Por: Silvia Camargo*
Hace cuatro años Christian Byfield dejó a un lado un futuro promisorio como ingeniero industrial para recorrer el mundo, ver koalas y nadar con delfines. Hoy, después de lanzarse a esa aventura que todos creían una locura, se gana la vida como instagramer de viajes. Esta es su apasionante historia.
1. Vuelta al mundo
2. El desapego
3. Un millón de amigos
4. Todo por una sonrisa
5. Viaje a sí mismo
6. Caminando con orangutanes
7. De ingeniero a Instagramer
8. El nuevo Christian
La vida de Christian Byfield dio un giro de 180 grados en solo 754 días. Este joven que hoy tiene barba, pelo largo, piel bronceada por el sol y se viste con camisetas, hace cuatro años tenía la cara rasurada, llevaba el pelo muy corto y vestía costosos vestidos y corbatas de diseñador para su trabajo como analista en una banca de inversión, cuya sede es un moderno edificio en la calle 71 con séptima, en pleno corazón financiero de Bogotá.
Había estudiado Ingeniería industrial en la universidad de los Andes, trabajaba en un gran cargo con un sueldo envidiable y ahorraba para hacer un MBA en el exterior que seguramente lo catapultaría en el futuro a la silla presidencial de alguna compañía en el sector financiero. Su destino parecía estar ya trazado, pero había cierta insatisfacción en todo eso. En 2012, como en todos los febreros, llegó la hora de celebrar el cumpleaños de su padre Edgar Byfield, nacido en Colombia, de padre jamaiquino. Era uno especial: sus 60 años y ese 3 de febrero había una fiesta en su casa a la que estaban invitados familiares y amigos. A las ocho, muy puntuales llegaron todos. Solo faltaba Christian.
“Eran las nueve de la noche y nada que podía salir. Ahí me empezó a brotar la rabia y decidí decirle a mi jefe que había una fiesta en mi casa para celebrarle esa fecha a mi papá”, recuerda Christian. El jefe le dio dos palmadas en la espalda y le contestó: “mi querido Christian, en banca de inversión usted no es el dueño de su tiempo. Yo tampoco pude ir al funeral de mi abuela por estar trabajando acá. Lo importante es el trabajo. Pero piense en el bono millonario que recibirá al final de año”. Esa noche Christian llegó a su casa a la una de la mañana. Aunque al otro día fue a trabajar como siempre, su corazón había entrado en conflicto.
Parece increíble que el hombre que aquella vez no pudo salir temprano del trabajo en medio de una frustración que logró cuestionarlo, sea el mismo que cuatro años después haya terminado convirtiéndose en uno de los blogueros de viajes más popular en Colombia: más de 130 mil personas lo siguen en su cuenta @byfieldtravel, la mayoría en Colombia, Brasil y Estados Unidos, pero también de otros 177 países del mundo.
A Christian ahora le gusta coleccionar cifras. Desde que lo dejó todo por viajar por el mundo, lleva la cuenta de cuántos vuelos ha hecho, cuántas horas ha pasado en un avión, cuántos países ha conocido, cuántas sonrisas ha logrado capturar de todo aquel que se le cruza en el camino, no importa donde esté, Dinamarca, Etiopía, México o China.
No es solo por sus hermosas fotos, que toma con una poderosa cámara Sony, un celular inteligente, un dron y un selfie stick. Lo siguen en las redes especialmente por la fuerza de sus mensajes que a diario inspiran a muchos de ellos a tomar acción, a vivir la vida plenamente. Algunos le piden viajar con él, otros quieren sus consejos sobre qué hacer con sus vidas, y hay quienes le cuentan que gracias a su historia dejaron su profesión para seguir sus sueños. La mayoría viaja con él a través de sus videos, sus cortos pero profundos comentarios que complementan sus fotos. “Quizás nunca pueda vivir esa aventura y te admiro por atreverte a hacerlo, pero con tus fotos y relatos me siento conociendo eso que me encantaría ver”, le dijo Patricia, una ex colega. Su cuenta en Instagram se ha vuelto una inspiración para gente de todas las edades. “Queremos nombrarlo héroe oficial de nuestras vidas”, le escribió el presidente de una importante compañía de seguros.
