Cientos de colombianos libran una batalla por reafirmar su identidad sexual. SEMANA presenta cinco perfiles de jóvenes que cuentan cómo ha sido ese tránsito en un país en el que persiste la discriminación y el estigma.

“No todo el mundo tiene que saber que eres trans”

Alejandra ha vivido situaciones en las que las personas no son capaces de mirar sus aptitudes por concentrarse en el hecho de que es una mujer transexual.

“Yo sabía que iba a ser diferente”

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Transitar no es fácil para ningún transexual

Nykolas está en medio de su tránsito y su construcción identitaria. Una batalla de todos los días contra una sociedad que no comprende por lo que pasa una persona durante este proceso.

“No lo puedo obligar a ser mujer”: Natalia

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“Su forma de ser, eso es lo que me gusta de Thomas”

A Angie la cabeza se le llenó de preguntas y dudas cuando supo que la persona que le gustaba era transexual. Hoy ambos cuentan cómo se conocieron, y de paso, se enamoraron.

“Antes de conocerlo era muy homofóbica”: Angie

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“Cuando escuché ese nombre sentí que me había encontrado”

Shannon Delgadillo era el bicho raro del colegio, el diferente. Como muchas personas transexuales, vivió el rechazo de directivos y compañeros. Su mejor argumento ha sido ser ella misma.

“Vi unos botincitos muy lindos”

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Camilo no quiere volver a saber de religiones

La religión y la transexualidad se enfrentan constantemente en una sociedad como la colombiana. Para él fue difícil tener que soportar el rechazo de una comunidad católica.

“Desde bebé parecía niño”

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“No lo puedo obligar a ser mujer”: Natalia

Cuando tenía seis años, Nykolas salía de su casa y se sentaba en el andén para mirar a las personas pasar. No se sentía como una niña normal. Confundida, repasaba con sus ojos a las otras niñas que caminaban en frente suyo, “son bonitas, pero en ese entonces no las veía como si me gustaran”, recuerda.

A los ocho años les decía a sus papás que quería ropa de hombre. Pero se la negaban, “obviamente porque ellos siempre quisieron a una niña”. Por eso lucía sudaderas y ropa de sus primos, quienes le veían la cara de felicidad cuando se probaba alguno de sus sacos y por eso le decían que los cogiera, que eran suyos.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Era la única forma en que encontraba su comodidad y la sensación de tener una identidad. “No quiero ser una chica”, se repetía todos los días.

Todos los tránsitos son distintos. Todas las construcciones también. Varía siempre la forma en que una persona se va adaptando a una nueva identidad, pues se trata de un proceso que involucra estados del ánimo, cambios mentales y físicos particulares.

Sus padres se enteraron de sus relaciones con mujeres por sus primas. Y en su casa, ninguno de sus hermanos mayores se decidía por tener un hijo. “Mis papás decían que yo era la oveja negra, la desilusión, y por eso me dejé embarazar”. A los 19 años y de una relación de seis meses nació Juan Camilo.

No se sintió bien durante las relaciones que mantuvo con su pareja hombre. Le molestaba las miradas de la gente cuando iba a su lado, y se dijo a sí mismo que eso no era lo suyo. Nykolas está en medio de su construcción, y en el inicio de su tránsito.

Todavía Nykolas recibe llamadas del papá de su hijo. Pero poco habla con él porque está en el ejército, y prefiere que permanezca lejos de él, donde no pueda intentar convencerlo de regresar a su antigua identidad.

De Natalia*, su novia, no se ha separado desde que la conoció, a pesar de los problemas que se ha ganado con su familia conservadora. “Yo tuve una relación de cuatro años con un policía”, recuerda  Natalia. Por eso sus familiares han mostrado rechazo contundente hacía Nykolas. Para ellos es una persona prohibida. No fue fácil para Natalia comprender que un transexual podía gustarle, también es un tránsito para ella.

Conocerla hace dos años fue algo importante para la vida de Nykolas. Porque en ese entonces no había empezado su tránsito, y encontró en ella una buena compañía. La disyuntiva de Natalia era escoger entre Nykolas o los estudios y el futuro que le brindaba su familia. Decidió tomar ambas cosas, aprovechar las clases que paga su mamá y el amor clandestino con Nykolas.

Tres años después de haber tenido a Camilo, a Nykolas ya se le empezaba a notar cada vez más el cambio físico hacía su hombría. Pelo corto, rapado por un lado, tinturado, de torso delgado y con rostro lampiño más parecido al de un niño de 14 años que al de una persona de 22. Los hombres trans por lo general aparentan menos edad de la que tienen.

“Desde muy pequeña le pegué mucho a los hombres, me decían ‘macho man’”, recuerda. Juan Camilo ha pasado los primeros años de su vida junto a esa figura paterna que es Nykolas, la misma con la que salió a patear sus primeras pelotas de fútbol. La misma que lo parió.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Sin centrarse en argumentos Natalia dice que “la relación más pura que existe es entre dos mujeres”. Y que de la noche a la mañana no cambió su orientación sexual, pero aquella chica que en ese entonces tenía cabello largo y usaba pantalones apretados la hizo cambiar de parecer.
- Cambié cuando conocí a Maye
- No me llamo Maye, me llamo Nykolas Peyton.
- Es que yo te conocí como Maye, y así quedaste para mí (risas).

La ropa de niña ya no le quedaba, porque sus caderas se habían engrosado. Un pantalón Jordan de hombre, un saco verde y zapatillas de patinador fueron la solución. A pesar de que Natalia lo llama por su antiguo nombre, el mismo Nykolas también tiene que corregirse algunas veces. “Estaba muy cansada. Perdón. Cansado”.

