Desde que unos inmigrantes suizos la fundaron hace 73 años, ha sido una de las compañías más innovadoras del país. Solo el año pasado la empresa invirtió 15.000 millones de pesos en proyectos de investigación y desarrollo.
Casi desde que los suizos Max Bänziger y Walter Göggel llegaron a Sopó en 1945, la innovación ha sido un tema esencial para la existencia de Alpina. Ellos, que habían recorrido varios lugares de Ecuador y de Colombia en busca del más indicado para instalar una fábrica de quesos maduros y de mantequillas, se enamoraron de los paisajes y de la gente de ese pequeño pueblo ubicado en la sabana de Bogotá. Pero desde el inicio se enfrentaron a la dificultad de desarrollar un negocio completamente nuevo, del que nadie sabía en la zona.
En Colombia no había tradición de producir quesos maduros, los campesinos no sabían qué cuidados especiales necesitaban sus vacas, y las fincas no tenían la infraestructura para procesar la leche en la forma en la que ellos necesitaban. Pero eso no los detuvo: montaron lo necesario para acopiar y procesar la leche, instalaron las cavas para madurar el queso y empezaron a enseñarles a los campesinos mejores prácticas ganaderas. Así, le dieron forma a una de las empresas colombianas de más renombre que hoy, 73 años después, llega con sus productos a todos los rincones de Colombia, tiene presencia en 4 países (están en Ecuador, Venezuela y Estados Unidos), exporta a otros 11 y cuenta con más de 6.000 empleados.
Ese mismo espíritu de innovar, llevar progreso a las regiones donde opera y no amilanarse ante las dificultades ha seguido en el ADN de la compañía. Por eso, a lo largo de su historia no solo ha creado productos que en su momento fueron toda una novedad, como el Bon Yurt (una mezcla del kumis con el cereal) o el Alpinito (un queso derretido con nutrientes para niños), sino que también ha ganado premios por impulsar proyectos asociativos entre empresarios del campo que son sus proveedores. El último, en Guachucal, Nariño, donde lograron que 1.400 familias se juntaran para administrar un hato lechero, lo que aumentó la productividad y los ingresos de cada una, pues pasaron de ganar 400.000 a 1,6 millones de pesos mensuales.
"Parte de la filosofía de la compañía ha sido ser consistente con los valores con los que nació. Sobre todo hoy, cuando sabérselas todas ya no es suficiente y se necesita más curiosidad, saber hacer las preguntas correctas, buscar las respuestas afuera y entender cómo trabajar en equipo", explica Ernesto Fajardo, presidente de Alpina.
Y aunque la innovación forma parte de la empresa desde sus orígenes, hace dos años un cambio en la estructura la hizo aún más relevante. Antes la dirección de innovación hacía parte del área de mercadeo –muy enfocada en productos y promoción–, y ahora es un departamento independiente que le reporta a la presidencia. Por eso, todos los temas y áreas se piensan desde la perspectiva del mejoramiento constante y de idear formas distintas y mejores de hacer las cosas.
Eso ha tenido resultados concretos. La firma tiene un instituto que se encarga de investigar los avances científicos y tecnológicos en materia de nutrición y alimentación en el mundo, para aplicarlos en Colombia con nuevos productos en el mercado, y también estudia los avances en los temas de empaques y procesos internos de la empresa. Solo en innovación de producto invirtieron el año pasado 15.000 millones de pesos. Pero más allá de lanzar unos nuevos –como una leche Actilife que tiene más proteínas–, también invierten en mejorar los existentes, cambiar el proceso de producción o crear programas sociales en sus zonas de influencia.
En materia logística, por ejemplo, en 2016 montaron una torre de control en la que hacen seguimiento en tiempo real (a través de un chip) a todos los camiones que llevan el producto a nivel nacional, lo que ha permitido mejorar la eficiencia de la distribución y la seguridad de los conductores. En eso han invertido 2.000 millones de pesos. También crearon un sistema de GPS para hacerles seguimiento a las fincas donde recogen la leche, y, en producción, lograron crear un proceso para usar los residuos que genera la planta de Sopó para producir biogás, que sirve de combustible para la misma planta. No en vano clasificaron entre las 25 empresas más innovadoras de Colombia, según un ranking que revista Dinero y la Andi publicaron en junio del año pasado.
Pero no solo impulsan la innovación, sino que la acompañan con una cultura que empodera a los empleados. Cada persona tiene la capacidad para tener impacto, más allá del rol que tenga. Quien más sabe cómo solucionar un problema es el que está más cerca de él, dice Fajardo. Por eso, los trabajadores aportan muchas ideas y, por ejemplo, los empleados del área correspondiente propusieron crear la mencionada torre de control para seguir los camiones de distribución: antes hacían esa misma labor de forma manual.
Eso ha llevado a instaurar una cultura de promoción y desarrollo del talento humano. Hoy llenan el 72 por ciento de las vacantes con empleados de la compañía y enganchan el 41 por ciento de los practicantes. Además, tienen un resultado destacado en equidad de género, pues no hay diferencia entre el salario de hombres y mujeres.
Esas políticas los han llevado a salir adelante, incluso en momentos difíciles, y, cada año, desde 2010, la compañía ha aumentado sus utilidades operacionales. Pero más allá de eso, le han enseñado al país el valor de pensar siempre en mejorar, en no conformarse con hacer las cosas bien, sino pensar siempre en hacerlas mejor. Como dice Fajardo, "para un país como Colombia, que todavía tiene mucho por hacer, la innovación debe ser algo que estemos pensando constantemente".