Pero dejar a un lado una vida de horas de encierro en una oficina no fue tan fácil. Christian primero buscó otras opciones laborales. Una de ellas fue postularse para ser azafato de la aerolínea Qatar Airways, un puesto con el cual podría cumplir su sueño de viajar. Su familia creyó que se había vuelto loco, pero por fortuna para ellos, Christian no pasó la prueba de admisión para ser sobrecargo, pero no por bajo desempeño sino por estar sobre calificado. Luego consiguió otro trabajo como consultor y en uno de sus tantos viajes de negocios decidió escaparse al parque arqueológico San Agustín, en Huila, donde se encuentra la más grande colección de monumentos religiosos y esculturas megalíticas de Latinoamérica. En el hostal donde se alojó le tocó compartir cuarto con un gringo que había renunciado a ser banquero para irse a viajar. “Hablamos hasta las tres de la mañana y él me decía ‘usted no sabe en qué momento su vida se va y se fue’ y lo decía no solo porque el tiempo pasa rápido sino porque se cae este techo y ahí quedamos”, cuenta Cristian. Era todo lo contrario a lo que le decía su jefe de banca de inversión para quien la vida ideal era matarse trabajando hasta tener 60 y luego empezar a disfrutar. Pero en esa fórmula algo no cuadraba. “Ese plan de asumir que uno va a durar hasta los 80 años no está asegurado por nadie”, pensaba Christian. Esa madrugada la idea de hacer un viaje alrededor del mundo empezó a tomar forma. Al otro día amaneció con una idea fija: trabajaría mucho y ahorraría para lograr ese propósito en un año.
Dicho y hecho. Al cabo de ese plazo, el joven estaba en una agencia de viajes comprando un tiquete para darle la vuelta al mundo. Lo pagó con parte de la plata que había ahorrado para hacer su MBA. La mayoría de quienes se enteraron de estos planes le decían que era una locura, un salto al vacío, que estaba desperdiciando una gran oportunidad. Incluso uno de sus jefes le dijo que nadie lo contrataría después de haberse tomado un año sabático para viajar. “¿Miedos? Sí, todos los miedos míos, más los de mis amigos y los de mis papás. ¡Mi mamá estaba más preocupada que yo!”. A pesar de eso, el 22 de diciembre de 2013 salió de Bogotá rumbo a Adis Abeba, capital de Etiopía, vía Caracas y Frankfurt.
Pero la primera lección del viaje no la tuvo al llegar allí sino la noche anterior a su partida cuando tuvo que decidir qué empacar en esa maleta tipo backpack que solo tenía capacidad para 14 kilos. “Fue un proceso de desapego interesante porque abrí el closet y tenía muchas camisetas pero si las echaba todas tendría que cargarlas en mi espalda durante un año. Aprendí a viajar solo con seis, un par de zapatos, unas sandalias, cinco boxers, dos pares de pantalones, una pantaloneta, el kit de aseo, una toalla, sábanas y un snorkel. Hoy valoro saber que no necesito más para ser feliz”.
En términos técnicos el aterrizaje fue perfecto, pero emocionalmente tocar tierra le despertó a Christian todos sus miedos. “Durante 15 días quise devolverme y pedir cacao en el trabajo, lloraba todas las noches, pensaba que había cometido el peor error de mi vida”. Todos los viajeros que se encontraba en su camino le decían que el miedo pasaría y que nunca se arrepentiría de su decisión, pero él no estaba convencido de haber tomado el camino correcto. Algo pasó cuando fue al volcán Erta Ale, en el norte de Etiopía, uno de los seis en el mundo que dan un espectáculo en las noches con sus lagos de lava activa. “Los volcanes tiene una energía poderosa y sentí que recibía un mensaje del centro de la tierra. Fue un momento de éxtasis, de asombro ante tanta belleza. Pensé que era la persona más afortunada del mundo de estar ahí parqueado. ¿Cómo así que aburrido y pensando estupideces? Eso me cambió el chip facilísimo”.