También es difícil la adaptación para Natalia, al principio quería verlo con el cabello largo y ropa ajustada a su cuerpo. Pero su novio ya tenía veinte mil pesos en el bolsillo gracias a una apuesta que daba como ganador al que primero se cortara el cabello. Al principio, se resistía a darle la mano o a darle un beso, parecían solo amigos.

Por su parte Nykolas parecía sentirse incompleto todavía. “Quiero hacer el tránsito completo”, se dijo a sí mismo. Cuando colaboraba en el colectivo Amigos Diversos trabajaba con los derechos de la comunidad, intervenía en los problemas para solucionarlos. Giuseppe, uno de los líderes del colectivo le dijo que fueran a donde los chicos trans. Cogieron un taxi y llegaron al Caid de Teusaquillo.

Y Ahí conoció a Jhonnatan, quien le presentó a 250 miligramos, una agrupación musical conformada por hombres trans.

“Quiero tener barba, no me he hormonizado pero empezaré dentro de poco”, desea Nykolas. Pero Natalia, quién es enfermera y estará a cargo de sus inyecciones mensuales, todavía tiene sus dudas respecto al proceso. “Lo estamos pensando, porque pienso mucho en el niño ¿qué pensará cuando esté más grande?”, dice Natalia.

Juan Camilo no reconoce a Nykolas con cachucha, apenas balbucea. Todavía pasa por su cabeza la primera vez que amamantó, solo lo hizo durante un mes. Prefirió acostumbrarlo a un tarro de leche hasta que ya no recibía leche materna. Fue traumático darle pecho y parirlo. “Saber que yo no me sentía mujer y que mi hijo salía de mi vientre fue muy difícil”, recuerda Nykolas. La custodia de Juan Camilo la tiene la mamá de Nykolas, pero eso no quiere decir que Natalia, Juan Camilo y Nykolas no puedan salir a algún parque por Engativá a jugar. Son una familia.

“Igual el hijo es de ella, perdón, de él”, opina Natalia respecto a la custodia del niño.

A raíz de su tranformación, los papás de Nykolas cambiaron totalmente. Quieren a una mujer. “Nací en un cuerpo equivocado, dice a sabiendas de que ellos ya han escuchado aquella frase que ya les parece floja.

- Se escribe con y griega, y ka – aclara cuando alguien escribe su nombre. Así decidió escribirlo.

Alex Nykolas Peyton. Las personas trans escogen un nombre, se bautizan a sí mismas. Natalia tenía un exnovio que se llamaba Alex, y para que su mamá no se diera cuenta así decidió ponerle a Nykolas en el celular. Y se quedó Alex Nykolas. “Me empezó a gustar y terminé por adoptar ese nombre, junto con Nykolas”. En cuanto a Peyton dice que lo sacó de una película “porque no identifica a un hombre o a una mujer, pueden ser ambos”.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Mayerly, así aparece todavía en su cédula. Razón por la cual cree que no ha podido conseguir un trabajo estable. Pasa su hoja de vida con una fotografía reciente y su nombre jurídico, un hombre que se llama Mayerly en el papel. “Los empleadores esperan a una Mayerly y cuando me ven me dicen que yo no era lo que esperaban”. Por eso tiene que recurrir al rebusque, al primer trabajo pequeño que encuentre para ganarse lo del día. “Entonces como mi nombre no corresponde a lo que ellos ven terminan diciéndome que yo no sirvo para nada y haciendo cara de fastidio”, dice con molestia. Según la Defensoría del Pueblo, del total de personas que pidieron acompañamiento de la entidad, el 30% lo hizo por barreras de acceso al trabajo y el 12% corresponden a personas trans.

A Natalia el pudor de darle un beso o cogerle la mano a Nykolas en público se ha ido. Aunque aparece cuando de su boca sale todavía una voz aguda y dulce. En menos de seis meses, después de la primera dosis de Nebido, su voz y su piel empezarán a engrosarse, su espalda se hará más ancha y su cara empezará a llenársele de bello. Ansiedad, dice, es lo que siente cuando sabe que su cuerpo sufrirá cambios.

“Me dicen que me empezaré a sentir sensible, delicado y depresivo al principio”, piensa. La alegría más grande que espera Nykolas es que la familia de Natalia lo acepte tal y como es. “Porque estamos comprometidos”.

Se habían dejado de hablar por dos meses por un problema que quedó en el pasado. Nykolas intentó pasar su amargura con una relación insípida y se dio cuenta que no podía dejar atrás a la persona con la que llevaba dos años y que lo conocía desde el colegio, desde Maye, desde el cabello largo y la ropa de hombre que no le quedaba.

Fueron a una integración en Timiza. Con un saco de paño, camisa y corbata Nykolas reunió a sus amigos para que hicieran un círculo alrededor de Natalia. Se arrodilló y le dijo que era el amor de su vida.

Ese día Alex Nykolas Peyton se emborrachó de la felicidad.

“No todo el mundo tiene que saber que eres trans”

“Yo sabía que iba a ser diferente”

La profesora de educación física de primaria ordenaba hacer dos filas. Niñas a la derecha, niños a la izquierda. Alejandra, quien antes se llamaba de otra forma y hoy prefiere no recordar ese antiguo nombre, buscaba su puesto en el de las niñas, lo que hizo enojar a la maestra un montón de veces.

“La primera vez que la vi yo sabía que era un niña, pero se hizo en la fila de los niños para pagar una cosa de la universidad”, cuenta Ingrid, su amiga. Le dijo que se hiciera a su lado, que hicieran la fila juntas. Pero Alejandra rechazó la oferta. Tal vez se sintió incómoda ante tanta confianza que llega sin previstos.

