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Desde hace más de 45 días, Manuela Villa, abogada de una multinacional, vive un reto diario. Por el coronavirus tiene más trabajo y debe asistir a largas teleconferencias. Entretanto, su hijo Elías, de 6 años, que cursa transición en un colegio bilingüe, recibe sus clases de manera virtual mientras permanece encerrado en casa. Manuela también tiene un bebé de un año que acaba de aprender a caminar y, según ella, va como un borrachito pegándose con todo a su paso, por lo que necesita atención las 24 horas. Su esposo la ayuda con el mayor, porque no trabaja por el momento, pero la rutina diaria está llena de angustias y estrés. “No sabemos si estamos educando al niño bien”, dice. Todos están desesperados con el encierro. El más pequeño le tiene miedo a la gente extraña, y Elías, como sus papás, no ve la hora de salir.
Fotos: Karen Salamanca
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El coronavirus logró lo que casi ninguna otra circunstancia en la historia. Padres, niños y adolescentes por primera vez están de acuerdo en algo: el colegio virtual no funciona.
Millones de familias en el mundo se enfrentan a la misma situación. Nadie estaba preparado para trasladar los siglos de experiencia de las instituciones educativas a la sala de la casa. Tampoco para convertir a los papás en experimentados maestros ni para reemplazar el recreo, los juegos y las risas con los amigos por una clase virtual en Zoom.
Todas las familias, sin importar el estrato o la condición en la que viven, sienten de alguna manera lo mismo. Por mucho empeño paterno o materno la educación desde la casa no es la misma.
La razón de esta revolución silenciosa y mundial es muy poderosa. La medida de cerrar los colegios provino de la posibilidad de que los niños pudieran ser vectores del SARS-CoV-2, aunque raramente lo sufrieran en forma severa. Según algunos modelos matemáticos iniciales, precisamente esta sería una de las decisiones más efectivas para reducir la velocidad de transmisión del virus, al disminuir en una tercera parte la altura del pico con respecto a un escenario sin intervenciones. Teniendo en cuenta que los menores están en contacto permanente con la población más vulnerable –por ejemplo, sus abuelos–, este riesgo sería bastante alto. Con esa preocupación, casi todos los países comenzaron a cerrar las aulas.
Los científicos han continuado sus estudios a fin de confirmar si los niños son en realidad vectores del virus, una respuesta clave para la pregunta de cuándo abrir los colegios. Dos investigaciones recientes revelan que ellos sí pueden transmitir el virus, aunque ninguna lo probó.En Suecia, por el contrario, Anders Tegnell, el estratega de la lucha contra el SARS-CoV-2 en ese país, asegura que la evidencia indica que no.
Padres, niños y adolescentes por primera vez están de acuerdo en algo: el colegio virtual no funciona.
Como el dilema continúa, en Colombia el Gobierno ha optado por asumir que los pequeños son vectores , aunque los ministerios de Salud y del Trabajo evalúan en este momento la posibilidad de abrir los colegios y diseñan los protocolos. Países como Israel, Finlandia, Francia, Alemania, Holanda y Reino Unido también consideran el tema. La revista The Economist señaló hace poco que, en la medida en que los países comiencen a relajar el distanciamiento social, las escuelas deben ser las primeras en reanudar clases.
Fotos: AFP
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Wuhan se convirtió en símbolo de aliento la semana pasada. La ciudad donde todo comenzó reabrió los colegios el 6 de mayo. Las imágenes mostraban a los estudiantes entrando a sus salones en completo orden, con las distancias recomendadas, tapabocas y después de pasar por controles de temperatura. Dinamarca ya había dado el primer paso en Europa. Allí han organizado grupos muy pequeños y conservan una distancia de 2 metros entre los pupitres. España, que siente que ya ha pasado los días más duros, dará este paso con más cautela. Por ahora, en lo que ellos llaman las primeras fases de la desescalada, podrán asistir solo los menores de 6 años cuyos padres no puedan teletrabajar, los estudiantes de primaria especialmente vulnerables para recibir refuerzo educativo (de manera voluntaria) y los niños con necesidades especiales.
