RIO popular en esa red social. Lo llamé, le pedí indicaciones y después de un viaje por una carretera devas-tada 34 por las retroexcavadoras de la minería ilegal, Quiceno me recogió a orillas del río. La Miel nace en el Páramo de Herveo, a la vista del Nevado del Ruiz. Por eso, sus aguas son heladas, y su lecho de roca lo hace cristalino por completo. El viajero francés Pierre d’Espagnant lo visitó en 1898. Des-pués de comparar con África su des-embocadura en el río Magdalena, lo describió como una “cinta de plata que baña el pie de altos acantilados color de rosa. A la derecha, a la izquierda, bos-ques que se prolongan indefinidamente (…) De vez en cuando algunos remo-linos peligrosos, al pie de los acantila-dos, alternan con islotes de cantos que el río ha dejado seco, y en cada una de sus playas desembarcamos para lavar oro”. Desde el bote de pesca de Qui-ceno vi por primera vez la misma fiebre del oro que un siglo antes ya había reseñado el viajero francés. Tanto en La Miel como en otros ríos del Magdalena Medio es usual ver unas embarcaciones precarias, con dos boyas de flotación a lado y lado, que cargan una manguera enorme con la que un buzo aspira el fondo del río en busca de oro. Además, el Las hectáreas deforestadas del Magdalena Medio son pisoteadas por al menos 300.000 cabezas de ganado. río Samaná, que desemboca en La Miel casi a la altura del municipio de San Miguel, arrastra sus aguas sucias por la devastación de las dragas y ensucia las aguas claras de La Miel. Pescadores del club Pispesca, que han recorrido la región desde hace 75 años, recuerdan que en el Samaná pescaban las picudas más monstruosas. De hasta 20 libras de peso, este familiar lejano del salmón es una de las especies más codiciadas por los pescadores deportivos. Tiene una cabeza con dientes y colores que van desde el bronce y amarillo, fun-diéndose en el cuerpo con escamas blancas, grises y negras y una potente cola roja que la ayuda a nadar en las corrientes más potentes. Si un pes-cador deportivo saca un ejemplar de al menos ocho libras, los grupos de pesca en Facebook se estremecen con la noticia. Y nadie pregunta si el animal fue regresado al agua: es casi obvio que un pescador deportivo regresa al agua estos animales y los trata con extremo cuidado. Entre lance y lance de mi caña de pescar, Quiceno me contó que era nieto de don Manuel, un colono que llegó a mediados del siglo XX a la zona y creó una comuna hippy muy famosa en los años sesenta y setenta en Colombia. El hongo psi-locybe fue descubierto en las boñi-gas de las reses por un hijo hippy de uno de los ganaderos de la zona. La noticia se regó como pólvora. Para los Quiceno es usual recono-cer en televisión a personajes de las artes y la política que alguna vez estuvieron ‘viajando’ con hongos en la comuna del abuelo. Incluso, recuerdan una visita de Pablo Escobar, que preparó un sancocho de gallina en una playa del río. Llegó en helicóptero desde la Hacienda Nápoles y ofreció una recompensa por una cadena de oro que se le perdió en el agua. Tam-bién cuenta la leyenda que el servi-cio secreto tuvo que llevarse de allí a la fuerza a uno de los miembros de la familia Kennedy. No podría saber cuántas veces he estado en el río La Miel. Sí sé, en cambio, que en mis dos últimos via-jes no saqué ningún pez. Estuve 12 horas batallando desde el bote, enre-dado con rocas y ramas, tratando de pensar como un pez, pensando qué quieren comer, dónde están, si en la orilla o detrás de un árbol caído o debajo de una roca. Hoy, hay que ir cada vez más lejos de las ciudades para encon-trar ríos que tengan peces. Pero no por eso voy a dejar de ir a La Miel y a otros del Magdalena Medio. No importa no pescar nada. Lo impor-tante, al fin y al cabo, es el viaje. Ya lo dijo el crítico de arte Robert Hughes: “La excitación de establecer contacto con un pez es proporcional a las horas de tedio que eso implica”. Y si ese tedio se da en el Magdalena Medio, estamos hablando del tedio más emocionante del mundo. Cuando alguien pide la mano con un anillo de oro, consume cocaína en una fiesta o se come un pedazo de carne está apretándole la horca al río Magdalena. foto: cortesía hotel la cachaza
ESPECIAL RIO MAGDALENA
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