A los seis años, cuando llegaba del colegio a casa de su abuela, Alejandra, con tijera en mano, cortaba las sábanas de su cama para hacerse un vestido a su medida. Y con los hilos de felpa que le arrancaba a la alfombra se hacía cabello de colores. Prefería jugar con las telas sobre su cuerpo antes que hacer las tareas. Mientras su mamá no estuviera viendo y no se encontrara en el colegio Alejandra salía a flote y la persona que los demás querían que fuera desaparecía.

Como no tenía educación física todos los días, guardaba la sudadera en su maleta para poder vestirse en el colegio. Para la profesora, no ponerse el uniforme de hombre era un acto de desobediencia que tenía como consecuencia tener que aguantar formaciones en solitario que duraban horas.

“Mi mamá siempre me rapaba, entonces cuando quería ser invisible, ella me ponía vulnerable ante los demás”, dice Alejandra. El colegio se volvía, como para muchas personas transexuales, en un calvario debido al matoneo y discriminación. De hecho, la encuesta sobre clima escolar, que realiza Colombia Diversa y Sentiido, así lo concluyó. El 11,1 por ciento de los niños encuestados dijo que había al menos un profesor del que recibían apoyo, otro 11,2% dijo que ninguno. El 44,2% dijo que entre dos y cinco, el 16% entre seis y diez; y el 17,5% aceptó que la mayoría de profesores los apoyaban, o sea, más de diez.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Para Alejandra esa mano amiga no fue la de ninguno de sus compañeros de curso, sino la de su maestra de artes, Marcela Blandón. “Como siempre me metía en conversaciones de adultos, porque no me la llevaba con los niños, escuché una vez la palabra Sida y decidí averiguar”, recuerda.

Marcela, ante su pregunta, le explicó con sus palabras lo que significaba, y con ganas de saber más, entre los libros encontró la palabra gay, y creyó al principio, que eso era lo que lo definía: era un hombre gay.

Pero se seguía sintiendo como una mujer. “Entonces no debe ser eso”, creía. A la primera persona que le contó fue a Vanesa, su mejor amiga. Al comienzo, creía que la respuesta sería el rechazo, pero pronto descubrió que había encontrado a alguien más que la entendía. Le prestaba su ropa y salían juntas a la calle.

“Siempre tuve confrontaciones con mis papás, les costaba aceptarme como soy”, dice Alejandra cuando comienza a hablar del deterioro de esa relación. Regaños, gritos y peleas eran una costumbre en su casa.

Un día, por ejemplo, le hizo un dibujo a su papá queriendo mostrar su talento para las artes visuales y recibió a cambio una frase tajante. “Si me pone a juzgar creo que está aceptable, pero usted se va a morir de hambre si se dedica a dibujar”, fue la respuesta de él.

“Tenemos un trato raro con mi mamá”, confiesa. A veces se hablan bien y otras veces mal. Pero el trato sigue siendo el mismo de antes. Por eso, siguen las peleas entre ambas sobre cómo debe referirse su mamá a Alejandra. “Entiendo que es difícil para los papás, esperan una cosa y los hijos resultan ser otra cosa diferente”: Alejandra Acepta que también hay que ponerse en los zapatos de los padres, pero cree que en su caso ya ha pasado el tiempo suficiente para que cambie su actitud.

De hombre a mujer

Lo que se refleja físicamente es la primera impresión. Las mujeres trans no siempre lucen con espalda ancha y rasgos fuertes en su cara, señala Alejandra con insistencia. “Pero no puedo decirlo siempre porque las personas son prejuiciosas, por ejemplo, los hombres piensan que uno les está cayendo”, critica con molestia, porque ya le ha sucedido.

En Colombia, cientos de personas se cambian el nombre por otro que corresponda más con su identidad. De hecho esta fue una de las primeras tutelas que llegó a la Corte Constitucional en 1992, cuando ese organismo apenas se estrenaba. En junio de 2015 el gobierno expidió un decreto para que los ‘trans’ también pudieran su sexo en la cédula solo presentándose a una Notaria.

Hasta esa fecha para poder cambiar ante el Estado la condición de hombre a mujer había que ir a consulta psiquiátrica para certificar un trastorno de identidad llamado disforia de género. Aún después de ese trámite, y con la humillación que implicaba, los jueces podían negarlo. Entre 2016 y 2017, 439 colombianos pidieron el cambio de sexo. De estos, el 77% corresponde al tránsito de hombre a mujer, según la Superintendencia de Notariado y Registro. Alejandra buscó por todos los medios reunir el dinero para cambiar su nombre en la cédula, para dejar atrás el conflicto entre el nombre jurídico y el identitario, para que por fin fuera solo Alejandra.

Nadie dice “hola, soy heterosexual”

“Siempre me ha ido mal en el amor”. En el colegio, con 16 años, conoció a un estudiante de medicina que parecía prometerle una relación estable. Invitaciones constantes y almuerzos con su familia en un lujoso apartamento en el norte de Bogotá eran los planes acostumbrados por ambos. Pero no le contó a esta persona lo que vivía. Ni siquiera buscaba una relación estable con él, ni sabía si estaba enamorada. “Es que yo no puedo ir por la vida diciendo hola mucho gusto, soy Alejandra y soy trans. Nunca he escuchado un hola soy Santiago y soy heterosexual, eso no pasa”, relata.