En Colombia unos padres ven esas noticias con esperanza y otros con temor. El país está muy lejos de tener la situación de Europa, en donde se ve ya un aplanamiento de la curva. Como ha explicado la epidemióloga Zulma Cucunubá, aquí la cuarentena ha evitado que los casos se disparen, pero eso no significa que la curva se aplanó, sino que se postergó. El Gobierno colombiano había previsto al 31 de mayo, como la fecha para regresar a clases. Pero el 19 de ese mismo mes anunció que la suspensión en jardines infantiles, colegios y universidades se mantendrá en firme durante los meses de junio y julio.
Son tantas historias como familias en Colombia. Incluso a los papás que tienen todos los elementos, la actividad les queda patas arriba. Margarita Calvete, por ejemplo, siente que es una alumna más. Con su hija Mariana, de 7 años, se conecta a las clases de transición desde las nueve de la mañana y a veces le dan las ocho de la noche. “El otro día la pusieron a hacer un gorro de chef en papel y también hice uno para mí. Me siento una estudiante más”, cuenta.
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Fotos: Karen Salamanca
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No pocos papás tienen que escuchar la lección del profesor junto con ellos para aprender. Aun así, a veces no lo logran.“Yo sé sumar y restar, pero ahora ellos aprenden de una manera complicadísima”, dice Maycol Rodríguez (Lea la historia). Otros se han encontrado con la sorpresa de que sus hijos han tomado el encierro como unas vacaciones. “Después de Semana Santa, yo me di cuenta de que mi hijo de 7 años me había estado diciendo mentiras, y no había hecho ni un décimo de las cosas que debía para el colegio”, dice Natalia Carrizosa, madre de dos.
Fotos: Guillermo Torres Reina
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Muchos señalan que el mayor reto es no perder la paciencia. Pero eso es precisamente lo que menos tienen por estos días los colombianos, que agobiados por sus puestos, una posible quiebra, la amenaza de una enfermedad traicionera y el bienestar de los niños han colapsado con el homeschooling.
“Un día tuve que encerrarme en el baño a llorar porque no podía más con todo”, contó una de las mamás entrevistadas. Otra narró cómo su casa se había convertido en un campo de batalla. Nadie quería asistir a la clase virtual, mucho menos hacer sus tareas. Los niños se peleaban entre ellos y, al final, una tarde, esta madre se encontró en medio de una sola gritería de todos contra todos, incluida ella. “Supe que ya no podía más y simplemente cogí el carro y di vueltas por horas sola por la ciudad. La verdad lo necesitaba”, contó.
Rodríguez, abrumado con tanta cosa, ha pensado en dejar así. “Que pierdan el año”. Como él, muchos padres quisieran tirar la toalla. En Estados Unidos, dos tercios de los estudiantes no se conectan a las sesiones, y algunos padres han optado conscientemente por distanciarse del año académico. En Colombia existe el temor de que lo hagan los más pobres. Por eso, al Gobierno le preocupa que el cierre de colegios lleve a una deserción escolar que supere con creces la tasa del 2 por ciento que tiene el país. Sería una tragedia adicional, pues tanto esta como la tasa de repitencia, de 3 por ciento, venían disminuyendo en los últimos años.
Mantener a los niños encerrados tiene un costo enorme para la sociedad y este solo aumentará en la medida que pasen los meses. Como escribió la revista The Economist, “A menos de que esto termine pronto, los efectos sobre la mente de los más jóvenes pueden ser devastadores”. Según el psiquiatra y pedagogo Guillermo Carvajal, si los padres están tranquilos y llevan esta cuarentena con estoicismo y buen humor, “tendremos niños en paz y tranquilos; pero si están estresados, los niños estarán tensionados y ansiosos”, asegura.
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Fuente: Estudio de Profamilia con Imperial College
Un estudio de Profamilia, que contó con la asesoría del Imperial College, reveló que 75 por ciento de los encuestados han tenido una afectación de salud mental en la cuarentena. Se manifiesta en síntomas como nerviosismo, cansancio, impaciencia y rabia, en porcentajes muy parecidos. El grupo entre 19 y 29 años resultó más afectado. La investigación plantea que una de cada tres personas sufre, otras resisten y varias aceptan. En este último grupo están los mayores de 49 años y la mayoría son hombres. “Si a estas personas les sumamos un hijo en una condición similar, el problema para ese papá o mamá escala a un rango mayor”, dice el psicólogo Miguel de Zubiría. “Ahora, si estos padres viven en espacios pequeños y tienen problemas económicos a los que ahora deben añadir ser profesores de sus hijos, tenemos la fórmula perfecta para un colapso psicológico”, añade. Lo grave es que estos problemas de ansiedad y depresión no desaparecen cuando se atenúa la crisis, sino que podrían durar años.
