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Especiales Semana:
Fútbol colombiano, el de todos

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El mejor fútbol es el de la casa

Todos los que soñamos con la pelota vivimos para buscar de estadio en estadio y de canal en canal, algo que nos evoque ese momento mágico de la infancia que hizo que nos perdiéramos para siempre en el laberinto del fútbol.

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Alejandro Pino Calad

Director de Publimetro

Uno escucha hablar de fútbol colombiano a Peláez, a Hernández Bonnet, a Iván Mejía o a Vélez, a Wbeimar o a Giraldo Neira y pareciera que todo se echó a perder en los noventa. Todos los jugadores de leyenda, los grandes equipos, los mitos del fútbol profesional colombiano parecieran quedar, en palabras de los ‘popes’ del periodismo deportivo colombiano, lejos.

Claro, ellos vieron al Millonarios de El Dorado y al Cali de Pancho Hormazábal; ellos disfrutaron a Willington Ortiz en el azul, en Cali y en América; ellos vivieron la llegada de Zubeldía a Nacional; comentaron las campañas tremendas del América de Ochoa, pero ellos también, gracias a esos equipos y figuras míticas, han logrado que los más jóvenes añoremos esos años que no vimos, que extrañemos a cracks que no pudimos disfrutar y de los que solo hemos podido leer o con suerte ver en YouTube y, eso sí, escuchar en las anécdotas geniales de nuestros veteranos comentaristas.

No sé si es por haber llegado a los 40 hace poco, pero creo que por fin empecé a entender esa nostalgia de los mayores y a valorar lo que he podido ver que, para mí, como para usted que ha disfrutado de los últimos 30 años del fútbol colombiano como hincha, también tuvo la magia suficiente para enamorarme y tenerme aquí, tantos años después, escribiendo aún sobre la pasión de nuestros colores.

“Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios”, dice Eduardo Galeano en el prólogo de esa biblia profana que es El fútbol a sol y sombra; y sí, todos los que soñamos con la pelota vivimos para buscar de estadio en estadio y de canal en canal, algo que nos evoque ese momento mágico de la infancia que hizo que nos perdiéramos para siempre en el laberinto del fútbol. Un momento que siempre, siempre, tiene que ver con el fútbol de tu casa.

Yo tengo clarísimo cuál fue el mío, el que me hizo clic y definió que para siempre iba a seguir unos colores pues, citando de nuevo a Galeano, “en su vida, un hombre puede cambiar de mujer, de partido político o de religión, pero no puede cambiar de equipo de fútbol”. Era mi noveno cumpleaños: diciembre 4 de 1988, y la verdad no recuerdo si tuve piñata, no tengo ni idea qué me regalaron y no puedo decir nada sobre ese día salvo que, llegada la hora del noticiero de la noche, me senté sagradamente con mi abuelo a ver la sección de deportes para disfrutar del resumen de los goles del octogonal final del fútbol colombiano.

El viejo Gustavo, hincha eterno de Nacional, tenía muchas ganas de ver la victoria de su verde sobre el que yo llamaba “mi equipo”, sin haber ido nunca al estadio ni saber de verdad si le hacía fuerza a Millonarios solo por oponerme a la figura de autoridad de mi casa. Pero de pronto, pasó. En la pantalla de ese Sony Trinitron, el fútbol colombiano me llevó para siempre.

La jugada la puedo recitar de memoria: Carlos Enrique la ‘Gambeta’ Estrada entró al área por el costado derecho tras un pase largo de Vanemerack. La pelota rebota en el piso y el delantero, de espalda a la portería, se perfila para enfrentar la marca de León Villa que, atónito (supongo yo), ve cómo la ‘Gambeta’ hace tres toques de una veintiuna con el muslo para luego hacerle un sombrero y ponerse la pelota en la cabeza ante la presión de ese coloso llamado Leonel Alvarez que, a pesar de su fuerza, no logra mover a Estrada, quien no solo da un paso con la ‘pecosa’ sobre la ‘testa’, no, ¡da tres pasos con la bola controlada en el cráneo para luego dejarla caer y fusilar a René Higuita! Fue mágico. Fue brutal. Fue algo que nunca había visto y que 31 años después no he vuelto a ver.

El fútbol colombiano es la infancia, la magia de lo irrepetible, de lo que solo tiene sentido para nosotros.

No me importó que Millonarios perdiera 3-1 en el Atanasio, ni me importó enterarme luego que en esa cancha dejaba un invicto histórico de 26 fechas; ni me inmutó que mi abuelo se burlara socarronamente de la derrota de “mi equipo” pues, a partir de ahí, a partir de ese gol, a partir de ese resumen de noticiero de un 4 de diciembre de 1988, día de mi noveno cumpleaños, supe que le tenía que quitar las comillas al término, que había encontrado equipo, que nada volvería a ser igual.

Lo hermoso, lo poético, es que todos los hinchas del fútbol colombiano tenemos una historia así, desde el niño santafereño que se volvió más rojo de lo que le exigía la herencia paterna por ver el 7-3 contra Millos; al pequeño hincha del DIM que en 2002 supo qué era acabar con una racha de 45 años sin títulos y celebró con su abuelo la gloria de una estrella; al infante fanático del Once Caldas que en menos de un año celebró la liga local y la Libertadores cuando durante más de 50 muchos más viejos habían tenido que ver cómo eran otros los que festejaban...

El fútbol colombiano es la infancia, la magia de lo irrepetible, de lo que solo tiene sentido para nosotros, por eso siempre hay que celebrar el arranque de una nueva liga, porque a pesar de los defectos y fallas, de los problemas y dirigentes, el fútbol somos los hinchas, y los hinchas sabemos que no hay nada mejor que lo que te ofrecen en casa.