Los heridos que ya no llegan al Hospital Militar

Semana.com presenta la segunda entrega de una serie de reportajes que muestran qué ocurre en los lugares donde más se sentía la guerra. Mientras en antaño podían llegar 1.000 heridos al año a este centro médico, en 2016 van 36 heridos en combate.

Ricardo Uribe ya no tiene afán. Toma un café, se sienta en su oficina en el octavo piso del Hospital Militar de Bogotá y, con calma, recuerda toda su experiencia como director del grupo de Trauma de Guerra. Un equipo de cuatro cirujanos especializados en atender a los heridos del conflicto armado.

Está tranquilo y tiene tiempo para hablar. Antes no podía. Se pasaba los días atendiendo entre cuatro o cinco militares que llegaban heridos de combate. Aunque ese era el promedio, la cifra podría aumentar de un momento a otro. Como ocurrió en 1999, recuerda Uribe, cuando llegaron 27 heridos de Juradó (Chocó). El equipo médico debió iniciar 12 intervenciones quirúrgicas de inmediato. Terminaron de atenderlos al mediodía del día siguiente.

En la década del noventa y hasta 2008 podían llegar hasta 1.000 heridos en el año al Hospital Militar, una institución que fue inaugurada el 25 de abril de 1962 con el objetivo de ser uno de los centros asistenciales más grandes de América Latina, en el que se atenderían a los militares y a sus beneficiarios.

Con el cese al fuego que iniciaron las FARC el año pasado, el voltaje empezó a disminuir. Mientras en 2011 la cifra de heridos en combate llegó a 424, hasta noviembre de 2016 la cifra no supera los 36, de ellos 24 resultaron heridos por minas antipersonal y 12 por arma de fuego.

Uribe habla claro. Él no ve el proceso de paz como la panacea, simplemente se ciñe a lo fáctico. “Lógicamente no hay heridos porque no se están moviendo las tropas. Si no se mueven, ¿por qué habrá heridos? Antes se recibían 1.000, este año deberíamos llevar unos 500, pero no van ni 70. Claramente disminuyó, sin embargo seguirán llegando, porque esa es la vida del militar, así sea en accidentes de entrenamiento”, dice.

El último herido en combate llegó el pasado 24 de noviembre desde Teorama, un municipio de la región del Catatumbo, Norte de Santander, donde la guerra sigue intacta, pues, aunque las FARC ya no están, los demás grupos ilegales, como el EPL, el Clan del Golfo, Los Rastrojos y el ELN, se siguen disputando el negocio del narcotráfico.

De esta zona han llegado este año siete heridos al Hospital Militar, diez de Arauca, seis de Caquetá, seis de Chocó, dos de Antioquia y los otros cinco llegaron de Putumayo, Tolima, Meta, Cauca y Córdoba.

Afortunadamente la cifra menguó, pues –como dice Uribe- es imposible que en un país con tantas necesidades, se siga invirtiendo en un conflicto que cuesta mucho dinero, vidas y dolor. “Sería el colmo que esto volviera a escalar. Pero si eso pasa, estamos listos. Puede que en este instante no lo esté, pero le aseguro que en unas cuantas horas sí”, dice Uribe mirando con orgullo su bata de médico.

Él siempre está preparado. Aunque no hay muchos heridos en combate para atender, Uribe persigue la adrenalina porque durante 21 años se ha especializado en eso: en la guerra. Para no perder la técnica, desde hace unos meses trabaja en el Hospital el Tunal en Bogotá, un centro de salud al que llegan heridos de conflicto urbano. Antes la acción lo buscaba a él, ahora Uribe anda detrás de ella en el sur de la capital.

A diario

Cada día a las 7:00 a. m., desde un centro de referencia, a Uribe y a su equipo les avisaban dónde había combate en la noche anterior, cuántos heridos, en qué unidades estaban y a qué horas estarían arribando a Bogotá. Eso ocurría todos los días sagradamente. Los minutos de vuelo estaban calculados.

