Secuelas del pasado
Extrabajadores del proyecto minero cuentan sus dolencias.
Julio Acosta (camiseta Blanca), 53 años, está inválido desde hace siete años cuando le diagnosticaron paraparesia espástica. Entró a trabajar en el año 1982 y trabajó 23 años en Cerro Matoso. Le encontraron metales y elementos químicos en la sangre: níquel, cobre, cobalto, salicilato, azufre, hierro y sílice. Durante 14 años trabajó en el piso hidráulico, el más contaminado porque es donde se regula y descarga la alimentación al horno con la calcina, que es la descomposición del mineral listo, precalentado a una temperatura de 700° y todos los gases tóxicos salen por ese piso. Es el piso subsiguiente al techo del horno por donde hay emanaciones de bióxido y monóxido de carbono. Los gases que se originan en la sílice del carbón se sienten como un ácido corrosivo. Esos gases, dice, no se controlan con las mascarillas de seguridad. También trabajó como operador en el piso de carga, desde donde alimentan el horno con la grava de calcina, de la cual extraen el ferroníquel. El carbón es precalentado a gas, su trabajo era como operador del calcinador, operador de la torre de enfriamiento, operador de colada y sangría. En ese piso están expuestos a altas temperaturas y a muchos gases tóxicos. Comenzó a perder motricidad en el año 2002 y en 2004 quedó inválido.
Rafael Emiro Vergara Alvarez (camiseta roja), 54 años, ingresó en 1980 y se retiró en noviembre de 2004. Trabajó en la unidad de negocios de refinería, definida como una de las áreas más críticas y contaminadas. Como consecuencia del ambiente de trabajo y al esfuerzo físico, comenzó a padecer inicialmente dermatitis por contacto y dolores lumbares a la altura de la cadera. En Montería le realizaron exámenes y resultó alérgico a las sustancias que allí manipulaban. Ordenaron su reubicación, pero desatendieron la orden médica. Su salud se fue deteriorando y comenzó a tener con frecuencia incapacidades. De su salario, que era de 1.750.000 sólo recibía el mínimo. A pesar de que las incapacidades eran más frecuentes, la empresa no lo reubicaba. En el año 2004, cuando sus males no mejoraban, la empresa le ofreció un retiro negociado. Oferta que le pareció irrisoria, pero terminó aceptándola, como la mayoría de empleados. Sostiene que los funcionarios que le ofrecieron el retiro, le informaron que había sido incluido en un ‘paquete’ de trabajadores con problemas de salud porque ya no le rendían a la empresa.
Fernando Borda (camisa azul), 56 años, (1986 – 2005). Sinusitis crónica, en la biopsia le encontraron partículas de níquel en las fosas nasales. Fue asistente de ventas, asistente comercial, luego pasó a refinería y terminó en bodegas, donde manipulaba carbón, cal y oxigeno. Salió por problemas de columna cervical y lumbar, y aunque la empresa cuando lo llamó a negociar le reconoció que había sido un buen trabajador porque cumplió con los reglamentos de seguridad industrial, nunca le dijeron porque prescindían de sus servicios. En el examen de egreso dice que tiene problemas de columna y sinusitis crónica.
Amaury Navarro (camiseta negra), 37 años. Salió por problemas auditivos y sinusitis crónica. Inicialmente trabajó como aprendiz del Sena como mecánico de mantenimiento (1995–1998). Luego ingresó (2000 – 2010), en el área del horno eléctrico en el piso de carga, en los canales de escoria, en el horno calcinador y en el área de preparación del mineral como mecánico de mantenimiento. Dice haber estado expuesto a mucho ruido en el proceso de secado del níquel y a otros elementos como la sílice y el monóxido, que produce intoxicación.