En un comienzo, muchos consideraron esta como una oportunidad para que los padres pasaran un extraordinario tiempo de calidad con sus hijos. Pero no resultó necesariamente así. Algunos se enfrentan por primera vez al teletrabajo, que, contrario a lo que muchos creen, en ocasiones exige más que ir a la oficina. A eso se suma que los papás cumplen todas las labores del hogar. Así, muchos tienen en su panorama lavar platos, asistir a reuniones en una plataforma con sus colegas y supervisar las tareas de sus hijos al mismo tiempo.
Juliana Martínez lleva con su esposo y sus dos niños encerrados en la casa. “Ninguno de los dos chiquitos está en edad aún de manejar un computador, de leer, de seguir instrucciones sin supervisión”, cuenta. Mientras tanto, los dos siguen en teletrabajo.
Y esos son los afortunados. Los niños que hoy tienen lo esencial, un espacio para estudiar, sus comidas completas, acceso a computador y a internet forman parte de una pequeña minoría en Colombia. Por ende, más que un idilio, la mayoría vive reales momentos de angustia y tensión. Estas varían con cada familia. Las que tienen niños más grandes que pueden asistir a clase reportan menos desespero que las de menores de 9 años, pues ellos requieren de mayor apoyo en prácticamente todas las tareas. “Con lo cansados y agobiados que están los papás, me preocupa que después de la covid-19 venga la epidemia de estrés postraumático”, dice la psicóloga María Elena López.
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Fuente: Censo del Dane, año 2018
Las preocupaciones surgen por todas partes. Aun con el aula virtual, muchos llegarán al siguiente año con conocimientos muy por debajo de los que habrían acumulado si hubieran ido al colegio. Los padres pueden amar sin limitaciones a sus hijos, pero eso no garantiza que tengan habilidades pedagógicas. “Las familias hacen lo que pueden con los recursos con que cuentan. Y, sin duda, el confinamiento ayudará a que los padres asuman un rol más activo en la educación de sus hijos una vez superada la crisis. Sin embargo, ellas no pueden reemplazar a maestros y escuelas de manera indefinida”, dice Jorge Valencia, coordinador del Observatorio de Educación de la Universidad del Norte.
En Colombia, además, la formación virtual tiene una cara muy compleja: la de la inequidad social. Millones de niños en Colombia viven en hogares con muchas carencias. No cuentan con las facilidades para montar una plataforma virtual en casa de la noche a la mañana. En esas familias difícilmente hay un computador y mucho menos conexión wifi. Según un estudio del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana, el 63 por ciento de los estudiantes de educación media de los colegios públicos no tienen acceso a internet ni computador en el hogar. “El coronavirus refleja la realidad inequitativa que viven muchos estudiantes fuera de las aulas. En áreas urbanas en nuestro país, un 14 por ciento de los hogares no tienen acueducto, y esa misma cifra en hogares rurales puede subir al 60 por ciento; para no hablar de alcantarillado, donde más del 25 por ciento no lo tiene en áreas urbanas. En cuanto al acceso a internet, 43,4 por ciento lo puede tener en sus casas”, explica Luis Felipe Henao, exministro de Vivienda.
Aun así, en el campo se las han arreglado para que las clases sigan. En Güicán de la Sierra (Boyacá), en medio de la cordillera Oriental, los estudiantes de la Normal Superior Nuestra Señora del Rosario recibieron en sus casas paquetes de semillas de zanahoria, cilantro y lechuga, que ya plantaron. Mientras las aulas permanezcan cerradas, los niños aprenderán matemáticas midiendo la tierra; ciencias, estudiando el ciclo de vida de las plantas, y español, escribiendo historias de sus sembrados. (Lea la historia de cómo es la educación en Güicán).
Gonzalo Ordóñez, psicólogo, pedagogo y profesor de la UIS.