Pero si el momento lo amerita Alejandra no titubea al decir lo que es. Como cuando una vez, encerrada en el baño del trabajo contestó el teléfono para discutir con su mamá, y sin darse cuenta, en el mismo lugar estaba alguien escuchando la conversación. Ese ‘espía’ resultó ser un amigo que había cruzado la frontera de la relación laboral para entrar a una zona de mayor confianza. “Soy una mujer trans”, le confesó. Las reacciones que Alejandra vio ya las esperaba, lo que él sorprendió fue la capacidad de aceptación que la otra persona tenía, se dio cuenta que había allí un amigo.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

En uno de esos trabajos extenuantes por los que pasó, de mesera en un bar, se encontró a una compañera del colegio que entró a tomarse algo con su novio. "No la quería entender porque era una malparida”, cuenta. Pero le tocaba hacerlo. Pidieron una botella de whisky y la invitaron a que se sentara en la mesa a tomar antes de recibir un rotundo “no” como respuesta.

Siguió atendiendo borrachos, limpiando mesas y llevando cartas y botellas de un lado a otro. Cuando le llevó la cuenta sus clientes se molestaron por el precio y por la atención. “Cuando se estaba yendo dijo que quería hablar con el administrador”, recuerda Alejandra.

Lejos de la conversación entre su compañera y el administrador, la ansiedad por saber qué estaban hablando aumentaba. Cuando terminó la conversación descubrió que los clientes insatisfechos le contaron a su jefe sobre su tránsito. Que ella no era mujer. Qué cómo era posible que aceptaran en ese bar personas así. Que ella no podía atender a personas normales.

- Debiste decirme desde un principio- le dijo su jefe
- Pero es que vengo a limpiar mesas y a lavar baños, no tengo por qué estar diciendo eso – respondió.
Sí pero es que la presentación es importante.
¿Y me ve cómo? ¿me falta algo en la cara? Porque ese no es un argumento.
No puedo tener personas como tú, fuiste muy útil pero coge tus cosas y vete… “Desgraciado”.

“Deberías decirlo por educación”

La sociedad trata a Alejandra como a una mujer… hasta que se enteran que es transexual.

Camino a su casa tomó el F14 a las 7 de la noche, cansada después del pesado turno de enfermería. Se quedó dormida y despertó a los diez minutos porque alguien le haló el cabello. Se dio la vuelta y le pregunto a Ignacio* por qué no tenía cuidado. “Disculpa, no fue mi intención”, respondió.

Se volvió a dormir y después de un sueño profundo despertó y pensó que se había pasado de la estación Banderas. “Ya vamos a llegar a la Caracas”, le dijo Ignacio cuando vio la cara de preocupación de Alejandra, que contestó seca que gracias.

Cuando ambos se bajaron, Ignacio no contuvo las ganas de pedirle el número de celular a Alejandra. Estuvo de suerte. “Si hubiera estado en los zapatos de él ni siquiera lo intento, pero bueno”.

Acordaron ir a una discoteca en compañía de los amigos de él. Bailaron y charlaron. Después empezaron a salir todos los días. Y en una de esas salidas, uno de los amigos de Ignacio lo notó y con prudencia preguntó…

- Qué pena hacerte esta pregunta, pero ¿tú eres trans?
- ¿Por qué? – respondió Alejandra
- Responde sí o no.
- Sí.
- Deberías decirle por educación, es tu responsabilidad.
- Pero es que no hemos tenido nada, somos solo amigos.

“Tengo que hablar contigo”, le escribió Ignacio a su celular. Alejandra le contó y el otro le respondió cínicamente “¿En serio?”. De inmediato le reclamo porque no le había dicho desde un principio. Ella contestó aclarando que nunca tuvo la intención de darle un beso o tener una relación, solo quería a un amigo.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Le dijo que era una falsa, una mentirosa y luego empezó a molestar con su cabello intentando comprobar si era de verdad. “Suélteme que este es mi cabello natural”, dijo con rabia.

Alejandra tiene cicatrices en sus brazos, cada una con una historia detrás. La larga de su brazo izquierdo es una mentira dolorosa, la cicatriz que tiene en el brazo derecho cerca a la muñeca es un comentario agudo de su mamá. Fingir no se le dificultaba, la persona alegre era del colegio. Pero no se cansaba de luchar por su aceptación.

Pero hay días felices. Como el primer día que tomó la pastilla de color azul claro de estrógenos con sus hormonas. Empezó a sentir calor, cambios de humor, se le bajó la ansiedad y la piel se volvió suave. O como cuando pudo ver en otro ser el rechazo que ella siempre sintió…

“Recuerdo que iba a dar clases a niños campesinos”, relata. A uno de los niños se le dificultaba hacer los ejercicios como ella había explicado pues había nacido con una discapacidad en su ojo. Sus amigos lo hacían a un lado. “me dicen que yo no sirvo para nada, pero siento que yo puedo”, le dijo el niño. Alejandra se vio reflejada en él.

“Su forma de ser, eso es lo que me gusta de Thomas”

“Antes de conocerlo era muy homofóbica”: Angie

A los 15 años Thomas ya sabía lo que quería. Lo que no sabía era cómo se llamaba o si se podía hacer. Sus papás ya sabían que le gustaban las mujeres pero para él resultaba complicado hacerles entender lo que sentía. “Decirles que era transexual fue como volver a salir del closet”. Fue difícil, dice. Pero llevaba consigo una decisión tomada con toda la seguridad.

Una vez, viendo un programa sobre hombres trans con su mamá, Thomas le preguntó “¿Y qué dirías si yo fuera así”.

-Usted verá -Le contestó.

Cuando Thomas vio a Camilo Lozada en televisión hablando sobre el trabajo para los hombres trans y el derecho a cambiar de nombre hizo todo lo posible por conseguir su contacto. Le escribió preguntándole qué tenía que hacer para dejar de tener un nombre de mujer. Cuando obtuvo toda la información no dudó un segundo en ir a donde Lozada para confesarle sus deseos de cambiar el nombre que le habían impuesto. Ese nombre Thomas no quiere que se conozca.

