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ESPECIAL RIO MAGDALENA

la declaración de áreas de reserva (en especial ciénagas), junto con el establecimiento de periodos de veda para las principales especies, ambas dentro de un marco de gobernanza y de respeto a un manejo basado en derechos de los pescadores (como ya se ha consignado en la actualización de la Ley de Pesca que cursa en el Congreso). Afortunadamente la Autoridad de Acuicultura y Pesca (Aunap), 126 Pero aquello no es suficiente. con apoyo de organizaciones de la sociedad civil ha formulado la ‘Estrategia de ordenación pesquera para la cuenca Magdalena-Cauca’. Esta propuesta destaca la inclusión de componentes más allá de lo emi-nentemente pesquero y reconoce la necesidad de prevenir impactos ambientales. Por ello plantea la necesidad de coordinar acciones con sectores productivos como el minero, hidroeléctrico y agrope-cuario, y recomienda aumentar la inversión en ordenación pesquera y fortalecimiento de las comunidades. el sistema fluvial del Magdalena representa el 10 por ciento de la oferta hídrica del país. Es muy diciente que en el pro-grama de la veda del bagre rayado, el Estado invirtió este año solamente el 0,01 por ciento del valor de la pro-ducción anual de esta especie. Por eso hablamos de la histórica miopía de los administradores y de la poca estatura de los políticos y planifica-dores. Pero claro: ¿quién vela por los invisibles, por los pescadores? Bajo esta realidad, el país está frente a un reto: en lo ambiental tiene que ser más eficaz. Las insti-tuciones que manejan los recursos naturales deben fortalecer su nivel La producción pesquera ha disminuido a la mitad de lo que se capturaba hace 40 años ahora, pero ahora se estima que la degradación ambiental es la causante. técnico, y con apoyo de la inteli-gencia, la técnica y una estratégica gestión pública, ser verdaderamente pertinentes; los políticos tienen que entenderlo, sobre todo. Seamos sinceros, con contadas excepciones esto no ha sucedido en el pasado, y por ello los problemas ambientales nos agobian. Si no cam-biamos, revertir el estado de insoste-nibilidad de la pesca, o la disminu-ción de la oferta de agua tendría un costo tan alto para la sociedad que la haría inviable o, por lo menos, de muy difícil solución. Pero seamos optimistas. Aún estamos en un momento oportuno, pero creo que es el último para resolver con acierto la problemática que nos aqueja. Y como ya vimos, lo que está en juego no es solo la pesca, sino también el futuro ambiental de la principal cuenca del país. Hoy, los peces nativos compiten con especies invasoras, como las tilapias africanas y la basa asiática. foto: león darío peláez / archivo semana EL RÍO QUE SOMOS


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