La muerte es todo un vivo acontecimiento en Gama. Por eso unas 60 personas se agolpan detrás del coche fúnebre que traslada el cuerpo de Ana Rosa Bejarano hacia la iglesia que domina la plaza del pueblo. Cada tanto, entre las oraciones de quienes caminan lentamente para despedir a esta mujer de 63 años que luchó hasta el final contra un cáncer de colon, el carro de la Funeraria Beltrán de Gachetá dispara una sirena, como de ambulancia, para llamar la atención de los habitantes que aún no se han percatado de su presencia.
Es martes 18 de junio, han pasado unos pocos minutos después de las tres de la tarde y desde temprano los esporádicos transeúntes comentaban la noticia. “Era la voluntad de Dios”, dice un hombre de unos 50 años, que se para justo a la entrada de la iglesia a esperar a que ingrese el ataúd.
La muerte en Gama llega de vez en cuando, como hoy, solo de manera natural: han pasado más de 12 años sin que ocurra un homicidio y este hecho lo convierte en el municipio de Cundinamarca con menor número de muertes violentas, según el Observatorio de Seguridad y Convivencia de la Secretaría de Gobierno. Es un “territorio referente de seguridad, convivencia y paz en el país”. La última víctima fue una mujer que recibió más de 30 puñaladas a comienzos de 2007.
Poco a poco se va llenando la iglesia. La rutina, la tranquilidad del pueblo, se altera por poco más de una hora. Pronto la gente se esparcirá por el casco urbano o hacia alguna de las ocho veredas aledañas a seguir la vida en calma. La muerte no es normal por acá, es todo un acontecimiento.
El 11 de febrero de 1998, entre la una y seis de la mañana, Gama fue escenario de una toma guerrillera por parte de los frentes 53 y 54 de las Farc. Además del asesinato de un policía y de dejar destruida la estación, el pueblo quedó prácticamente en ruinas, incluida la sede de Cupocrédito, entidad bancaria por esos días. Los hostigamientos no cesaron y desde tiempo atrás de la toma ya se avisaban algunas amenazas a sus habitantes.
Desde comienzos de 1994 se sentía la presencia de grupos armados, del robo de ganado y un antecedente todavía más grave: la toma guerrillera a Gachalá, uno de los pueblos vecinos. En 2001, la hija del entonces alcalde fue secuestrada por el frente 53. Meses después, familiares del alcalde también son secuestrados, entre ellos niños de 9 y 7 años. En 2002, otra vez la estación de Policía de Gama sufrió un hostigamiento y las oficinas de la Alcaldía fueron cerradas por amenazas a varios de sus trabajadores. Apenas meses después se da la presencia de grupos paramilitares y a ellos se les atribuye al menos 11 muertes y el desplazamiento de muchas familias.
Cuesta creer que todo esto haya ocurrido en un pueblo de poco más de 3.400 habitantes en el que la vida transcurre en una calma exagerada, donde en la mañana apenas se ve movimiento en la plaza y en las calles aledañas que componen el casco urbano. La mayoría de los habitantes están en el campo, entre semana, trabajando principalmente en cultivos de gulupa, una fruta de exportación –se producen entre 20 y 25 toneladas al mes– y de café en la parte baja de la montaña. Hay otros productos como la uchuva, la piña, el maíz –la arepa es famosa y deliciosa acá, en agosto se celebra el festival de la arepa y el retorno gamense– y también cultivos de pancoger.
Para llegar a Gama hay que recorrer 118 kilómetros desde Bogotá, un poco menos de tres horas en carro, saliendo por la vía a La Calera, atravesando el páramo de Guasca por una carretera estrecha, con muchas curvas, pero en general en buenas condiciones, y que en aquellos años era imposible de transitar sin miedo. “Aquí no se veía a nadie después de las cinco de la tarde, se sentía temor todo el tiempo”, me cuenta Yadira Peña, inspectora de Policía y de comisaría de familia. La guerrilla instalaba retenes en la vía y era como vivir en un toque de queda permanente.
¿Por qué ya no se presentan homicidios acá, en este pueblo enclavado como en un gran cañón donde se asoma la represa de El Guavio y hacia arriba las montañas se siguen extendiendo hacia el Alto de la Virgen? La pregunta refleja la ironía del país en que vivimos: lo normal es que haya asesinatos, y con frecuencia. Lo extraño es esto: un pueblo como Gama en el que pasan 11 años sin muertes violentas. El alcalde Ernesto Avelino Ruiz, próximo a terminar su cuarto mandato –otro récord nacional–, tiene su teoría: “Se ha hecho un trabajo con la institución técnica Martín Romero, que es el colegio de primaria y bachillerato, y concretamente con un programa de escuela de padres, lo mismo que con la parroquia, pues la mayoría de la gente es católica y usted sabe que los principios cristianos infunden esos valores de la vida”.
No es el único que cree que la fe es la base de la tranquilidad. En la plaza, hacia el mediodía, algunos adultos mayores salen a tomar el sol. Les pregunto y me dicen que la iglesia es muy importante en el pueblo, que todos creen en Dios y que Él los protege, esa es la razón. El día en que se ve más lleno el municipio, que no sea en temporada de fiestas, es la misa de doce de los domingos. Aquí se respira fe. El último jueves de junio se celebró el Corpus Cristi, día muy importante para los gamenses: se decoraron las calles del pueblo para que el sacerdote hiciera su recorrido y los pobladores caminen con él.
Yadira Peña cree que la religión sí es fundamental, pero también que la gente se acostumbró a arreglar todo ‘por las buenas’. En el pueblo todos se conocen y cualquier problema se puede componer hablando, dice. A una hora está un batallón del Ejército que patrulla la zona cada tanto, mientras que los seis policías que trabajan en la estación que está justo al lado de la Casa de la Cultura y de la Alcaldía están acostumbrados a lidiar problemas de convivencia y también a apoyar programas sociales como acompañar a los adultos mayores a los comedores comunitarios, o colaborar en la organización del día del niño o el día del maestro. En Gama no hay cárcel, la más cercana es en Gachetá y el último gamense que terminó allá fue por violencia intrafamiliar. Claro, no todo es perfecto: hay problemas como en cualquier lugar de Colombia.
Gama, cuna del torbellino, tradición de más de 130 años, alguna vez se declaró república independiente. Hacia 1934 y por dos años el municipio se sentía desprotegido y el cura Luis Alberto García Araoz decidió plantear un gobierno propio que los sacara del subdesarrollo, con ‘congreso’ y ‘ministros’. Era el movimiento cupista (Catolicismo, Unión, Patriotismo). La filosofía de toda esta idea se enmarcaba en el lema ‘Dios, Patria, Hogar’, tal como hoy se oye en el himno del pueblo y como lo cuenta en su libro de crónicas el profesor Miguel Calderón, que condensa la historia del municipio, y que reposa en la biblioteca de la Casa de la Cultura.
Justo ahí, tres niñas de unos 10 años llegan a preguntar por libros de Mario Vargas Llosa y de Daniel Samper Pizano. La bibliotecaria es nueva, lleva menos de una semana en el cargo, luce feliz. Afuera, a diferencia del panorama vacío de la mañana, la plaza se ha llenado de niños que corren y juegan. Son poco más de las tres de la tarde. Al fondo el coche fúnebre hace sonar la sirena y se abre paso hacia la iglesia. La muerte de una mujer, por culpa del cáncer, llama la atención del pueblo.