La Villa de Caparrapí, fundada en 1560, conservó en su nombre las raíces indígenas. En colima, la desaparecida lengua local, Caparrapí significa ‘habitante de los barrancos’. Es decir, el topónimo es en sí mismo un gentilicio porque denomina al poblador. A los habitantes, sin embargo, se les dice ‘caparrapos’ y ahora pueden volver a decirlo con orgullo.
El Ministerio de Defensa decidió despojar del alias los Caparrapos al grupo que siembra el terror en el Bajo Cauca antioqueño. Dio instrucciones para que lo denominen los Caparros, librando así de un estigma injusto al pueblo cundinamarqués y a su gentilicio desgastado en un conflicto ajeno.
Como ocurre en este caso, en la región hay una lista rica en nombres sonoros cuyos gentilicios invitan a jugar con las palabras. Hay chocontanos (de Chocontá), bituimeros (de Bituima), tibiritenses (de Tibirita), supateños (de Supatá) o paratebonenses (de Paratebueno).
Hay machetunos (de Machetá). El nombre viene de un vocablo chibcha que significa ‘honrosa labranza’, pero carga también con el legado de la guerrilla de los Almeydas que, con lanzas, palos y machetes, opuso resistencia a la reconquista española.
Eufrasio Berna, presidente de la Sociedad Geográfica y autor del Diccionario de Gentilicios de Colombia, explica que, aunque nacen generalmente derivados del nombre del lugar, no hay reglas exactas. El uso y las tradiciones mandan.
En aquellos casos en que el gentilicio no guarda relación con el topónimo, suele tener una historia singular. A los habitantes de Chía les dicen chienses o chianos. Y en la jerga popular, chiítas, aunque nada tengan que ver con esa rama del islam. También les dicen ‘tragatallos’ porque utilizan una planta de hojas comestibles como ingrediente de la mazamorra y la sopa de costilla.
A los de Choachí se les dice chiguanos, una derivación del nombre antiguo del municipio: San Juan de Chiguaní. A propósito de nombres de santos, hay sanantoniunos (de San Antonio del Tequendama), sanbernardinos (de San Bernardo), sanfranciscanos (de San Francisco de Sales), sanjuaneros (de San Juan de Rioseco) y cayetenses (de San Cayetano).
Cundinamarca tiene también nombres tomados del mundo. Hay madrileños y venecianos; hay nileros (de Nilo) y medineros (de Medina). Hay una Jerusalén, pero sus habitantes no se denominan jerosolimitanos (como los de la Ciudad Santa) sino jerusolemitanos. También les dicen selemitas, a solo una letra del gentilicio de los habitantes imaginarios de la luna: selenitas. A mí me siguen gustando los de nuestros verdes parajes.