Apenas les anunciaban, alistaban los grupos para recibir a los heridos. Lo primero que hacían era llevarlos hasta la sala de reanimación. Allí, Uribe se convirtió en jefe en 1997. Él y su equipo cumplían con las mismas labores: identificar y confirmar las lesiones. Y luego detener las hemorragias, que se presentaban en el 83 % de los casos.

Ahora esa sala, que cumple como función mantener con vida a los que están por irse, no recibe casi víctimas de guerra. “Actualmente se usa para reanimar personas de la tercera edad. Cambió el escenario”, dice Uribe.

Los años más intensos en atención a heridos en combate fueron 1998, 2000 y 2004. El equipo de trauma no tenía respiro. Casi el 80 % de los pacientes que llegaban al Hospital Militar estaban tan graves que pasaban a la Unidad de Cuidados Intensivos. Generalmente el 49 % eran víctimas de explosión, el 39 % heridos por proyectil de arma de fuego a alta velocidad y el otro 10 % por arma de fuego de baja velocidad.

Y es que en la época de los noventa e inicios de 2000, en la sala quirúrgica el 80 % de los hospitalizados eran militares, ahora son menos del 10 %. “El resto son, por ejemplo, pacientes de cáncer”, explica Uribe. Y lo confirma la capitán Neila Robles, jefe de las salas de cirugía, mientras recorre los pasillos del Hospital. Para ella, el trabajo sigue igual. Lo único diferente son los pacientes que más atienden actualmente: ancianos, mujeres embarazadas, niños, entre otros.

El Hospital Militar estuvo hasta más no poder. En 2003 convirtieron el piso sexto en el Pabellón de los Heridos en Combate. Les crearon a los militares un gimnasio y una sala donde tenían sus computadores para que no se aburrieran. Era el centro operativo de los sobrevivientes.

En promedio, el proceso de recuperación podía tardar entre 35 o 45 días. Luego pasaban al Batallón de Sanidad de las Fuerzas Militares. Pero si la víctima había perdido alguna extremidad, que ocurría en el 73 % de los casos, pasaba al servicio de prótesis y amputados. Allí se quedaban hasta que aprendieran a caminar.

Cuando ocurrían grandes emergencias, en el Hospital Militar activaban un protocolo para ese fin: el plan esculapio. Antes, hasta antes del año 2010, lo ejecutaban hasta ocho o nueve veces al año. Ahora, en los últimos dos años y medio, solo lo han activado una vez.

Las cifras que ha dejado el conflicto armado interno en Colombia son dolorosas. Según un estudio del grupo de trauma del Hospital Militar, la guerra ha dejado más de 12.300 heridos y muertos en combate. Una cifra que supera la de Irak, que son más de 10.360.

Pacientes para toda la vida

Mientras los pasillos del Pabellón de Heridos en Combate se mantienen vacíos, en el edificio Fe en la Causa del Hospital Militar el trabajo sigue igual. Allá está el servicio de prótesis y amputados -creado oficialmente en 2011-, donde fabrican las piezas y atienden a los uniformados que han perdido alguna extremidad.

Hay varios médicos, enfermeros y ayudantes atendiendo a todas las víctimas que no vieron en el accidente un impedimento para continuar la vida. Uno de ellos es Rubén Romero, que perdió su pierna y su ojo izquierdo cuando patrullaba sobre un campo minado de Bojayá, Chocó, en septiembre de 2008.

“Al principio fue muy duro. Pero logré seguir adelante y ahora soy chef”, dice sonriente Romero, a quien califican como un gran cocinero de El Cielo, uno de los mejores restaurantes de Medellín, donde exmilitares y exguerrilleros trabajan de la mano.

Romero está midiéndose una prótesis nueva. Se para y se sienta varias veces, camina alrededor y luego agrega: “Esto es más sofisticado, antes uno solo lograba durar de pie dos o tres horas. Ahora puedo aguantar hasta más de ocho”, celebra.