A pesar de que lo lleva tatuado en el brazo.

Dice que ya no le gusta, pero que también es cierto que le recuerda un pasado que siempre va a llevar consigo, un tiempo superado que no puede dejar atrás. Su papá es cristiano, de él escuchó que “eso no está bien, no es de Dios. Prefiero que esté embarazada”. Detalles que lo herían. Pero que olvidaba cuando la convicción de vivir su vida como quisiera salía a flote. No recibió el apoyo de su papá, solo sus malos tratos.

Abrió la puerta de su casa y les dijo “ya cambié los papeles”. Había ido a la Registraduría y su antiguo nombre quedo disminuido a la tinta de su brazo. Ahora solo tenía ganas de presentarse con alguien para tener que decir con orgullo su nuevo nombre.

“Usted deja de ser mi hijo, mi hija. Lo que sea. Pero eso no está bien para mí”, le contestó su papá. Por eso dejó de hablarle. “Recuerdo que mi cambio de nombre fue en junio y al siguiente mes salió el decreto 1227 que era para cambio del componente de sexo”. Le hubiera salido más barato el trámite.

-Yo ayudé con una parte del dinero para que se cambiara de nombre -dice María Inés, su mamá.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

“Mi obligación es protegerlo”

-Y la otra la conseguí trabajando en un periódico local que se llama Desde Abajo -le contesta Thomas.

Como hizo la diligencia antes de que saliera el decreto solo aparecía su nombre y en la parte de atrás una efe arriba de la palabra sexo. “Los policías se me quedaban mirando como... ¿y este qué?”, recuerda. Pero también lo han acusado falsificar documentos de identidad. “Pero con ellos es mejor cargarla en la billetera”.

Le gustó Thomas porque a su tocayo Alva Edison lo expulsan del colegio y le mandan una carta a su mamá diciendo que no tenía las capacidades para aprender y que era indisciplinado. Entonces su madre se encargó de su educación. “Y como mi mamá fue la que estuvo cerca a mí educándome por eso escogí ese nombre. Mi papá se fue de la casa cuando tenía 9 años”.

Pero vuelve cuando tiene 18 años. Se perdió su tránsito, a pesar de que lo había visto algunas veces durante su ausencia en la casa. Había dejado a una niña y se encontró con Thomas. “Yo lo entiendo porque sé que no es fácil, pero su hija ya no estaba”, dice.

“Fue muy difícil, uno siempre piensa que le pasa a los demás pero a mí nunca me va a pasar”, dice María Ines, su mamá Recuerda que le echó la culpa al entorno en el que se desenvolvía su hijo. “Es el ser que traje al mundo, mi obligación es protegerlo, y aceptar sus decisiones. No lo traje con condiciones”.

Angie, la novia de Thomas, hace trabajo comunitario. Se conocieron en agosto de 2016. Felipe, un amigo bisexual de Angie, la invitó a una organización que gestiona festivales por barrios. Tenía miedo de participar por primera vez en uno de estos eventos, en donde no tendría ninguna de las comodidades de lujo posibles pero sí estaría bien en un entorno humilde ayudando a los demás. La idea era quedarse durante una semana.

“En el transcurso de esa semana empecé a hablar con Thomas. Y era como de esas miradas que van y vienen pero él no era capaz”, recuerda Angie. Felipe conocía el pasado de Thomas, pero no se lo quiso contar a su amiga. Como diciendo ella verá si se choca o no.

Thomas y Angie estaban en comisiones diferentes. Él en la de comunicación, ella en la de alimentos. Por su parte, ella se levantaba a las cinco de la mañana a preparar el desayuno para toda la tropa, a las nueve de la mañana pensaban en qué iban a preparar de almuerzo, al mediodía repartía platos y corría para arriba y para abajo. Siempre se encontraba con Thomas.

“Llegó un momento en el que siempre estaba conmigo, y empezamos a hablar más seguido”, dice Angie, y luego recuerda que las primeras impresiones le indicaban que se trataba de un hombre tímido, poco expresivo y con miedo. No sabía por qué actuaba de esa forma, porque más de una vez ella se insinuaba con ternura y no encontraba una respuesta por parte de él.

Cansada de no encontrar una respuesta y de desconocer las intenciones de Thomas decidió tomar la iniciativa en cada charla. Y con el paso de los días fue creando una confianza más fuerte. De repente, como si fuera un progresismo acelerado, charlaban mucho más, ahora Thomas se le pasaba con Angie en la cocina y vivía más pendiente.

“Pero durante el curso del tiempo había cosas que no entendía muy bien. Cada vez que estaba con Thomas había quienes lo llamaban con nombre de mujer”. Ella misma se intentó tranquilizar pensando que los otros solo se estaban confundiendo.

Hasta que una amiga muy cercana de Thomas soltó la perla: “Ay no, es que la que quería ser mi amiga no es mi amiga sino mi amigo”, dijo seguido de una sonrisa. Ahí Angie encajó las piezas, ahora solo le faltaba confirmar si todo apuntaba a que fuera cierto. “Felipe me está pasando esto”, le dijo.

Felipe ya sabía, pero su respuesta fue “parce, la verdad, yo no sé”. Felipe pensaba que si le contaba a su amiga su reacción sería quedarse quieta, seguramente escapar por el impacto “porque yo soy así”, dice Angie.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

“Relájate, y mira a ver qué pasa”, le decía su amigo. Con la garganta a punto de explotar, decidió enfrentar la situación con la única persona con la que podía hacerlo...

- ¿tú me tienes algo qué decir?- le dijo Angie en un tono seco, sin un saludo previo.

- es que...

