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En Soacha se hace periodismo

Autor: Natalia Villegas L., periodista.

El municipio de Cundinamarca, vecino de Bogotá, está lleno de historias humanas. Ahora un nuevo periódico, hecho por jóvenes de Soacha, las relatan.

Soacha es un municipio de límites invisibles con Bogotá. Solo quienes conocen el terreno y caminan por sus barrios pueden señalar las calles que dividen a Cundinamarca y a la capital del país.

Esa proximidad, que es más una continuación del territorio, ha convertido históricamente a Soacha en un lugar donde llegan miles de migrantes de todos los rincones de Colombia, desplazados por la violencia o en busca de mejores oportunidades. Y es allí, precisamente, donde se ha asentado, hace unos años, un gran número de venezolanos que se rebuscan la vida en Bogotá: 16.000, según la Alcaldía municipal, o 25.000, según cálculos extraoficiales.

En una charla para darle forma a esta columna, Cristian Rojas, del colectivo de comunicaciones de la fundación Tiempo de Juego, me dijo: “Soacha es como una Colombia chiquita, con todo lo negativo, pero también con todo lo bueno”.

Con esto me quería explicar el punto de vista del que partieron para crear El Observador, un periódico que nació en los talleres de periodismo a los que asisten varios jóvenes de Cazucá como parte de las actividades de tiempo libre que organiza la fundación. Fueron los mismos muchachos quienes decidieron enfocarse en contar historias positivas con un firme propósito: cambiar la imagen que Cazucá tiene afuera, pero también la que tienen los mismos habitantes sobre su barrio.

Fue así como decidieron buscarle la otra cara a la migración. Si siguen llegando personas por montones, ¿por qué no verlo como una oportunidad? ¿Por qué no mostrar quiénes son y qué le pueden aportar a la comunidad? Escribieron entonces perfiles de profesores, líderes sociales y atletas. Entre esos el de un joven venezolano que logró pertenecer a la liga de baloncesto de Soacha y está brindando todo su talento al desarrollo del deporte en el municipio.

Por medio de este ejercicio están reescribiendo su territorio y su propia historia, reinterpretan su realidad. Estos jóvenes, que en su mayoría no pasan los 25 años, no solo son una muestra de la revolución de las pequeñas cosas, de la que tanto habla la fundación Tiempo de Juego, sino que nos dan una lección invaluable: ser propositivos y buscar maneras creativas de enfrentar las circunstancias, en un momento preciso en la historia del país en que tanto necesitamos actitudes de este estilo.