La historia de Ituango ha sido tan escarpada como las montañas en las que se asienta en la Cordillera Occidental, a la falda del Nudo de Paramillo. Durante décadas, en este pueblo del norte de Antioquia, compuesto por tres corregimientos y más de cien veredas, la violencia ha descargado su fuerza de múltiples formas, a punta de bala, con estigmatización y también con olvido. Sin embargo, muchas cosas están cambiando. La carretera, que ahora lleva a Medellín en cinco horas; el parque central, que ya no luce las trincheras que lo adornaron durante años; el conflicto, que ahora infunde menos miedo y más esperanza tras los acuerdos de paz; y también su gente, que ha sabido reponerse de la infamia para ganar confianza en ellos y sus capacidades.
Muestra de ello es la Asociación de Mujeres Ideales, un grupo de ituanguinas que trabaja por los derechos de la mujer y el mejoramiento de su calidad de vida. Aunque hace 18 años fue fundada, la asociación lleva ocho de trabajo continuo, y lo que en principio era un proyecto de defensa de género, se convirtió en un equipo de mujeres identificadas con su causa, que se ganan la vida a través de tres negocios o –como ellas les llaman– “unidades productivas”: una fábrica de arepas, un taller de confecciones y una línea de refrigerios y realización de eventos.
En total, son 30 las mujeres que hacen parte de esta iniciativa, la mayoría madres cabeza de hogar. Quince de ellas, las que iniciaron con las unidades productivas, son las que más trabajan a diario, las otras rotan según las necesidades operativas del proyecto. “Pero no hay celos, todas se sienten identificadas”, comenta la vocera del grupo, Luz Miriam Mazo, una mujer que conoce muy bien los ires y venires de este sueño productivo.
Las integrantes del proyecto no devengan un sueldo fijo, ellas reciben una compensación económica según su trabajo, un esfuerzo con el que además se ha pagado parte de la maquinaria con la que hoy son capaces de preparar más de 170.000 arepas al mes, que tienen entre sus principales comensales a los trabajadores de la Hidroeléctrica de Ituango, su cliente principal, aunque también se venden en el supermercado del pueblo, en algunas tiendas y unas pocas al menudeo.
El taller de confecciones, por su parte, es un negocio de temporada. Los clientes suelen ser padres que buscan uniformes escolares para sus hijos o empresas que requieren dotación para sus empleados. “Tenemos buenas máquinas y con una bordadora fortalecimos el taller. La idea es que la unidad productiva crezca, pero nos faltan muchas más mujeres”, cuenta Luz Miriam, quien además precisa que en este caso los ingresos dependen de las ganancias, un porcentaje para cada una.
En cuanto a la línea de refrigerios y realización de eventos, los clientes suelen ser organizaciones que realizan talleres en el pueblo, como la administración municipal o la Gobernación de Antioquia. “Estamos trabajando para brindarles a todas un mejor proceso. Entre más podamos aumentar las ventas, mejor podremos pagar salarios”, asegura Luz Miriam.
Y es que no ha sido fácil para estas mujeres, en parte porque Ituango tampoco la ha tenido fácil. Sus más de 2.300 kilómetros cuadrados de territorio han sido escenario de hechos violentos que han llenado de dolor al país. Como la masacre de El Aro, uno de los corregimientos de este pueblo antioqueño, en la que 15 campesinos perdieron la vida a manos de paramilitares en octubre de 1997.
Todos estos años de violencia han dejado huellas difíciles de borrar, marcas con las que hasta hace poco los ituanguinos tenían que lidiar. “Si usted llega a otro pueblo y dice: ‘Yo soy de Ituango’, ahí mismo la gente dice: ‘hasta guerrillero será’. Ese ha sido el peor problema aquí en Ituango, la estigmatización”, es uno de los comentarios que se escucha en el pueblo.
No hace mucho, por ejemplo, la fuerza pública restringía el transporte de comida hacia las veredas. Para que un ciudadano pudiera transportar alimentos hacia zonas rurales, tenía que firmar un vale que relacionaba el mercado que iba a llevar. Luego, a la salida del pueblo, debía someterse a una nueva requisa.
Sin embargo, todo eso ha cambiado mucho y tras los acuerdos de paz, se respira otro ambiente. No obstante, en materia de seguridad, persisten preocupaciones por la aparición de bandas que generan zozobra. “Desde hace aproximadamente un año, no se escucha un disparo acá en el municipio. Ya la fuerza pública puede desplazarse a las veredas y se puede hacer un trabajo institucional en lugares a donde nunca se había llegado. La ciudadanía ha ganado confianza”, sostiene Hernán Darío Álvarez, alcalde del municipio.
Actualmente, la región es sede de zonas de preagrupamiento y concentración de los guerrilleros de las Farc que harán su tránsito hacia la vida civil, un proceso que avanza en medio de polémicas por retrasos en su implementación y la deserción de varios subversivos. Además, en el municipio hay cinco zonas priorizadas para desminado, dos de las cuales están a cargo del Ejército Nacional. “La ciudadanía ha ganado confianza porque se ha mostrado un gran trabajo de la fuerza pública”, resalta el alcalde.
Por eso, en medio de un contexto tan complejo, es destacable la labor de estas “mujeres ideales”, mujeres que un día decidieron empoderarse social y económicamente a pesar de las adversidades. “El orden público siempre ha sido un problema en Ituango, pero no hemos cesado de intentar sacar adelante nuestro proyecto. Nosotras seguimos calladitas, silenciosamente seguimos trabajando, y no nos ha afectado en cuanto a funcionamiento”, afirma Luz Miriam.
“Pudiéramos estar mejor si el conflicto hubiera dejado entrar muchos otros procesos que se tuvieron que quedar en su momento, procesos que estaban fortaleciendo muchas organizaciones en el municipio, pero que por orden público no pudieron seguir más y tuvieron que retirar sus aportes. Pero nosotras seguimos con otras estrategias y nunca paramos. Aquí estamos, este es el resultado de perseverar”, agrega orgullosa.