-¿tienes algo que decirme?

-es que la persona que estás viendo en este momento no es la que estás viendo.

-¿cómo así que la persona que estoy viendo no eres? -le contestó.

-Sé que eso no te aclara nada.

-No.

-Soy un chico trans.

“Yo sabía sobre los hombres gais y bisexuales, pero no sabía nada de los chicos trans”, cuenta Angie, a quien la cabeza se le estaba saturando de preguntas y dudas, después siguieron días que a ella se le parecieron más largos, acontecidos por muchas explicaciones.

“Lloraba mucho”.

Y empezó a tener una dualidad. “¿soy lesbiana? ¿Me estoy volviendo lesbiana?”, se preguntaba. “Y eso no me ha pasado solo a mí sino a muchas mujeres que han estado con hombres trans” dice Angie Su desespero la llevó a su amigo Felipe “Parce, pasa esto”. Le dijo. Y su respuesta fue “yo ya sabía que Thomas es un chico trans”, le contestó.

- Si yo te hubiera contado seguro te hubieras perdido la oportunidad de conocerlo, te habrías alejado ¿no crees que vale toda la pena del mundo? -le contestó su amigo Felipe.

Se quedó callada. A la fecha Felipe tuvo la razón: Ha valido toda la pena del mundo, cuando le preguntan qué es lo que más le gusta de Thomas, sin pensarlo dos veces responde que “como es”.

“Cuando escuché ese nombre sentí que me había encontrado”

“Vi unos botincitos muy lindos”

Shannon cierra la puerta del taxi, baja por un callejón con una estrecha escalera y se detiene en una casa de varias puertas y divisiones en el barrio La Estrella en Ciudad Bolívar. Ha olvidado sus llaves y golpea tres veces con su palma, luego de unos segundos su abuela aparece en la entrada. No la mira. Nunca lo hace cuando Shannon está maquillada y con ropa ajustada.

En su casa, salvo cuando va a salir, Shannon debe permanecer con el cabello recogido, ropa ancha y nada de maquillaje en su cara. No solo porque logra enfriar la tensión que genera su abuela, sino porque aceptó que se puede sentir cómoda así también. Siempre cuando faltan 10 minutos para salir se aplica labial, pestañina y polvos; se viste con pantalón y blusa ajustada; y se cuelga el bolso sobre el hombro. Afuera de su casa es libre.

Sus padres siempre esperaron a una niña, porque eso decían los médicos, que a mediados de febrero de 1995 nacería su hija. Pero nació Leonardo, aunque eso no impidió que sus primeros años de vida los vistiera con color rosa.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

“Nosotras nos tenemos confianza”

“Mi esposo vio un comportamiento diferente cuando era pequeñito, y dijo que iba a sufrir mucho”, dice Mélida, la mamá de Shannon. Tenía tres años cuando ambos padres empezaron a notar lo que ellos llamaban movimientos femeninos. Pero fue hasta cuando Leonardo cumplió once años cuando Mélida lo confrontó con lo que tenía guardado en su cabeza desde hace varios años. “Mueves mucho la manito, te sientas diferente”, le dijo a su hijo. Leonardo cerró los ojos y le dijo “tengo que hablar contigo”.

Mélida sabía lo que iba a escuchar. Instinto de madre, dice ella. “Me gustan los niños. Si quieres yo me voy de la casa…”. Incapaz de permitir algo así, Mélida le dijo a su hijo Leonardo que no podría echarlo de su casa, porque es su hijo.

Camilo y Shannon son novios. Camilo y Shannon son transexuales.

“Nos conocimos en un plantón en la UPJ de Puente Aranda, porque allí, en diciembre de 2015 la Policía asesinó a un chico trans días atrás”, dice Shannon recordando cuando conoció a su novio.

Shannon tiene que mentir cada vez que invita a Camilo a su casa, le dice a su abuela que viene un compañero a hacer trabajos, o a veces no le miente, sino que le oculta que Camilo se encuentra en su casa. En Camilo ha encontrado a una persona que la ha acompañado en situaciones adversas, a diferencia de algunos miembros de su familia.

“Mi hermano es un fastidio”.

Desde antes de empezar el tránsito Jimmy, su hermano, no ha dado ninguna muestra de apoyo, de él solo ha recibido rechazo y discriminación. “Una vez me abrió la cabeza”, dice Shannon recordando aquel doloroso momento. Pero ella no se dejaba. “Siempre lo trataba como mujer y eso siempre lo ofendía”. Ahora, aunque vivan en la misma casa, nunca se saludan, solo se dirigen la palabra cuando la situación los obliga.

- Yo no creo que a usted le gusten los hombres – le dijo
- ¿Y por qué no me cree? - respondió
- Porque usted mira porno conmigo
- ¿Y quién dijo que yo estaba mirando a las viejas?

“No dijo nada después de eso”, recuerda Shannon. Rara vez le dedica algún saludo decente o una conversación donde ambos puedan interactuar. Aunque Shannon agradece cuando una vez, mientras caminaba calle arriba para llegar a su casa, salió Jimmy a defenderla de dos hombres que la acosaban un par de cuadras abajo.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

En el colegio, durante la primaria, era el bicho raro, el diferente que se hacía en la esquina del salón junto a otros dos chicos gais. Eran los mejores amigos y hacían pijamadas. También eran el grupo que entraba en ese 20% que ha sido excluido a menudo en un ambiente escolar, según la encuesta de clima escolar realizada por Colombia Diversa y Sentiido en 2016

La orientadora la hostigó, intentó hacerle creer que su orientación sexual era un problema. Citó a sus padres a su oficina y le hizo confesar si ya había tenido relaciones sexuales y con quien. Después solo vinieron castigos, represalias y prohibiciones. De cada 5 estudiantes hay una persona de la comunidad Lgbt que como Shannon oye frases discriminatorias por parte de directivos, según esa misma encuesta.