Federman De la Ossa, 64 años, le diagnosticaron asma ocupacional, vive en El Baral, Pueblo Nuevo. Es posiblemente el más veterano de los exempleados de Cerro Matoso. Entró a trabajar cuando se llamaba Econíquel en 1971 y se retiró en 1975, años que no le cotizaron y regresó en 1981 hasta el 2000, cuando se retiró por enfermedad pulmonar. Permanece la mayor parte del día acostado en una hamaca bajo un rancho de palma. A un lado, sobre una silla, tiene siete medicamentos que debe tomar a lo largo del día: Seretide, cortisona; Alvesco; Berodual, cuatro aplicaciones; Aerius; Lukast, un antialérgico; Rinobudex, cortisona, spray nasal, 140 aplicaciones al mes; Prednisolona, cortisona permanente, cuatro diarias y se hace nebulizaciones diarias con un ultrasónico compacto. Fue obrero raso, operador de molienda, donde tomaban muestras del subsuelo, explosivista y operador de maquinaria pesada recogiendo material de extracción para triturar la sapolita, estado en el que se encuentra el níquel. ‘Nos daban unas mascarillas de cartón que no servían para nada, porque nos poníamos hasta cuatro y por la tarde cuando uno se la quitaba quedaba la mancha de acumulación de polvo’.
Emilio Soto Arcia, 62 años, Dermatitis de Contacto Crónica, vive en Montería, trabajó en el horno y en los botaderos de escoria. Entró a la mina el 11 de agosto de 1980 y salió en 2007. En las decenas de exámenes médicos que le han practicado, le encontraron diez elementos o metales pesados: aluminio (0.98); berylium (1.42); indium (1.28); copper (0.93); níquel (6.46); palladium (1.38); methil-mercurio (0.91); inorganic mercurio (1.27); silver (0.69); cinq (1.58). Cuando las llagas de la dermatitis eran evidentes, sus compañeros no lo saludaban, decían que ‘estaba podrido’. Estuvo expuesto a la remoción del polvo que manipulaban en la exploración porque los vehículos no tenían aire acondicionado. Para protegerse les daban una mascarilla de papel como las que utilizan en las panaderías. Manipulaban lecote, un acelerante o catalizador, y pasta catódica. ‘Eso hedía maluco. Yo llegaba a mi casa, me quitaba la ropa, me bañaba y seguía oliendo’. También llevaba desechos al canal de escoria. Ese desecho es la sílice, una especie de lana de vidrio imperceptible, que resulta después de enfriar el ferroníquel. El recogía esa escoria en los escurrideros para llevarla a un botadero, donde depositaban las ollas podridas, zona a la que también conocían como el patíbulo. ‘Es el veneno del níquel’, dice Soto.
Alfaro Osorio, 55 años. Enfermedad Pulmonar Crónica (EPOC), vive en zona rural de Planeta Rica, trabajó 23 años en la refinería. Tose todo el tiempo; tos seca que se interrumpe por silbidos involuntarios. Su espiración es forzada y disminuida, dice un dictamen médico del año 2008, por una opresión torácica. Vive a 40 kilómetros de Planeta Rica, al sur de Córdoba, en una finca de 30 hectáreas que compró con la liquidación que le pagaron cuando le dijeron que no seguiría trabajando en la empresa. Como operador de colada y sangría, su trabajo consistía en sacar hierro y níquel del horno eléctrico a temperatura de 1.400 grados. Después pasó a refinería, donde suministraba los reactivos que sacaban las impurezas al metal. ‘En esa época, dice, se trabajaba sin protección, a puro pulmón: agitábamos la colada con madera verde. Tenían como protección un chaleco, visor y gafas, pero no se protegían las vías respiratorias. ‘Salíamos intoxicados de la refinería, vomitando’. Para mitigar el malestar les daban un vaso con leche. El médico Rodrigo Ramírez Zuluaga, en uno de los tantos exámenes que le practicaron, decía: ‘sólo un milagro lo puede salvar a él; ya el daño está hecho’. Ramírez le diagnosticó Enfermedad Pulmonar Crónica, que es destructiva.