A partir de ese momento el viaje de Christian comenzó a ser una experiencia enriquecedora desde todo punto de vista. “Cuando me fui mi mamá me decía no le reciba nada a nadie”, recuerda. Pero esa advertencia fue difícil de cumplir. “Viajar te abre la mente”, dice. Conoció gente del lugar porque en muchas ocasiones se hospedó con locales, se hizo amigo de otros backpackers como él, y familias de europeos lo adoptaron durante semanas para que viajara con ellos por África. Se hospedó en hostales viejos, muchas veces compartiendo cuarto con otras 10 personas cargadas de buena energía. Echó dedo en muchas ocasiones para llegar a destinos maravillosos.
A su paso iba relatando de manera detallada a sus amigos en Colombia, por email, de todos los pormenores de su experiencia. Lo mismo hacía en Instagram donde la gente iba tomando nota de sus fotos e historias. De alguna manera, unos virtualmente y otros cara a cara, iban acompañándolo en esa aventura de transformación. Muchas de esas personas que conoció en esta etapa de su viaje hoy siguen siendo amigos con los que se reencuentra a menudo y que son felices hospedándolo. Como Jorgito, un español que le escribió “no hace falta que te repita que si en tu próxima escapada tienes pensado pasar por Europa, y más concretamente por España, aquí en el sur, tienes tu casa”. Y para él esas son pequeñas pruebas de que el 99 por ciento de los seres humanos son buenas personas.
La parada en Etiopìa duró un mes. Un día, en ese país de contrastes, decidió hacer un experimento sociológico pues notaba que en ese lugar la gente lo miraba sin expresión. “Le sonreí a una señora a ver qué pasaba y ella me sonrió de vuelta; después fue con otra y sucedió lo mismo. Dije: esto está muy chévere y repetí el experimento hasta que hice sonreír a todo el mundo”. Desde ese momento empezó a llevar una estadística que aún no termina y es calcular qué porcentaje de gente le devuelve la sonrisa en todos los países que visita. Las cifras están así: en Etiopía el 98 por ciento sonríe de vuelta, en China son menos del 8 por ciento y en India, alrededor de 30 por ciento, aunque cuando menea la cabeza ellos le corresponden. “Es su manera de sonreír”, dice.
Ante el experimento, en su grupo de seguidores en Instagram un amigo le dijo a Christian: “usted lo que está haciendo es coleccionar sonrisas”. Desde ese momento el adoptó ese término para describirse a sí mismo. Tanto así que en la pequeña biografía en su cuenta de Instagram dice “decidí dejar mi trabajo y coleccionar sonrisas por el mundo”.
Viajar solo sirvió como terapia de introspección pues, aunque conocía gente, en las once horas de viaje por la India en tren, o en las 15 horas en bus de un lugar de África a otro, en los vuelos largos sin celular y sin otro ser humano con quién hablar, su compañía era él mismo. “Se me abrió el mundo y empecé a romper barreras. Aprendí a conocer muy bien mi cuerpo y a entender muy bien mi cabeza”, explica. “Analizaba cada pensamiento; si estaba triste, buscaba de donde venía la tristeza, o por qué tenía dolor de espalda, y hasta que no encontraba la explicación no pasaba a otro tema. Fue un proceso muy poderoso de análisis interno”, agrega.
En una noche en Sri Lanka entabló conversación con un inglés. Después de uno tragos se fueron a dormir y, cuenta que “él se me empelotó y me preguntó si era gay. Yo le dije que no, pero me cuestioné todo a partir de eso”. Las cosas en este aspecto empezaron a fluir desde entonces y, gracias a su análisis pudo entender por qué había actuado como lo había hecho en su vida y cuál era el origen de sus miedos. En esas jornadas de soledad, Christian entendió que muchos de sus miedos provenían de su infancia. “Me di cuenta de que estaba tomando decisiones para encajar en la sociedad y para satisfacer a los demás. Trabajaba de corbata para que mi mamá estuviera contenta; salía con mujeres para que mi papá estuviera bien. Yo tenía puestas muchas capas para satisfacer a los demás y encajar en la sociedad, pero lo más importante en ese momento era mi felicidad”.
