EL RÍO QUE SOMOS Que no se ‘ahogue’ la pesca Doscientos cincuenta y dos pes-cadores forma parte de una de las cinco macrocuencas colombianas: Caribe, Magdalena-Cauca, Orinoco, Amazonas y Pacífico. 124 de Bocas de Carare y de San Rafael de Chucurí, po-blados ribereños del Medio Magdalena, promovieron el cumplimiento, durante mayo, de la veda de pesca del bagre rayado. Ellos expresaron: “Protegemos la riqueza del río Magdalena, pero no podemos seguir viviendo en la pobreza”. Vaya paradoja. Ellos viven cerca de un río con una riqueza enorme: en materia de peces más de 45 especies son sujetas a uso pesquero, y en cuanto a produc-ción, se generan capturas totales de 39.040 toneladas al año (2010) con un valor anual de 368.863 millones de pesos (204 millones de dólares). Además, la pesca da ocupación a cerca de 50.000 pescadores, y a otro tanto de comerciantes, vendedores, transportadores. Y si consideramos las 157.000 personas que también dependen de la actividad en las ori-llas de los ríos y las ciénagas, se evi-dencia aún más la importancia de este sector productivo. Para demostrar más la relevan-cia de la pesca, es de destacar que las comunidades de pescadores no presentan niveles de desnutrición. ¿Cuánto vale una ‘empresa’ que garantiza un consumo per cápita de 36 kilogramos por persona al año a cientos de miles de habitantes? No hay cifra que pueda magnificarlo. Es sencillamente la garantía de vida para numerosos colombianos. Pese a ese valor, la pobreza campea en las riberas de los ríos y en los playones de las ciénagas. Se menciona, con obvio pero trágico cinismo, que los pescadores artesa-nales son invisibles para los políti-cos y muchos de los administradores regionales y locales; más cuando se arguye que esta empresa (la pesca) está hoy postrada. ¿Pero por qué sucede esto? Por la indolencia y la falta de estatura de nuestros políticos, por la miopía, la anemia presupuestal, la baja capa-cidad de los entes administrativos y, finalmente, por las débiles acciones de protección ambiental en los eco-sistemas acuáticos. Para discutir estos presupues-tos, presentemos una conclusión del V Informe Nacional de la Biodi-versidad, que indica que el nivel de avance en el país es bajo con refe-rencia a las acciones para “evitar la pesca excesiva y el mantenimiento de ecosistemas acuáticos con enfoques ecosistémicos dentro de los límites ecológicos seguros”. En primera ins-tancia, se culpa a los pescadores por exceso de pesca y, en realidad, esto no es totalmente cierto. Aunque la producción pesquera de la cuenca ha disminuido a la mitad de lo que A pesar de que el río Magdalena es rico, sus pescadores viven en la pobreza por la baja capacidad de los entes administrativos, la anemia presupuestal y la miopía de algunos políticos. POR Mauricio Valderrama Barco* * Director d e la Fundación Humedales.
ESPECIAL RIO MAGDALENA
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