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Narrar para vivir

Mujeres víctimas de las Farc y de las AUC están reunidas hoy en el colectivo Narrar para Vivir, una impresionante organización que ayuda a sanar su dolor, a empoderarlas y a crear oportunidades económicas para miles de personas con su solidaridad.

En tierra de hombres con machete al cinto y tabaco en la boca, a muchos les sorprende encontrar un colectivo de 842 mujeres víctimas de la violencia paramilitar y guerrillera vivida en los 18 municipios de los Montes de María entre 1995 y 2005, cuando miles de personas murieron asesinadas en 158 masacres.

Su líder, Mayerlis Angarita Robles, es una mujer menuda de 1,52 metros, madre de 3 hijos, cabeza de hogar e hija de una madre que desaparecieron los paramilitares en Montería. Se mueve como pez en el agua en 11 de los municipios de los Montes de María, como San Juan, San Jacinto, El Carmen de Bolívar o María la Baja, donde hoy el colectivo Narrar para Vivir tiene sedes. En estos pueblos, mujeres, niños y hombres se reúnen alrededor del fogón. Arrancan unas matas de yuca o de ñame, cortan unos gajos de plátano, matan un cerdo y preparan unos chicharrones. En torno a la preparación de la comida hablan de cómo curar sus heridas y seguir adelante.

Como si estuviera en uno de estos actos de sanación, Mayerlis habla sin tregua. Se anticipa a las preguntas y llora inconsolablemente cuando habla de Gloria Robles, su madre, desaparecida en 1994 en Montería cuando ella tenía solo 14 años.

Su padre, Antonio José Angarita, un comerciante santandereano, y su madre, de Aguachica (Cesar), se establecieron en San Juan Nepomuceno a finales de los años setenta. Fundaron un próspero almacén que les permitió vivir con holgura. Pero entonces los paramilitares se llevaron a Gloria sin razones aparentes, y Antonio José dejó lo que tenía en San Juan y se mudó con sus 3 hijos a El Carmen de Bolívar. Aunque solo se alejó 25 kilómetros, rompió todos los lazos de su vida hasta ese momento, a tal punto que sus familiares y amigos también lo dieron por desaparecido.

Todas las noches, Mayerlis oraba y le pedía a Dios para que donde estuviera su mamá no le faltara nada. En buscarla, viva o muerta, se le fueron seis años. “Lloraba todas las noches. ‘Protégela, que aparezca’, le pedía a Dios. Tras muchos años de sufrimiento y dolor, un día del año 2000 me dije: ‘No lloro más, no pido más’, entendí que no iba a volver. Ahí tuve que hacerle frente al sentimiento de ser víctima, de tener un odio que te daña. Empecé a buscar a otras mujeres a las que les había pasado lo mismo, para ayudarnos y dejar de vivir con esos sentimientos”.

De ese modo, en 2000 apareció Narrar para Vivir. En esos años en los Montes de María, Sergio Manuel Ávila, alias 120 o Caracortada, comandaba las AUC. Ávila confesó ante Justicia y Paz que entre masacres y asesinatos selectivos ordenó la muerte de 5.000 hombres y mujeres, que terminaron en fosas comunes, descuartizados o en el río.

“Narrar para Vivir nació como una estrategia para recuperarnos de esos dolores, de esos golpes que nos había dado el conflicto, para que las mujeres, por medio de la fuerza de la palabra, pudiéramos unirnos para superar el temor constante, los sentimientos de culpa y, sobre todo, la pérdida del sentido de la vida. Nadie quería seguir viviendo, nadie quería seguir con su proyecto de vida, el conflicto nos lo había arrebatado todo”, dice Mayerlis.

Hoy, el colectivo Narrar para Vivir, además de tener a 842 mujeres activas, cuenta con 6.000 familiares en esa región. Tienen 11 talleres de costura a donde van a trabajar la línea blanca de sábanas, fundas y toallas, y una línea de uniformes de colegios y empresas. Además, tienen una finca de 50 hectáreas que adquirieron a crédito y han ido pagando con la cría y venta de las reses. Todo eso le pertenece al colectivo.

En San Juan Nepomuceno está la sede principal y el taller de costura. En ese municipio, Mayerlis aspiró en 2015 a la Alcaldía, un hecho histórico porque lograron hacer una campaña con campesinos y mujeres, llegando a convertirse en la tercera fuerza. En pleno debate, trataron de amedrentarlas con un atentado contra Mayerlis. Les decían que estaban locas si creían que podían hacer política sin dinero. Aunque no ganaron, quedaron por encima de los candidatos de La U y el Centro Democrático, y su aspiración permitió que se rompiera la hegemonía de un grupo político que llevaba 15 años en el poder.

