenada a ser un poderoso enclave del crimen organizado.

El narcotráfico ha dejado una marca profunda en la sociedad. Zaida Mosquera, directora de la Cámara de Comercio, dice que el principal problema de la ciudad es la crisis de identidad y de valores. Una cultura del sacrificio y el trabajo ha dado paso a la del dinero fácil.

A eso se suma una arraigada desconfianza en la política, en los políticos y en las instituciones. Nadie niega que también hay grandes ejemplos de emprendimiento y liderazgo, pero necesitan mucho más apoyo y, sobre todo, que haya instituciones robustas para que se puedan sostener en el tiempo y puedan significar un cambio en el destino de la ciudad.

Tumaco es considerado hoy por el gobierno como un municipio problema, pues puede llegar a ser el epicentro de un nuevo fenómeno como el de las maras de Centroamérica. Todo depende de cómo se implemente el acuerdo de paz en este territorio tan complejo. La tarea no es fácil, y nadie parece estar completamente preparado para ella .

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