La radio también ha sido esencial. Al mejor estilo de Radio Sutatenza de mediados de siglo XX, los receptores de ondas electromagnéticas han reemplazado muy bien a la educación virtual. Es el caso del colegio Luis Hernández Vargas, en Hato Corozal (Casanare), que abrió un espacio diario en la emisora Capibara 107.7 FM, en el que los profesores explican las tareas y resuelven dudas al aire o por teléfono. (Así es la educación por radio en los municipios de Colombia).
También ha recobrado vigencia en lo rural la correspondencia. Cada 15 días las coordinadoras de una escuela vecina de la sierra del Cocuy se encaminan hacia San Juan, La Cueva, El Tabor, Calvario, San Roque y otras veredas para entregar el material en cada casa. Hace unos días, Yahen –profesora de matemáticas– recibió el siguiente mensaje de voz de un estudiante de 10 años de la vereda San Ignacio: “Ay, profe, yo hice dos trabajos iguales, por si el que le envié se pierde mientras le llega hasta donde sumercé está. No sea que yo pierda matemáticas. Chao, profe... ¡Ay, sí, profe!: la extrañamos mucho”.
La falta de preparación educativa presenta otro escollo. “Un 45 por ciento de las familias colombianas no tienen el nivel educativo o su situación laboral no les permite acompañar a los niños”, asegura Gonzalo Ordóñez, psicólogo, pedagogo y profesor de la UIS.
En efecto, a veces los papás no entienden de qué se tratan las tareas de los niños. Milena Guerrero, mamá de Cristian, de 12 años, quien cursa séptimo en un colegio de Bucaramanga, vio que la instrucción de la profesora era “resolver los siguientes polinomios aritméticos con las operaciones básicas”. Ella intenta aprender, a pesar de que solo llegó a quinto de primaria, y le ha puesto tanto empeño a la resolución de los problemas matemáticos de sus hijos que la profesora le dijo: “Cuando usted no sepa algo, me llama”. Y eso ha hecho.
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En la otra orilla están los padres que trabajan en las llamadas actividades esenciales, que no han podido quedarse en casa y tienen el enorme lío de no tener con quien dejar a sus hijos. El pediatra Carlos Alberto Auque, por ejemplo, ejerce en Barranquilla, y su esposa, Kelly Navarro, trabaja como enfermera jefe de una clínica. Con el coronavirus tienen jornadas aún más exigentes que antes, a lo que se suma la angustia de llevar el virus al hogar. Después de diez horas en el hospital, Kelly llega rendida, pero debe hacer un largo proceso de desinfección. Solo después de esa rutina, ella y su esposo se pueden sentar en la mesa del comedor, donde ya instalaron el computador con la impresora. Allí alistan las tareas de Lucas y Carlitos, dos niños de 4 y 6 años. “La salud está primero, incluso sobre la calidad académica. Hay que tratar que los niños se esfuercen y hagan las tareas bien, pero debemos tener claro que nunca será igual al nivel del colegio”, dicen resignados.
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Los padres que se han quedado sin trabajo viven otro drama. En este caso, ya no tienen el dinero para sufragar la educación privada. Germán, por ejemplo, volaba un Boeing 737, vivía entre el Caribe y un conjunto campestre en la sabana de Bogotá y pagaba 7 millones de pesos por el colegio de sus hijos. Apenas suspendieron los vuelos, quedó en el limbo. “Me queda ‘gasolina’ para máximo un mes más. Después no sé qué voy a hacer”, asegura. (Lea la historia completa).
Fotos: Guillermo Torres Reina
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Lo mismo relatan Kelly y Eduardo Serrano, quienes lideran un mariachi en Santander y no reciben un peso desde hace dos meses. “El coronavirus acabó con reuniones y fiestas, y de esas vivimos”, dice la mujer. Los días los pasan alternando las tareas del pequeño Fernando, que cursa tercero de primaria, con anunciar y dar serenatas por internet. La mayoría de colegios han suspendido el pago de algunos servicios como la alimentación y el transporte, pero mantienen intacto el costo de las pensiones. (Lea la historia completa) .
