La violencia contra los líderes sociales en Colombia podría pintarse con tonos que van del amarillo al rojo, siendo el rojo el más trágico posible. Entre más asesinatos se cometan en una región, más intenso sería el matiz que ocupa esa parte. Así, si uno convierte en mapas de color los datos sobre violencia que compilan las organizaciones –que han puesto el ojo en el crimen contra los líderes– es evidente una realidad: en Colombia la mancha de los homicidios tiñe de arriba hacia abajo nuestro croquis, en especial a Cauca, Antioquia y Nariño. Y aunque los colores varían en intensidad, hay una particularidad llamativa: Cundinamarca, Boyacá y Santander conforman una zona prácticamente blanca. Cundinamarca es el que menos violencia registra. Es una especie de isla a salvo en el océano del asesinato de los líderes sociales.
Estos patrones coinciden con los hallazgos que ha encontrado el portal ¡Pacifista! desde el primero de diciembre de 2016 –día en el que comenzó a implementarse el acuerdo de paz entre el Gobierno y las Farc– ha contado 210 casos de asesinatos de líderes sociales en el país. Lo ha hecho tratando de verificar, con las comunidades y con las autoridades, las denuncias que recibe desde las regiones.
En conversación con Andrés Nieto, director del Observatorio de Seguridad y Convivencia de Cundinamarca sobre lo aislado que se ha mantenido el departamento de la violencia y las cifras que tenía a la mano fueron contundentes: la tasa de homicidios es la más baja en 43 años, con 14 por cada 100.000 habitantes (la media nacional está en 24), y hay municipios, como Gama, que completan 11 años sin una sola muerte violenta y otros como Tibirita, que llevan siete.
El coronel Necton Lincon Borja, comandante de la Policía de Cundinamarca, explica que en todo el departamento hay 4.526 líderes censados y que en los últimos siete meses les han dado asistencia a 34 de ellos que la solicitaron.
Un pasado difícil
No siempre los días de Cundinamarca fueron tan tranquilos. Desde los años ochenta hasta la primera década de 2000 las disputas territoriales entre grupos armados instauraron dinámicas violentas en varios de sus 116 municipios. Centros poblados y zonas rurales como Yacopí, La Palma y Caparrapí, entre otros, fueron escenarios en los que los cultivos de uso ilícito crecieron a la par de los enfrentamientos entre las Farc y las AUC.
El coronel Borja y Andrés Nieto concuerdan en que, a diferencia de otras regiones, en el territorio no quedaron reductos de estos grupos armados después de las grandes desmovilizaciones. Esta es una de las principales razones de por qué la violencia contra los líderes sociales se ha mantenido como un fenómeno aislado.
Además de ello, cada uno de los entrevistados destaca el papel que ha desempeñado la Mesa Territorial Departamental, un mecanismo que desde 2016 une periódicamente en los territorios a representantes de los gobiernos locales, de la Policía, del Ejército, de la Fiscalía, de la sociedad civil y del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. “En cada territorio la mesa responde a los problemas inmediatos y cuando se trata de un asunto relacionado con el liderazgo social se activan los protocolos de seguridad para denunciar posibles amenazas, activar medidas de prevención y priorizar los casos según el riesgo”, afirma Nieto.
¿Cómo lo logran? Él mismo responde que en la aplicación móvil de la línea 123 existe un botón de pánico para que los líderes que se sintieran en peligro –o los ciudadanos que fueran testigos de un posible delito– avisaran de primera mano a las autoridades, para revelar su ubicación. “Las mesas territoriales han permitido socializar los casos en tiempos récord, pues ya no hay necesidad de que los procesos pasen de institución en institución hasta lograr una reacción de parte del Estado. Así que el botón de pánico, por ejemplo, alerta a la Policía, sí, pero también a un sistema más amplio de atención”, dice.
“Como mi tierra no hay dos”
Por su parte, el coronel Borja, concluye que “a pesar de nuestro éxito local no podemos desconocer la situación nacional, ni dejar de ver que constantemente recibimos en el territorio líderes a quienes la violencia ha desplazado desde otros lugares a la espera de verdad y reparación. Debemos estar listos para dar una mano a esas poblaciones vulnerables. Debemos estar con los ojos siempre abiertos”.
Hace tres años, en una feria ganadera, Dilma Enciso demostró lo que es ser, literalmente, una mujer con pantalones. Era un concurso de apuestas en el que tenían que adivinar el peso de un toro y en el que solo participaban hombres, excepto ella: la única que se atrevió a intervenir. Y les ganó.