El papá de Shannon se fue alejando poco a poco de su familia. En esos últimos días, cuando se enteró de que, en ese entonces, su hijo tuvo una relación con un hombre mayor, recurrió a la sobreprotección, al castigo y a las normas represivas. “Yo lo enfrentaba mucho, tuvimos fuertes peleas. También fue por mi mamá, porque la ofendía”, dice.

Incapaz de aceptar la forma en que Leonardo se identificaba, llegó a pensar que su hermano lo tocaba o le decía cosas insinuantes. “Nada que ver, pero ese fue su forma de pensar, cuando empezó el tránsito no quiso creer”, recuerda.

Se dejaron de ver por seis meses. Ninguno quería encontrarse con el otro.

Con la resignación dentro, la única opción que podía tomar era la de esperar a que la época del colegio acabara y que la siguiente etapa que viniera en su vida fuera diferente. Meses después, ingresó a la sede tecnológica de la Universidad Distrital, lugar en donde podía estudiar y trabajar.

“Durante esa época comencé a usar tacones porque mi amigo Rusbel los usaba”, dice Shannon. Con el primer sueldo que le pagaron por trabajar en la cooperativa de la Universidad se compró sus primeros botines. Cogieron el bus para Soacha con 70 mil pesos que había ahorrado en el bolsillo. Después de muchas tiendas y vitrinas encontró aquellos zapatos negros de tacón medio que calzó sin pena por los siguientes meses en los pasillos de la Distrital.

La discriminación no acabó para Shannon en el colegio, desafortunadamente. “Hay un ambiente bastante machista en esa universidad, como es la sede tecnológica e ingeniería había muchos hombres, yo era lo más femenino de ahí”. Según la encuesta de clima escolar de 2016 hecha por Colombia Diversa el 54% de la población Lgbt siente inseguridad por como expresa su género y solo el 14% de los participantes dijo que sus compañeros los aceptaban por completo. Más de una vez Shannon lloró al lado de Rusbel, porque parecía que el tormento no había acabado.

Tal vez lo que más rabia le daba era ver a muchos homosexuales que no eran capaces de expresar su orientación dentro de la institución, y que además empeoraba el sentimiento cuando se encontraba a más de uno en los bares gais de la primero de mayo.

Estuvo alejada de su papá por los cambios que había sufrido durante los últimos años, y porque la relación con su mamá se había deteriorado. Solamente ella aceptó el reto de permanecer cerca durante las primeras muestras evidentes de la construcción. El cumpleaños de Mélida lo quiso celebrar en un bar Lgbt que queda en la carrera 9ª con 60. “Tu papá cree que me voy a ver con otra persona y no se quiere separar de mí, entonces voy con él”, fue lo que Mélida le dijo a su hija antes de encontrarse.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Shannon esperó de todo menos lo que pasó apenas su papá la vio. “Me saludó, almorzamos juntos y desde ese día nos volvimos a reencontrar, ahora puedo visitarlo”.

Siente que el rechazo se ha ido apagando, ahora que adelanta sus estudios en producción multimedia en el Sena reconoce que sus compañeros han tolerado su forma de ser. Hay una seguridad mezclada con comodidad que experimenta cuando recorre los pasillos, esos lugares en donde en otras instituciones educativas era invisible.

El día del Festival de la Isla del Sol, que se hace en la localidad de Tunjuelito, aceptó ponerse aquellos botines que compró días atrás en Soacha y un vestido que la administración distrital había pagado con el fin de que desfilara en el evento. Cada una tenía que representar una de las piedras que se pueden encontrar en el rio Tunjuelito. Leonardo era gravilla, la piedra que limpia naturalmente al río.

“No tenía ni idea de que me hicieran meter al río, fue algo inesperado, pero divertido”, recuerda de aquel día. Desfiló junto a otras mujeres, pero resaltaba entre las demás por su altura. Una a una decían su nombre obligadas por el presentador que las acompañaba en tarima.

- ¡Qué mujer tan alta! – sentenció el presentador - ¿cómo te llamas?
“Mierda”, pensó.
Nunca se le ocurrió que le preguntarían su nombre.

Lo que sí sabía era que nunca diría Leonardo, porque estaba en frente de decenas de personas que estaban viendo a una mujer.

No recordó lo que dijo. La respuesta salió por inercia, pero luego pudo escuchar una grabación que le mostró una de sus amigas. Le gustó tanto que cuando escuchó de su propia voz “Shannon”, sintió que se había encontrado a sí misma.

Camilo no quiere volver a saber de religiones

“Desde bebé parecía niño”

Desde los tres años Camilo Andrés cogía las faldas para lanzarlas lejos, sentía fastidio. Cuando las tenía puestas se atacaba a llorar. Ese rechazo comenzó empezó a sentirlo hacia su cabello largo, que incluso llegó a arrancarse por desesperación. “Entonces mis papás optaron mejor por preferir los pantalones y el pelo corto que mi llanto y mis ataques”, recuerda.

A los siete años sintió la necesidad de tener algo entre sus piernas. Inexplicable y gracioso cuando lo cuenta, pero así es como describe aquella sensación. Desesperado por satisfacer aquel sentimiento enrollaba papel higiénico y se lo metía en la entrepierna para formar un bulto que se pareciera al que hacen dos testículos y un pene. Aunque le avergonzaba tener aquella bola de papel de baño.