Papás como ellos podrían tener mucho más tiempo para dedicarles a sus hijos, pero sin entradas mensuales lo harán presionados por una enorme angustia del futuro. “Los papás no dan más y simplemente no pueden pagar”, dice Carlos Ballesteros, abogado y presidente de la Confederación de Asociaciones de Padres de Familia. Precisó que, a la fecha, cerca del 80 por ciento de los acudientes no han cancelado la pensión de abril, lo que pone en riesgo la viabilidad financiera de los establecimientos educativos.
Aun sin perder el trabajo, muchos padres consideran que una cosa es tener educación presencial a un precio y otra pagar la misma cifra por formación vía plataforma virtual. Por eso, sienten que ellos están llevando la mayor carga y han pedido rebajas de hasta el 50 por ciento en la pensión. Margarita, quien perdió su trabajo antes de la pandemia, acudió al colegio y le dieron un 20 por ciento de descuento. “Entiendo que no nos puedan rebajar más. El colegio es extraordinario. Han mantenido la nómina intacta. A los profesores les pagaron el internet y los dotaron los computadores. Entonces realmente sé que no gastan menos, gastan más”, dice.
Un piloto de emergencia
Los profesores, por su parte, también se sienten en una carrera maratónica. El cierre presencial de los colegios obligó a más de 300.000 docentes en el país a replantearse su trabajo casi desde los cimientos. “Lo primero que pensé fue que tenía que inventar nuevas formas de llegar a los estudiantes. Ando haciendo videos casi como un ‘youtuber’”, dice Mauricio Fonseca, docente del Colegio Distrital Altamira en Bogotá.
Fonseca ha adoptado nuevas tecnologías para seguir con las clases. Pero para otros, debido a la brecha generacional y tecnológica, esta tarea ha sido más difícil. Datos del ministerio indican que el 59 por ciento de los profesores en el país tienen más de 45 años, una generación formada en los modelos tradicionales, mientras que solo el 14 por ciento tiene menos de 35. “No hay duda de que a los profesionales jóvenes se les facilita más el uso de tecnologías, pero la edad no es excusa para no aprender nuevos modos”, sostiene. (Lea su historia completa).
Fotos: Esteban Vega - Semana
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Los colegios viven enormes dilemas y tienen a cuestas una de las más grandes responsabilidades de la pandemia. Fernando Vita, rector del Colegio Italiano Leonardo da Vinci y representante de las instituciones privadas en la mesa creada con el Gobierno, asegura que hoy todos deben sortear el desafío pedagógico, la dura realidad económica de los padres y la misión de aliviar los problemas psicológicos y emocionales que ha dejado la cuarentena; además de diseñar al detalle los protocolos si el Gobierno decide que vuelvan las clases.
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Fuente: Ministerio de Educación
El drama es profundo. Los niños quieren volver al colegio, los padres están al borde del colapso, los maestros hacen lo más que pueden. Pero logran hacer mucho dadas las circunstancias. Algunos ven en las crisis una oportunidad. Carvajal sostiene que el sistema educativo debería aprovechar el momento para cambiar la actitud pedagógica para que prime el disfrute y desaparezca de una vez por todas el modelo tradicional de la letra con sangre entra. Muchos han querido trasladar el colegio real al virtual sin adaptaciones y siguen el mismo modelo represivo de recargar a los niños y los adolescentes con tareas en casa.
El miércoles, el Gobierno anunció un paquete de medidas para aliviar a colegios, jardines y padres de familia. Para los primeros abrió una línea de crédito, a la que destinó un billón de pesos, a fin de que puedan cubrir el 90 por ciento de la nómina, con un respaldo de la Nación del 80 por ciento. Las instituciones tendrán un periodo de gracia de seis meses y un plazo de pago entre 12 y 36 meses. Para las familias de los niños se creó un fondo solidario que les prestará para pagar las pensiones. “El Gobieno nacional con estas medidas busca apoyar al sector y fomentar la permanencia”, le dijo la ministra de Educación, María Victoria Angulo, a SEMANA.
Otros expertos aconsejan a los padres tomarlo con más calma, pues esta situación no es voluntaria. Recomiendan mucha paciencia y no ser tan duros consigo mismos en estos momentos. Más bien, aceptar que no todo lo pueden saber y que no siempre el día como maestros de sus hijos será perfecto. También deben entender con tranquilidad que los niños probablemente no aprenderán lo mismo en este año que en otros, pero no es el fin del mundo. En resumidas cuentas, les dicen que no sean maestros, sino padres, la profesión, según muchos, más difícil de ejercer en esta pandemia.
