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Las cruces del cementerio de El Placer poco dicen sobre la violencia contra las mujeres. (Foto: Daniel Reina Romero/SEMANA)

VIOLENCIA SEXUAL

El delito del silencio

El bajo Putumayo fue epicentro de uno de los crímenes menos registrados del conflicto armado en Colombia: la violencia sexual. 

 

Durante siete años, las mujeres del caserío El Placer fueron estigmatizadas, ultrajadas y asesinadas por los paramilitares. Hoy son las protagonistas de pasar esa página tremenda.

Todas, las fundadoras, las maestras, las mamás, las que venden jugo de naranja, las amas de casa, las evangélicas, las que no creen en nada y las alumnas del colegio, todas tienen una historia de horror que contar, pero también un anhelo porque todo pase y el pasado nunca se repita.

 

A partir de 1999 –año en el que llegó el Bloque Sur Putumayo de los paramilitares- el casco urbano de El Placer no solo se convirtió en su base militar sino en tierra de castigo para las mujeres. La tortura, las violaciones colectivas, las mutilaciones, la exhibición pública y una interminable lista de abusos y vejaciones se aplicaron por igual a presuntas guerrilleras, mujeres a las que cualquier chisme volvía ‘sospechosas’ y a muchas de las prostitutas de los 12 burdeles que se instalaron alrededor de la antigua plaza de mercado y sobre la calle que conduce al barrio Puerto Amor o las que servían a los paramilitares en sus bases fuera del pueblo.

 

No hay cifras, pero hay docenas de testimonios (recolectados en un informe del Centro de Memoria Histórica) de mujeres desplazadas, de prostitutas asesinadas por contraer el VIH, de mujeres del pueblo encerradas en una casa y convertidas en esclavas sexuales, de guerrilleras capturadas a las que se sometía públicamente a violaciones y mutilaciones antes de matarlas. Muchas murieron en el puente colgante sobre el río Guamuez, lugar de los enamorados, y en la playa de los paseos de olla. Justo antes de llegar al puente hay una casa blanca de una sola planta desde donde –según sus inquilinos– aún se escuchan los lamentos de los que agonizaron en la playa.

 

Al río no solo fueron arrojadas las trabajadoras sexuales sino también hombres y mujeres sospechosos de pertenecer a la guerrilla. Después de recibir torturas que iban desde la mutilación de sus órganos sexuales y la violación hasta el empalamiento, a muchas las arrojaban  vivas al agua. Algunas fueron utilizadas como conejillos de indias en las prácticas de enfermeros de combate paramilitares.

 

Tal vez por ese dolor –porque el cuerpo de las mujeres se transformó en un campo de batalla- es que hoy las sobrevivientes son las protagonistas de la nueva historia de El Placer, las que tratan de sacar al pueblo adelante y pasar la página. Como dijo una profesora: “Llegó el momento para que las niñas y las jóvenes de mi colegio vivan en un nuevo espacio digno del nombre de este pueblo”.