Una vez estaba sentado en las piernas de su madre cuando ella sintió el bulto. Camilo se sobresaltó, y con la cara colorada salió corriendo de la pena.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Hay varias fotos que a Camilo Andrés le traen un recuerdo de su vida en el preescolar. Vestido con una falda para bailar el mapalé y un top. “Lloraba y lloraba en esa tarima. Y me bajaba y luego me obligaban a subir”, recuerda de aquellas fotografías.

- Mamá, mira mi pipí – decía con un lápiz que sostenía con su mano sobre su entrepierna.

“A mí me parecía gracioso, pero se notaba que no lo era para ella”. Desde transición estudió en el Instituto Clara Fey en Bosa, de monjas y femenino. Camilo vivió pocos conflictos consigo mismo durante la primaria, sobre todo porque sus papás entendían que aquella actitud de hombre sería solo pasajera.

El día que Camilo se dio cuenta que estaba en la pubertad fue cuando sintió gotas tibias de sangre bajar por su pierna. Esa noche, gordas lágrimas bajaron por su cara. Su hermano le decía que la menstruación era normal, que esas cosas les sucedían a todas las mujeres.

Pero no fue solamente el periodo lo que lo perturbó.  Cuando sus senos empezaron a crecer recurrió primero a una cinta ancha para cubrirse el pecho Pero ante las cortadas y ampollas, optó por usar vendaje.

Durante el bachillerato su expresión masculina empezó a ser cada vez más notoria. Tanto sus compañeras como las monjas solían decir sobre Camilo: “es que esa niña es así”. Cuando estaba en séptimo y octavo se propuso expresarse como se sentía, dejando a un lado el miedo que le rodeaba.

Pero el miedo y la inseguridad no se iban. Cuando se enteraron de que tenía una relación con una compañera del colegio, los profesores empezaron a perseguirlo. No lo dejaban ir solo al baño, y siempre tenían los ojos vigilantes encima.

A las salidas no podía hablarles a otras niñas. “Todo el tiempo los profesores encima de mí”, recuerda Camilo. Los docentes –dice- creaban chismes sobre su vida personal y hasta una vez descubrió que alguien le tomó fotografías y se las entregó a las directivas del colegio. “Me hicieron firmar un compromiso absurdo”.

A Camilo le prohibieron hablarle a su novia. Tampoco podía tener comunicación con compañeras de colegio que estuvieran en un grado inferior. “Sabía que estaba en un problema”, recuerda. Luego de varios inconvenientes por relaciones personales que desencadenaron en desescolarización, derechos de petición y tutelas, Camilo por fin se pudo graduar. Subió a la tarima en medio de las miradas de rabia de las monjas que no soportaban ver a aquella persona recibir el cartón.

“Y por cosas de la vida entré luego al Opus Dei”.

Y tampoco tenía idea de qué era Opus Dei. Ingresó gracias a que su tía trabajaba de enfermera para la comunidad. A pesar de su apariencia masculina, al principio sentía que nadie lo rechazaba o “le hacía el feo”. Pero pronto entendió que así sucedía porque solo lo trataban de paso, un saludo o un gesto fortuito.

Imaginó que había encontrado un lugar en donde lo iban a aceptar, otro espacio solo con mujeres, como es tradición del Opus Dei separar a las personas por sexo. Las mismas señoras de la Obra, como también se le conoce a la institución, no lo discriminaron en sus primeros días en la tertulia. Pero…

Una señora de la Obra, compañera de Camilo, le cuestionaba su comportamiento y su forma de verse. “Me escribió una noche a mi whatsapp, a pesar de que estaba dos habitaciones al lado”. Intentaba sacarle información a Camilo, y como no encontraba una respuesta concreta aquella mujer empezó a suponer cosas. “Te sucede algo y es por tu condición sexual, tengo que hablar seriamente contigo”, le dijo.

“Antinatural… No deberías estar aquí… Dios no quiere a personas como tú… No sabemos cómo se manejan las personas como tú…”, fueron las palabras que recibió Camilo de su compañera. Después, el trato amigable se desvaneció.

“Dios no quiere a personas como tú”.

Fotografía: Juan Carlos Sierra

Nadie le hablaba. Desde que las personas en la Obra supieron lo que aquella compañera había difundido las relaciones en su entorno cambiaron. Ya ni siquiera el saludo fortuito, ni la determinación. “Me hacían en un rincón a preparar ensaladas”.

Nadie lo volvió a invitar a jugar de nuevo, solo repudio. Y empezó a sentirse peor que cuando estaba en el colegio. “Si me van a discriminar que lo hagan cuando me sienta feliz conmigo mismo”, se repetía.

Cuando lo sacaron del Opus Dei tomó la decisión de que quería hacer el tránsito, que atrás quedara Camila y bienvenido Camilo. Camila Cortés no era su vida. Lo que ya había padecido fue el empujón para dar el primer paso. “Ya viví mucha mierda, no quiero más religión en mi vida”.

- Son sus amistades, usted no se deje influenciar ¿cómo se le va a ocurrir hacer eso? – le decía su madre.

- Bueno no me crea, cuando empiece a ver los cambios no me diga nada.

Los cambios son duros. Empezó a engordar, la piel se volvió más gruesa, al igual que su voz. Le salió acné y los primeros pelos en el mentón. “Me decían que me veía muy feo, pero no quería perder la fuerza para lograr lo que quería”.

Camilo es el novio de Shannon, una mujer trans que ha tenido que soportar las adversidades por las que pasa un transexual cuando está en el colegio o la universidad. Ambos se conocieron durante una marcha Lgbt por el asesinato de una activista trans adentro de la UPJ de Puente Aranda. “Nos empezamos a mirar y luego él hizo lo posible por encontrarme en Facebook después de la marcha”, dice Shannon. Hoy van a todos lados juntos.

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