Margarita Calvete
Mariana (7 años), transición
“Hace unos días recibí una carta de Mariana. ‘Queridos mamá y papá: Estos son tiempos difíciles para todos y quiero decirles que yo estoy bien’. Me sentí bendecida. En esta cuarentena la he conocido mucho más. Me sorprende su humor fino. Se acaban las clases y ella suelta un comentario y nos atacamos de risa. Yo la acompaño todo el día a todas las clases. Comenzamos a las nueve de la mañana y a veces nos dan las ocho de la noche. De hecho, hago todas las tareas como si fuera una estudiante más. El otro día la pusieron a hacer un gorro de chef en papel y yo también hice uno. En las clases de arte, yo también pinto. Lo que antes era un problema, haber perdido mi trabajo, se convirtió en algo extraordinario porque tengo tiempo para ella. Soy consciente de que esto terminará extendiéndose hasta diciembre y me preocupa lo que pueden sufrir los niños sin decirlo. Un día encontré a Mariana llorando en el baño. Llamé al colegio y pedí ayuda de psicología. La profesora me llamó y me dijo que lo clave era entender que nada tenía que salir perfecto y que a veces si Mariana sufría, era porque era hipersensible al dolor ajeno. Me contó que ella era la que siempre sabía quién en el curso la pasaba mal, quién había perdido la lonchera, quién había peleado. Y me dio un gran alivio”.
Maycol Rodríguez y Paola Andrea Camargo, abogados
Juan Martín (5 años), transición, y María Alejandra (7 años), segundo
“Al comienzo fue difícil porque ni nosotros ni el colegio estábamos preparados para esto. Casi se acaba el matrimonio. El nivel de estrés era increíble y llegó un punto en que dije: ‘Si mis hijos se tiran el año, no me importa. No me voy a estresar más’. Ellos terminaban la jornada a las cuatro o cinco de la tarde, y nosotros, mientras tanto, subiendo evidencias de tareas, coloreando una cosa, respondiendo en el trabajo hasta la medianoche. La comida se nos quemaba porque no podíamos con todo. Tuve que hacer un brazo y una mano robótica, tareas muy avanzadas para mí, mucho más para niños de transición. Entonces al otro día nos levantábamos mal dormidos y de mal genio. Cuando regresaron al colegio después de Semana Santa, las cosas mejoraron, pues el colegio contrató una plataforma educativa con la Universidad de Luisiana, le bajaron a las tareas y el horario de antes se mantuvo.
Esta experiencia me ha hecho ver que ser maestro es muy valioso y duro. Por eso creo que el colegio en casa es totalmente insostenible. Yo no le puedo decir a la empleada que me ayude con esto. No hay nadie que me cubra acá”.
Germán y Gladys Castañeda, médica
Susana (3 años), transición, y Pablo (9 años), tercero
Antes de la pandemia, Germán volaba un Boeing 737, vivía entre el Caribe y un conjunto campestre en la sabana de Bogotá, y su billetera estaba acostumbrada, entre otras obligaciones, a pagar cada mes unos 7 millones de pesos por la educación de sus tres hijos, dice medio en broma.
Es primer oficial de una aerolínea internacional y está de licencia no remunerada hace tres meses. Con sus hijos y su esposa, Gladys –médica cirujana de la universidad Juan N. Corpas–, enfrenta un drama común, pero que pocos reconocen: las afugias económicas en el estrato seis.
El pago de colegios es quizá la más común de ellas. Desde que dejó de recibir su sueldo mensual de 4.500 dólares (unos 17 millones de pesos), ha tenido que gastar sus ahorros en el día a día. Según dice, le queda ‘combustible’ solamente para un mes más y, con una humildad improbable, agradece al Colegio La Inmaculada, donde estudian sus hijos.
“Nos descontó el 20 por ciento de la pensión durante tres meses. Eso ha sido un alivio”, relata.