En el mes 10, en Australia, donde vive su hermana, llegó el punto de quiebre de su viaje por el mundo. Le quedaban apenas dos meses y debía decidir si continuaba o se devolvía. También empezó a explorar seriamente salir del closet. Pero cuando comparaba su situación con la de un amigo australiano homosexual que vivía en total armonía con su familia, pensaba que él nunca lograría eso. Su papá, como muchos otros colombianos, era homofóbico y siempre había manifestado abiertamente esa apreciación frente a la homosexualidad. Por eso, al tema de contarle a su familia que era gay le dio un compás de espera. Más fácil fue decidir si quedarse o irse. Optó por extender su viaje, aunque eso significaba perder los tiquetes de regreso para Colombia e implicó añadir una preocupación más a su familia que temía por su futuro.
Christian también volvió a tener temores, pero la experiencia que le daba cada día ese viaje era más fuerte que todos sus miedos. Por ejemplo, en Indonesia se adentró en una zona de extenso follaje en el norte de Sumatra donde viven los orangutanes. Cuando comenzó esa travesía lo anunció a sus seguidores así: “corriendo en la selva para no llegar tarde a una reunión muy importante”. Y de hecho fue uno de los encuentros más trascendentales, mucho más que los que tuvo con presidentes de grandes compañías en Bogotá. Y fue uno de los momentos más emocionantes del periplo porque después de buscar a estos primates durante cuatro días en ese territorio húmedo, y cuando ya se estaban agotando las esperanzas de verlos, de repente aparecieron tres. “Me quedo quieto, siento escalofríos por mi cuerpo. El bebé y su mamá se empiezan a mover de rama en rama, el bebé se les acerca, la mamá nos mira con tranquilidad y yo simplemente sonrío, disfruto cada segundo estar ahí parado”, escribió Christian ese día. Era noviembre de 2014.
Además de estos relatos, le enviaba escritos al director de la revista de Viajes de la aerolínea Avianca con la esperanza de que le publicara algo, pero la respuesta que recibía era siempre negativa. A pesar del rechazo nunca tiró la toalla. “Yo soy intenso y persistente. Si tengo algo en la cabeza lucho fuertemente para lograrlo”. Siempre pensó que el editor en algún momento le iba a gustar algo de lo que escribía. También ayudó que a medida que viajaba iba pensando en cómo mejorar sus textos, que el enfoque fuera el adecuado y sobre todo buscando ‘soltarse’ más. “Al principio era muy ´ingeniero´ al escribir y me daba pena mostrar mis sentimientos e iba al grano, pero con el tiempo describía mis estados de ánimo, cuando lloraba de felicidad o de tristeza”.
En ese nuevo año que comenzó vinieron nuevos destinos. Visitó China, Filipinas, Camboya, Thailandia, Fidji, Indonesia, Estados Unidos y muchos países de Europa. Luego saltó a México, desde donde planeó su regreso a Colombia. Fue durante su estadía en Nicaragua que la suerte con el director de la revista cambió. “Mi estimado Christian: ¿se acuerda de mí? ¿Se anima a escribir para mis revistas?”, le decía en un correo electrónico mientras el lloraba de la felicidad. Fue el día más feliz del viaje porque, aunque ser escritor significaría recibir una cifra inferior a la de sus trabajos como ingeniero, por primera vez le iban a pagar por hacer lo que más quería. Su debut en el periodismo de viajes fue con el artículo Espejos gigantes en territorio Panda, publicado en la edición de diciembre de 2015, en el que relata la vida en una maravillosa zona tibetana en China. “Me marcó mucho porque hay una naturaleza majestuosa, aguas muy azules que parecen espejos y además es donde viven los pandas. Era pleno otoño y los árboles tenían los tonos amarillos y anaranjados típicos de la estación y las montañas tenían cubiertas sus cumbres con nieve. Había una paz absoluta y además de ese hermoso paisaje la gente era muy especial: aún conservaban sus tradiciones y vestían con sus trajes típicos”.