Su conocimiento de la vida rural le permitió esa osadía ante un gremio considerado socialmente como machista. Hija de campesinos, desde que era pequeña aprendió de vacunas, purgas y peso del ganado, en San Juan de Rioseco, un municipio rural en el departamento de Cundinamarca.
“Siempre he sido una mujer de retos y siempre he dicho que la pobreza está en la cabeza. Me molesta el ‘no puedo’. En esa época me decían que eso era para hombres. ¿Pero, qué no tengo yo que sí tenga un hombre? Si me tocaba sentarme a tomar y a demostrarles que también podía, lo hacía”, recuerda.
Ese temperamento y carácter lo heredó de su mamá y es también lo que más admiran los líderes comunales que la conocen y que trabajan con ella. Desde hace 12 años comenzó con paciencia una labor social que le permitió ser presidenta de la junta de acción comunal de su vereda, El Totumo, y de la asociación que agrupa a las demás veredas del municipio. Preocupada porque tuvieran cómo obtener recursos empezó ayudando a que esas organizaciones se legalizaran.
Mujer comunal que lucha por su tierra
No fue fácil trabajar en un pueblo que sufrió las heridas de la violencia hasta el año 2002. De casi 20.000 habitantes hoy quedan 9.600. Como ella, muchos emigraron desplazados por la guerra y la falta de oportunidades. En su caso, primero a Bogotá y luego, durante un tiempo, hacia Argentina. “Pero me di cuenta de que como mi tierra no hay dos”, explica. A su regreso ideó proyectos que beneficiaran a las veredas, de la mano de los líderes comunales veredales de la zona. “La elegimos presidenta por su carisma. Ella es la que nos ayuda a gestionar ante la Gobernación, la que recoge la documentación, la que va a Bogotá y presenta los proyectos”, cuenta Carlos Izquierdo, presidente de la junta de acción comunal de la vereda La Rioja y quien trabaja con Dilma en la Asociación de Juntas de San Juan de Rioseco.
Cada año organiza la celebración del Día de los Comunales con charlas y talleres de temas técnicos. “Muchas veces se necesita entender lo técnico para poder empoderarse y eso nadie lo había hecho”, explica Olivia Muñoz, habitante del municipio. Su sueño es ver empresarios campesinos y por eso ha empoderado a mujeres y hombres de la zona rural para que sean escuchados. “Los comunales hemos demostrado que los dineros sí alcanzan. Con 45 millones de pesos logramos construir, por ejemplo, 160 metros de placa huella. Tenemos pocos recursos, pero vamos a hacerlos alcanzar”, les dijo Dilma a los líderes de las veredas en su finca, durante un sancocho. Con esta filosofía la comunidad ha aprendido –según sus propias palabras– a “echarles levadura a esos pesos”.
Esta es una labor que ha hecho a pulso y para la que, además, ha contado con la ayuda del gobierno departamental, que se ha caracterizado por apoyar el trabajo de los comunales. Así, ha podido mejorar polideportivos, viviendas y juntas de acción comunal, y desarrollar 15 proyectos ambientales con la Corporación Autónoma Regional (CAR) para reforestar los bosques de la zona, recuperar afluentes de agua, regenerar la vegetación de los caminos reales y adelantar cerca de 30 proyectos con el Instituto Departamental de Acción Comunal de Cundinamarca (Idaco).
Con la intención de convertir a San Juan de Rioseco en atractivo turístico desde hace algunos meses Dilma perfecciona la idea de crear un proyecto de caminatas ecológicas por caminos limpios y seguros –por los que vuelan más de 200 especies de aves migratorias– que le permitirá a la comunidad beneficiarse al ofrecer alimento y hospedaje.
“La admiro por esa templanza, por esa vocación y por la parte humana que tiene”, dice Fabio, su segundo esposo. En su primer matrimonio quedó viuda, tuvo que hacer de mamá y papá y organizar el dinero para mantener a sus dos hijos, quienes hoy la consideran su heroína.
Ese desafío le hace decir que perdió el miedo y que aspira a ser ejemplo para que las mujeres de su vereda reconozcan su capacidad para liderar. “Con ella aprendí a tener berraquera, sin importar los obstáculos”, cuenta Guadalupe Salcedo, compañera de trabajo desde hace ocho años.
Las personas más cercanas reconocen y estiman que tenga sus lineamientos bien marcados, aunque a veces sea radical con sus decisiones y eso la haya llevado a ser polémica. “Yo hago lo que hago porque adoro mi pueblo”, advierte. Se queda en silencio unos segundos y tras una breve reflexión, concluye: “En este momento lo que necesito es mejorar la calidad de vida de la gente. Quiero que quien no ha tenido oportunidades ahora las tenga y que el que esté acá se quede y se enamore de esta tierra”.