Julieth Bustamante
Nicole, quinto de un colegio distrital
“Sé que hay gente sufriendo mucho por el coronavirus, pero al menos por esto ya no gasto seis horas al día en TransMilenio para ir y regresar del trabajo; antes prácticamente ni veía a mi hija, llegaba de trabajar y ya estaba dormida”, cuenta Julieth. Desde 2014 llegó a la capital para buscar mejores oportunidades, ya que en Cimitarra no era fácil encontrar un trabajo para una persona en condición de discapacidad, pues a los 7 años perdió una pierna. “En mi pueblo me ofrecían 300.000 al mes, así no vive una familia”.
Pero ese tiempo con Nicole también ha tenido su sacrificio. “Nos dieron la posibilidad de traer el computador de la oficina, pero con la condición de que tuviéramos internet. Yo no tenía y tuve que contratar uno. Son 100.000 adicionales cada mes y ahora no pagan subsidio de transporte; además, mi hermano y mi compañero no han recibido ingresos porque trabajan en construcción, estamos apretados, pero afortunadamente juntos”. A las siete de la mañana, Julieth debe estar conectada en su trabajo; a esa misma hora, a su WhatsApp comienzan a llegar las tareas de las cuatro materias que Nicole tiene al día. “No la puedo ayudar porque debo estar conectada hasta las seis, el resto la ayudo a hacer los videos de exposiciones que le están pidiendo casi todos los días”. Para no dejar a nadie por fuera de clases, los profesores cambiaron las tradicionales tareas por videos, los exámenes por fotografías y, por el momento, han dejado de lado las calificaciones.
Algunas pautas para que los padres ayuden a guiar a sus hijos en el aprendizaje.
Amuchos padres les cuesta ser maestros de sus hijos. El diario The New York Times publicó recientemente una lista de consejos titulada ‘Cuando no te gustan los números y tu hijo necesita ayuda en matemáticas’. La primera gran lección es que no tienen que saber todas las respuestas. Solo deben enfocarse en ayudarlos a pensar y resolver los problemas por sí mismos. Pregúntele: ¿Cómo lo sabes? ¿Por qué esto tiene sentido?
La segunda lección es evitar decir cuánto odian las matemáticas o qué tan malos estudiantes fueron porque esto puede despertar en ellos apatía. Hay mejores estrategias: cuando un ejercicio resulte complejo, pregúntele cuál parte no entiende. Identificar el inconveniente facilitará las cosas si hay que pedir ayuda al maestro.
Ante una pregunta complicada, pídale a su hijo que la ‘traduzca’ en sus propias palabras. Cuando se trate de un ejercicio de geometría, es recomendable hacer un boceto para visualizarlo. Tomar lápiz y papel también servirá para registrar el paso a paso de los ejercicios.
Otro consejo: la meta no es terminar rápido, sino aprender. Por eso hay que acordar con el niño un tiempo para solucionar los ejercicios (entre 15 y 20 minutos). Cuando haya terminado, él debe revisar la tarea, y, si le pide ayuda, no le señale los errores. Es mejor preguntarle si él encuentra alguno.
Buscar ayuda adicional de un maestro es válido de ser necesario, pues esto muestra interés por aprender. Por último, al iniciar la jornada empiecen por las tareas más difíciles, los niños tendrán más energía y concentración para resolverlas.
Kelly Navarro, enfermera jefe
Lucas (6 años) y Carlitos (4 años)
“Varios días a la semana los niños no tienen quién los ayude a conectarse a las clases virtuales, que van saltando de enlace en enlace, en un programa diseñado por el colegio. Mi esposo es pediatra y le toca salir a atender a sus pacientes a domicilio. Lo más grave es cuando Lucas, el mayor, no lo logra y se pierde la mayoría de las actividades del día.
Esta emergencia ha sido una gran exigencia, con jornadas extendidas en las que hay que sortear de la mejor manera las responsabilidades del trabajo, la casa y los compromisos escolares. Por ratos es agotador y frustrante.
Viendo el retraso de Lucas en el colegio envié un mensaje para que le permitieran ponerse al día con las tareas los fines de semana. Creería que somos los únicos que entregamos los trabajos atrasados. Al tener claro que no va a perder el año y que mi hijo está a salvo, lo demás pasa a segundo plano. No me voy a matar teniendo tanto en qué preocuparme. No es momento para pensar si se atrasa o no. Incluso, en los últimos días hemos estado reflexionando si vale la pena matricular a los niños en el curso académico que empieza en agosto. Es muy duro, no hay otro camino que adaptarse”.