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    Mayerly Angarita Robles perdió a su madre cuando tenía 14 años a manos de los paramilitares. Hoy lidera el colectivo Narrar para Vivir.

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    Entre 1995 y 2005 las Autodefensas Unidas de Colombia perpetraron 4.172 homicidios y 158 masacres.  Si bien la mayoría de víctimas fatales del paramilitarismo fueron hombres, las mujeres sufrieron una tragedia igual o peor: eran botín de guerra. 

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    Marcilia Herrera es una de las mujeres que pertenece al colectivo Narrar para Vivir. En 1997 su esposo, Adalberto Miranda, fue asesinado a los 42 años por el Bloque Héroes de Montes de María.

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    Cocinar en grupo es una de le ha servido a estas mujeres para sanar su dolor y perdonar.

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    Una vez al mes, las mujeres del colectivo se reúnen a cocinar.

NO MÁS LLANTO

Narrar para Vivir trabaja en la sanación y en lo psicosocial. “Nosotras reconciliamos nuestro dolor con nosotras mismas y así nos reconciliarnos con los demás. Y una vez lo logramos, empezamos el empoderamiento económico, social y político. Tenemos que trabajar la autoestima, la mujer como persona, empoderarla en la familia porque de nada sirve empoderarla en la calle si se deja golpear, maltratar y violar de su marido”.

Mayerlis tiene claro que nadie les va a regalar nada, que tienen que salir a buscar sus opciones laborales y su incidencia política. “Nosotras ponemos el pecho, estamos en la vida real, marchamos, pusimos 10.000 votos por el Sí, inscribimos 9 comités por el Sí con desmovilizados de las AUC y también de las Farc. Desde 2009 venimos hablando con ellos de reconciliación y esta paz se construye aquí y así, hablando con los diferentes”.

Después de 17 años de comenzar este viaje, Mayerlis cree que ahora sí las mujeres víctimas están empoderadas. Están llegando a las Juntas de Acción Comunal, a las mesas de víctimas y han aspirado al Concejo, a cargos de poder en lo local porque han trabajado desde lo que es la mujer como ser humano. Ellas comenzaron a abrir espacios con la narración, como reunirse alrededor del fogón, para sanar con la palabra.

“El que tengamos una metodología no significa que todo mundo encaje ahí; hay que ser muy didácticas porque no queremos abrir heridas y causar más daños. Cuando vemos que hay patologías muy marcadas, tenemos que acudir a una persona muy profesional, buscamos a la Defensoría del Pueblo, que está muy articulada con nosotros, en el área de género. Nos ayudan a buscar esa ruta desde las instituciones del gobierno, acompañan esos tratamientos más profundos. En últimas, lo que hace el colectivo son los primeros auxilios psicosociales y enseñar que no es malo sentir ese dolor”, afirma Mayerlis.

Hoy Narrar para Vivir, además de sus proyectos como la finca y las costureras en los 11 municipios, está dedicado a implementar los acuerdos de paz, en especial las 122 disposiciones que tienen que ver con el enfoque de género, a través de una escuela itinerante de los temas de la realidad y el contexto. En los últimos 6 años, las mujeres de Narrar para Vivir y sus familiares han recibido 46 agresiones, que van desde violaciones, quema de viviendas, atentados y amenazas.

En los pueblos algunos se confunden con ella, porque siempre está sonriendo, es amable y afectuosa, entonces la critican y cuestionan. “Cuando tengo que pararme, lo hago ante quien tenga que hacerlo y decir las cosas. Nosotras no podemos callar, hay que ser prudentes, y cuando tenemos que bajar la guardia, lo hacemos, pero no vamos a callar. Cuando hablo con las instituciones del gobierno, creo que hemos llegado a tener incidencia porque exponemos la problemática y decimos qué podemos hacer nosotros y qué pueden hacer las instituciones”, dice Mayerlis.

Cree que en el país ella y otros colectivos parecidos no han sido tenidos en cuenta, que los medios nacionales no los ven y ni siquiera los recuerdan en esos espacios donde todos hablan de paz y reconciliación. Pero aun así saben que son fundamentales para reconstruir el tejido social, del territorio y de la familia. “El solo hecho de que me vean a mí, víctima de los paramilitares y amenazada por el grupo de la guerrilla, con un integrante de cada grupo de esos armados y un exintegrante de las bacrim almorzando públicamente, eso te da un mensaje diferente de lo que es la paz”.

En regiones como los Montes de María, en sus municipios y veredas, se vive la cotidianidad del conflicto, de la paz y del posconflicto. Y lo afirma sin dudarlo: “Todos tienen que venir acá para que les enseñemos cómo es la paz porque con los laboratorios femeninos de paz estamos reconstruyendo este país. Aquí no hay que salir a buscar las experiencias en otros países, vengan y les contamos las nuestras”.

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