Por un nuevo paradigma empresarial
Una nueva realidad social y una clase media empoderada exigen un nuevo liderazgo empresarial.
Por Alejandro Santos Rubino
Foto: Juan Carlos Sierra
Este año, el siglo XXI entró con todo su ímpetu. En la sociedad de la información y de la disrupción tecnológica, el ciudadano es el nuevo protagonista de la vida pública. La protesta social que se ha tomado las calles es hoy la expresión de una clase media empoderada, informada y conectada, y tiene a los gobernantes contra la pared y a los empresarios, nerviosos.
Las causas son diversas y no respetan frontera. En Europa, Medio Oriente y América Latina los reclamos pueden ser variados, pero tienen un denominador común: en lo político, un rechazo a la democracia y su clase dirigente; y en lo económico, un rechazo a un modelo de desarrollo que ha distribuido la riqueza de una manera muy desigual.
La rabia se origina en unos gobernantes que no solo no pudieron resolver los problemas estructurales, sino que muchos de ellos terminaron protagonizando vergonzosos escándalos de corrupción.
En América Latina, el tsunami de Odebrecht se llevó consigo una decena de presidentes, y dejó en evidencia hasta dónde pueden llegar algunas élites públicas y privadas en su codicia y desprecio por la ética. Es tan paradójico como revelador que las mismas clases medias que lograron salir de la pobreza en este comienzo de siglo sean las que hoy estén exigiendo una nueva manera de gobernar y de entender las realidades de la sociedad.
En este contexto de indignación ciudadana, alta conectividad, creciente movilización social y fácil manipulación, quienes pretenden asumir un liderazgo en la sociedad tienen que cambiar la manera como se entiende el desarrollo. Y ese mensaje debe retumbar en particular en quienes son el motor del desarrollo y el crecimiento: las empresas.
Hoy, las compañías y los empresarios están llamados a jugar un papel más protagónico en la sociedad. Un liderazgo que se apalanca en su generación de riqueza y de empleo, y en su capacidad de innovación, pero que debe proyectarse hacia la sociedad por medio de su sensibilidad social, lectura del entorno, defensa de grandes causas y generosidad.
Desde hace varios años las empresas han venido interiorizando conceptos como el valor compartido, el compromiso con la sostenibilidad y la responsabilidad social. Y sin duda ha habido importantes avances en estos temas. Sin embargo, frente al cambio de paradigma que estamos viviendo, son esfuerzos insuficientes.
En Colombia, por ejemplo, tenemos un gran número de brillantes ejecutivos y muy pocos líderes empresariales. Tenemos innumerables empresas exitosas y muy pocas empresas admirables.
En sociedades desencantadas con el establecimiento, el sector privado tiene que empezar a reinventar su protagonismo en la sociedad. Entender que el ciudadano pide a gritos referentes éticos; liderazgos audaces y comprometidos; voces auténticas y compromisos sociales que causen impacto.
Nuestros empresarios han sido un ejemplo de cómo se enfrenta la adversidad. Colombia sufrió décadas de violencia que dificultó el entorno para hacer negocios. Fue un país paria hace solo 20 años, donde invertir era un acto quijotesco debido a un fuego cruzado de violencias que alcanzó a poner en jaque al propio Estado. Hoy, el país es reconocido como un oasis de estabilidad económica en la región y un referente en procesos de paz en un mundo donde cada día hay más conflictos.
Pero los nuevos vientos del posconflicto han traído consigo nuevos desafíos: el desarrollo territorial, la conciencia ambiental, la posverdad, la ideología, la ilegalidad y la concentración de riqueza, entre otros, los cuales han ido alimentando un discurso antiempresarial –no ajeno al sentimiento antiestablecimiento–, el cual debe apaciguarse con un nuevo liderazgo empresarial que encarne unos valores y causas que sean reconocidas por la sociedad.
Hoy, la manera de gobernar ha cambiado y la forma de dirigir una empresa también. Más aún cuando gran parte del potencial de desarrollo de Colombia está en su territorio. Podemos convertirnos en una potencia energética o agrícola solo si entendemos que nuestra geografía no es un mapa de recursos naturales por exportar, sino una nación de distintas culturas, etnias, historias, conflictos, temores, y, ante todo, luchas por la supervivencia y por la dignidad. Necesitamos menos ejecutivos que vean en el territorio una oportunidad de negocio y más líderes empresariales que vean en el territorio una transformación de la sociedad. En la búsqueda de este nuevo paradigma empresarial colombiano, SEMANA, en alianza con el Grupo Bolívar, Davivienda y Coca Cola, creó las 25 empresas que más le aportan al país, como un primer paso para encontrar un sector privado que genera valor para la sociedad.
Se trata de visibilizar compañías exitosas que han asumido un liderazgo dentro de sus comunidades o de cara al país, y que han creado nuevas condiciones para sus empleados, han sabido leer bien el entorno, tienen elevados estándares éticos, cumplen con temas de legalidad, derechos humanos y políticas de inclusión y equidad.
Cada una de las 25 empresas escogidas tiene una historia que nos deja grandes lecciones. Por ejemplo, que para aportar a la construcción de un mejor país, no importa el tamaño. Puede ser Ecopetrol, de lejos la compañía más grande de Colombia; o Guía Industrial de Colombia, que desarrolla productos ecológicos para el sector industrial. O que las empresas que se destacan están conectadas con las necesidades del país y de su comunidad, donde la aproximación al territorio se volvió fundamental.
Se trata, en el fondo, de un llamado de alerta a la clase dirigente, tanto política como empresarial, para renovar un liderazgo que se sintonice más con la gente.
Tenemos muchos ejecutivos brillantes, pero necesitamos más lideres empresariales
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