En la estación de San Mateo, por ahora la última del recorrido de TransMilenio entre Bogotá y Soacha, Esperanza Triana aguarda el bus que la llevará a la Clínica del Occidente, ubicada en la Avenida de las Américas con 71. Son casi las diez de la mañana y aunque la cita médica es a mediodía ella debe meterse a empujones en el vehículo. “Antes el transporte no era tan complicado –dice, atrapada entre los pasajeros– porque no había tanta gente en Soacha. Menos mal que TransMilenio no coge trancones. Eso es bueno”.
Datos de la Alcaldía del municipio, en un conteo que realizaron sus funcionarios en enero de 2019, indican –muy al margen de la discreta cifra que arrojó el Dane en 2018–, que allí viven más de 1 millón de personas. De la población, dividida en seis comunas y dos corregimientos, salen a diario, hacia Bogotá, unas 300.000 de ellas. Es decir, una tercera emigra desde la zona rural y la urbana a hacer diligencias, a practicarse consultas médicas, a comprar suministros para sus negocios, a estudiar en universidades, a trabajar en empresas. Van y vuelven. Todos los días.
La dimensión de estos números ayuda a comprender el problema. La movilización de personas desde Soacha a Bogotá, y viceversa, ha venido creciendo junto con la población de manera exponencial a lo largo de los años, y aún no encuentra una solución perfecta a un enigma propio de las grandes ciudades: hay mucha gente.
El proyecto de extender TransMilenio y llevarlo a un municipio que queda al lado de la ciudad donde nació partió de la idea de prolongar hacia el sur la troncal que va por la Avenida NQS. La primera fase empezó a funcionar en diciembre de 2013. Pocas personas dudan de que esto supuso un cambio. Miguel Ángel Forero, un arquitecto que usa el sistema para ir de Soacha a Nemocón, y quien es todo un entusiasta de los buses, dice que, en horas valle, se demora 30 minutos de recorrido. No teme, además, en calificar lo que había anteriormente (las busetas) como una locura.
“No había orden. Los buses paraban donde querían y el tráfico era mixto: circulaba transporte pesado, público y particular al mismo tiempo. Acá, al menos, hay orden. En esa época yo viajaba a Pacho, Cundinamarca, y en ese trayecto me demoraba entre dos horas y media o tres. El TransMilenio puede ir lleno, pero más de 40 minutos no se demora. Hacen falta cosas, sí, pero definitivamente yo soy de los que piensa que le cambió la cara al municipio”, señala.
Lo que hace falta, por ahora, para extender más el TransMilenio en Soacha, en terminología institucional, son las fases siguientes (la II y la III), las cuales buscan ampliar el trayecto por medio de más estaciones, y por ende, más alcance para la gente. La inversión es de 960.000 millones de pesos, de acuerdo con el convenio de cofinanciación de 2017, pactado entre la Nación, el municipio y el departamento de Cundinamarca, y cuenta con cinco estaciones, una de ellas intermedia, y el patio portal más grande del Sistema de TransMilenio. Actualmente el municipio de Soacha adelanta el estudio que permitirá planear y garantizar la alimentación del sistema con las rutas urbanas de transporte.
Sobre ese último punto habla, en la plaza central de Soacha, Enrique Castillo, un comerciante que trabaja en un mercado y, tres veces por semana, camina media hora hasta la estación, y viaja al centro de Bogotá para comprar granos. Dice que es un buen servicio, que el recorrido en dos busetas que hace unos años le tomaba hora y media se convirtió en un viaje de 40 minutos hasta la estación Avenida Jiménez. “Lo que nosotros necesitamos –advierte– es que implementen todo el recorrido; que la cobertura llegue hasta El Vínculo –la estación que le seguiría a San Mateo en la implementación de todas las fases– y que nos pongan los alimentadores”.
Habrá que tener un poco de paciencia: las obras están pensadas para finalizar en 2023.