Ese artículo marcó una diferencia en su vida porque no solo le abrió una fuente de ingresos, sino que además le dio exposición a un público mayor que el de Instagram. A raíz de sus artículos de viajes logró aumentar su base de seguidores en esta red social, y gracias a eso, fue contactado por algunas marcas nacionales para que fuera su imagen. A estas personas se les llama ‘influencers’ y se ganan la vida con estos patrocinios, que no solo incluyen productos para que luzcan en sus videos y fotos sino también plata contante y sonante. Es una nueva profesión que surgió con el auge de las redes sociales y se calcula que hay 20 millones de ellos en el mundo.
Esto le ocasionó una crisis de identidad profesional y a cuenta de eso, cuando le preguntan por su ocupación en los puestos de migración en los países que visita, Christian duda de si debe decir escritor, coleccionista de sonrisas o influencer. Cuando dice que se dedica a esto último, los funcionarios se quedan un buen rato preguntándole qué diablos es eso. Uno de ellos lo resumió en dos palabras “valla caminante”. Pero Christian es mucho más que una marca o un producto publicitario. Es un inspirador cuya historia tiene eco en miles de personas. Por eso lo siguen y la prueba son los mensajes que recibe a diario de todos aquellos que leen sus publicaciones. “Solo quería decirte lo mucho que te admiro”, le escribió uno hace poco. “Escribo porque me inspiró y me conmovió tu historia”. “Eres como un ejemplo a seguir para mí”, “Te cuento que te has convertido en una inspiración para mi vida”. “Tus publicaciones me llenan de esperanza”.
Christian regresó a Bogotá 754 días después de ese 22 de diciembre en el que aún con miedo se embarcó en esta aventura. Hoy no se arrepiente de nada. Tiene una carrera promisoria como influencer de viajes y recientemente creó una agencia de turismo que se llama Vaova, en honor al árbol baobab, que es de sus preferidos. El año pasado hizo 81 vuelos y por primera vez estuvo en los cinco continentes. Una de esas paradas fue en París para asistir a una exposición de sus mejores fotos. Con su trabajo pudo comprar por primera vez su propio apartamento sin deuda. Este año está en el oficio de guardaparques, ayudando a promocionar los parques nacionales de su país preferido: Colombia.
La tarea pendiente de salir del closet también es misión cumplida. Su mamá y sus dos hermanas lo aceptaron sin problemas, pero a su padre la noticia le dio muy duro. “Simplemente me dijo que no quería saber de eso”. De ese gran viaje lo más importante fue aquello que aprendió. Fotografía, religión, política, historia, negocios. Cuando la gente le pregunta que se estudia para hacer lo que hace él contesta: “La universidad de la vida es mi universidad favorita y es más barata que un MBA en Estados Unidos”.
Lo que más lo motiva es inspirar a otros a que sigan sus sueños profesionales o salgan del closet o se acepten como son. “Que mi historia logre cambiar a la gente para que tenga una vida más feliz me llena el alma”, dice. A diario le llegan 200 mensajes y los contesta todos. Les dice que no hay limitaciones reales sino mentales, y si tienen ganas, todo fluirá, que es necesario persistir y que los miedos nunca van a desaparecer del todo, pero hay que saberlos manejar.
Lo dice con la seguridad de la experiencia porque él mismo comprobó que todos sus miedos eran infundados. Incluso se ha ido aquel temor de ser rechazado por ser gay. “Hoy mi papá se toma sus whiskies con Tomás, mi novio, y mis sobrinos lo llaman cariñosamente ‘tío’”. En diciembre la familia se reunió en Perth, Australia desde donde escribió un mensaje en el que relataba en forma más resumida esta historia, y remataba diciendo: “lo invito a dejar sus miedos y a seguir su corazón, vaya detrás de aquello que en realidad lo haga sonreír. Solo se vive una vez. Si usted no hace ningún cambio, nada cambiará. Gracias a todos los que fueron parte de este viaje, un viaje que cambió mi vida”. Después de tantos meses conociendo gente y coleccionando sus sonrisas, este ha sido el mensaje con más likes y comentarios en su perfil: más de 10.000, y aun contando.