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ESPECIAL RIO MAGDALENA

EL RÍO QUE SOMOS El río que somos Los colombianos crecimos con la idea de la abundancia inagotable, y nunca nos enseñaron a valorar y cuidar nuestros ríos. Aún estamos a tiempo de cambiar. Hace casi 30 años viví una corta 24 temporada en un pueblito del sur de Bélgica que se llama Florenville. Un día, al volver a mi casa, me esperaba una patrulla de la Policía. Lo primero que me preguntaron era que si reconocía una bolsa que me mostraron. Les dije que sí, que era mía. Se trataba de la bolsa de basura que había dejado el día que no era, mezclando restos orgánicos con papeles y con latas y botellas de vidrio. Todo mal. Como si fuera poco, mi basura estaba en la bolsa donde hacía el mercado, no en la que tocaba. Todo esto me lo iban diciendo camino del ayuntamiento en donde firmé un acta de compromiso de no volverlo a hacer, y pagué una multa que aún me duele no solo por los francos belgas de entonces sino por la vergüenza de troglodita que sentí. Lo mejor es que el funcionario de la Alcaldía me llevó a conocer el río que estaba contaminando. Semois, se llama. Y entonces mi rubor se convirtió en vergüenza total. Era un río plano, más bien triste, y que corría sin prisa, inconsciente de su propia transparencia, al que por mi torpeza le hubieran llegado mis detritos por no saber vivir a su lado. Y eso pasa entre nosotros. Nadie nos educó para los ríos. No solo para cuidarlos. Nadie nos dijo que son la sangre de un país, su cielo caminante. Es que nadie nos dijo nunca que el río es una forma del tiempo en el que transcurre la vida, nuestra vida. Y para que el tiempo y la vida continúen después de nosotros es necesario que el río siga fluyendo. Que no cese. Nadie nos hizo ver eso. Nadie nos habló de los ríos como si se hubiera bañado en ellos. Como casi todo, eran ríos imaginarios los del colegio. Aún más para los bogotanos huérfanos de río al parecer para siempre. Pero la verdad es que, ribereños o no, en Colombia hemos crecido para depredar el río. Es raro. De una parte nos gustan los ríos y sus piedras, nos gusta que lleguen los domingos porque son sinónimo de río. Pero no hacemos nada para conservarlos, para que no envilezcan. Más bien es al revés. Por acción u omisión los hemos ido convirtiendo en agua sucia, en lodos oscuros. Crecimos con la idea precolombina de los ríos arteriales de antes de la casaca y la peluca, con la idea de la abundancia inagotable. Y no. No hay Magdalena para siempre. Colombia no es un país rico. Es un país con riquezas. Justo es decir, en todo caso, que las cosas empiezan a cambiar, y que con el silencio definitivo de los fusiles humeantes, los ríos dejarán de teñirse de rojo, el mercurio dejará de nuevo que crezcan los alevinos, y las subiendas traerán más peces y menos troncos derribados y el eterno plástico de las botellas sin náufrago. Justo es decir que hoy hay un poco más de conciencia de la importancia de los ríos. Pero solo un poco. No lo suficiente. Hice, por pura curiosidad de reportero aficionado, una encuesta a una docena de niños del colegio que dirijo sobre los ríos de Colombia. Saben algunos de sus nombres y algunas de sus características. Pero no mucho más. Muy pocos se han bañado en ellos. Siguen ignorando cuál es la cadena de un pitillo hasta el fondo del mar, siguen ignorando que los ríos van a la mar más muertos que vivos, y que hay especies marinas y fluviales que empiezan a dejar de ser, siguen ignorando que la paz, como decía alguien, es poder salir a pescar de noche siempre y cuando haya pesca. Comprobé que no son tan conscientes como sería deseable, que los ríos, como la vida, pasan solo una vez; que los ríos, como la vida, no retoñan a menos que podamos seguir viendo reflejados nuestros rostros en la corriente que pasa. POR Juan Carlos Bayona* *Rector del G imnasio Los Pinos, de Bogotá. Es que nadie nos dijo nunca que para que el tiempo y la vida continúen después de nosotros es necesario que el río siga fluyendo. Que no cese. Nadie nos hizo ver eso. la deforestación asciende al 77 por ciento de su cobertura vegetal original; el 42 por ciento de esta se produjo en las tres últimas décadas.


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