Esa prótesis que él recibió, es solo una de las 500 que se hacen al año en ese lugar. Allá el trabajo no ha disminuido desde el cese al fuego, pero tampoco ha aumentado.

Actualmente Colombia cuenta con 11.460 víctimas de minas antipersonal, personas que se convierten en pacientes para toda la vida. Cada tres años, máximo, deben recurrir a lugares como este para cambiar sus prótesis.

“Disminuyó la progresión y los pacientes nuevos, pero la productividad del taller se mantiene estable. Se siguen fabricando prótesis a diario. Lo que ha disminuido notoriamente son las amputaciones. Mientras antes eran 200 o 300 amputados nuevos al año, en 2016 solo van 24”, explicó el director del servicio de prótesis Héctor Orjuela, coronel del Ejército y médico especialista en Ortopedia y Traumatología.

Aunque casi siempre las víctimas de minas ven comprometidos sus miembros inferiores (29%) o superiores (17%), hay un porcentaje de heridos que ha visto afectaciones en el cuello (2) u ojos (2,8%), pues en los últimos años la guerrilla utilizaba minas a media altura. Es decir, ya no las dejaban enterradas en el suelo, sino que las colgaban en los árboles.

“Acá hay historias muy duras, pero uno no puede entrar en crisis, porque si eso pasa no se trabaja. Es muy difícil, pero creo que Dios nos puso en una misión que debemos seguir. Y le aseguro: no hay nada mejor que ayudar a los héroes de la patria”, dice Orjuela.

Lo aprendido

En el Hospital Militar la vida es un aprendizaje constante. Y allí la guerra sí que ha dejado lecciones, y hasta avances. Según Ricardo Uribe, la intensidad del conflicto y el gran número de heridos llevó a que tuvieran que aprender nuevas técnicas para ser más eficientes y poder salvar más vidas.

Fue así como reemplazaron el suero por la sangre, que transporta oxígeno y es natural. Una gran apuesta que llevó a que entre el año 2001 y 2002 crearan los bancos de sangre. Desde esa fecha, los militares que salen a combate llevan reseñados en sus uniformes el tipo de sangre al que pertenecen.

“Ya se sabía quién le daba la sangre a quién. Eso salvó muchas vidas porque disminuía la coagulopatía, la acidosis y transportaba oxígeno”, explicó el director del grupo de Trauma. No fue lo único. Con el tiempo, validaron el uso de los torniquetes, que permiten contener una hemorragia grave. Un instrumento muy cuestionado –según Uribe- por los académicos. “Pero la guerra nos enseñó que sí funcionaban. Así se salvaron decenas de soldados que perdieron sus extremidades”, dice con satisfacción.

Ante el caos y el escalamiento del conflicto, en el 2000 el Hospital Militar adecuó protocolos estrictos en la atención de heridos, pues un paso en falso podía costar una vida. En ese tiempo decidieron fortalecer los grupos de psiquiatría para intervenir a los pacientes más rápido y tratar las secuelas cerebrales que quedan después de este tipo de episodios.

“Entendimos que así el paciente se podía recuperar mejor y también se disminuía el tiempo de hospitalización. No todo es malo. Se aprendieron muchas cosas”, dice.

Ricardo Uribe sigue con su café, tranquilo porque sabe que no pasará nada. Dos veces a la semana trabaja en el Hospital el Tunal, donde ahora salva vidas de personas que terminan en conflictos urbanos. En el grupo de trauma del Hospital Militar, solo quedan dos: él y otro compañero. Los otros decidieron tomar distintos rumbos: como la cirugía bariátrica (para personas obesas) y la cirugía cardiovascular.

Uribe extraña la adrenalina, pero prefiere que todo continúe así. “Sería terrible que volviera a escalar el conflicto. Sería echar para atrás. Si volviera a ocurrir estamos listos, pero sin duda me parecería un fracaso”.

*Texto de Maria Fernanda Lizcano.

Así se vive el día a día en el Hospital Militar

Fotos de Carlos Julio Martínez/Semana.