Lo primero que Emma Benítez hace al llegar al vivero Ana Juanita, en Fusagasugá, es mirar el tesoro natural con el que trabaja. Su vivero tiene diversidad de plantas, pero sobresalen las orquídeas nativas del departamento, que además de ser la flor nacional de Colombia desde 1936 es hoy uno de los productos que ha convertido a la región en una fértil tierra de flores.
Emma dice que el proyecto les ayudó a reconocer las especies, aprender formas de propagación y evitar la deforestación, “antes solo sacábamos una planta nueva por cada sembrada, ahora sabemos que con las semillas se pueden tener muchas”, cuenta.
Ella es zootecnista de profesión y su vida siempre ha tenido relación con la naturaleza. Emma cuenta que fue contactada por Colviveros y que el Instituto Humboldt les explicó que podían ayudar a la conservación de las orquídeas mientras apoyaban con la propagación. Emma es solo una de las cultivadoras de la Asociación de Viveristas de Sumapaz; ella eligió las orquídeas como fuente de trabajo porque en sus tierras, en la región Andina, la siembra es perfecta por la altura y temperatura.
Su importancia para el departamento es de tal magnitud que en el año 2015 el Instituto Humboldt, en colaboración con la Pontificia Universidad Javeriana, el Jardín Botánico de Bogotá José Celestino Mutis y la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria (Corpoica), inició el proyecto ‘Investigación e innovación tecnológica y apropiación social de conocimiento científico de orquídeas nativas de Cundinamarca’. Este fue financiado a través de la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTeI), de la Gobernación de Cundinamarca.
“El proyecto, con una inversión de 3.400 millones de pesos del Fondo Nacional de Regalías, se centró en ‘ciencia pura y dura’ para conocer las especies endémicas, es decir que solo se dan en Cundinamarca, y ayudar a los productores de las 91 que son comercializadas”, señala Fabián Ramírez, secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación del departamento. Según Germán Torres, investigador asistente del Instituto Humboldt, a la disponibilidad de recursos se le sumó “una necesidad por fomentar el uso sostenible de las orquídeas porque son perseguidas, amenazadas, sensibles al cambio climático, las trafican mucho y es difícil que la Policía Ambiental las reconozca”.
Torres agrega que la investigación, que finalizó en 2018, “buscaba que los cultivadores aprendieran técnicas en laboratorio o de forma tradicional para cultivar sin tener que sacar las orquídeas completas del bosque. Eso es algo que no se había estandarizado antes. Planteamos una estrategia para que vivieran de las orquídeas, pero de una forma sostenible”.
Uno de los resultados concretos del proyecto es el libro Orquídeas de Cundinamarca: conservación y aprovechamiento sostenible, el cual dice que en el departamento existen 1.003 especies nativas. De ellas 38 están amenazadas, solo 77 tienen estudios sobre su estado de conservación y 62 por ciento tiene escasa información sobre su distribución, por lo que es urgente el trabajo en conservación y sostenibilidad.
La obra asegura que, aunque las orquídeas se destacan por su belleza, muchas de las especies pasan inadvertidas en el campo, como la Comparettia falcata (llovizna magenta), ya que sus pétalos solo alcanzan dos centímetros. El libro recalca que todas las especies son vitales para el ecosistema y tienen importantes beneficios para las comunidades. “Un claro ejemplo es el mantenimiento de algunos servicios ecosistémicos, como el aumento de la masa vegetal en la parte alta de los bosques y, asociada a esta, la regulación hídrica. Sus hojas recogen y fijan CO2, contribuyendo a mitigar el cambio climático”, indica el texto.
Según sus investigadores, “el cultivo de orquídeas tiene baja representación económica en el sector floricultor, y no se cuenta con información sobre el número de productores y áreas de cultivo en el departamento”. Torres agrega que “no se conocía cuántas especies eran nativas y cuántas eran endémicas. Gracias a las salidas de campo, a la verificación con la población y la bibliografía encontramos 87 que solo existen en Cundinamarca”.
El secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación se suma e indica que el mercado de las orquídeas es muy exclusivo. “Una planta de orquídeas de colección pueden llegar a costar más de 50 millones de pesos. Las de decoración también son costosas. Es un producto de altísimo valor agregado y nos falta establecer cadenas de comercio para tener un producto de calidad con un mercado más amplio”, explica.
De acuerdo con el funcionario, el componente tecnológico del proyecto fue “trabajar con los productores y mejorar el aprovechamiento. Compartimos saberes para construir un conocimiento integral e integrador”. De hecho, cultivadores de San Antonio de Tequendama y de Fusagasugá han recibido talleres para que aprendan a usar suplementos, como el agua de coco o la pulpa de banano; a usar técnicas para producir masivamente en el laboratorio y a controlar la extracción de los bosques. Durante 2018 los cultivadores recibieron más de 6.500 plántulas para sembrar.
Aunque muchas plantas madre entregadas al final del proyecto murieron por el cambio de clima, los viveristas continúan propagando las semillas de las sobrevivientes, y dicen que el problema para replicar el programa son los costos de plantar in vitro.
Según Torres, “el impacto fue muy positivo. Ellos se actualizaron en nuevas técnicas y en el estado de conservación, nosotros entendimos la dinámica social de las orquídeas. Las entidades se acercaron a las comunidades con una vía de comunicación enriquecedora que permite llevar la política del conocimiento y aterrizarlo a la realidad”.
“Este proyecto demuestra que no hay innovación sin investigación. Aquí innovamos para beneficiar al sector y a las plantas”, concluye, por su parte, el secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación de Cundinamarca.