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Nunca antes tantos miles de millones de personas en tantos rincones del mundo habían sentido tanto miedo. Es un miedo extraño. Hace tan solo unos meses se sentía el impulso imparable de la arrogancia del ser humano en su afán por dominar, controlar y explotar el planeta. Hoy, la humanidad está de rodillas, rogando por solidaridad y clamando unión y cooperación en todas las latitudes.
En un abrir y cerrar de ojos, la pandemia del covid-19 derrumbó nuestra sensación de invulnerabilidad, dejó en evidencia la orfandad de liderazgo y nos puso a pensar en lo que realmente importa: el sentido de la vida y nuestro futuro. El instinto de supervivencia y el miedo son, quizá, los dos sentimientos más fuertes del ser humano. Y súbitamente los dos llegaron a golpear a la puerta, se apoderaron de nosotros, y todo cambió.
A la manera del siglo XXI: en una especie de reality global casi apocalíptico, que conjuga los ingredientes y flagelos que aquejan a la sociedad posmoderna. Cada uno en su casa, haciendo zapping con el control de la televisión mientras observa impotente como el virus se acerca a su ciudad, a su barrio o a su hogar. O navegando las redes sociales en medio de olas de noticias falsas y textos brillantes sobre el desarrollo de la pandemia. Pero ante todo siendo testigos de como los políticos, la ciencia, las instituciones y la sociedad se ponen a prueba todos los días ante un nuevo y devastador enemigo.
En estos momentos, el liderazgo político se vuelve indispensable. Y qué vacío ha dejado. El populismo, al menos, quedó desnudado en su incompetencia. Donald Trump y Boris Johnson se han visto arrinconados por sus egos y contradicciones, y los dos han tenido que rectificar el rumbo luego de minimizar o politizar la pandemia. Ni que decir de Jair Bolsonaro en Brasil, que si no fuera por el confinamiento estaría medio país en las calles. A Italia y España los cogió la noche y viven momentos muy difíciles. Quizá Emmanuel Macron y Angela Merkel han sacado la cara por una democracia liberal que ya de por sí venía erosionada por la protesta social, la corrupción y la rabia en las redes sociales.
Mientras Europa y Estados Unidos toman medidas draconianas para contener el virus, Occidente mira cada vez más a Oriente. A Japón, Corea del Sur o Singapur, pero en especial observa a China, que hoy emerge en medio de la crisis como la primera potencia mundial. Todos los que hace unas semanas veían a los asiáticos como parias por riesgo al contagio, hoy los miran como un ejemplo para superar la agresividad del virus.
El ébola en África así como las epidemias del SARS y el H1N1 fueron los primeros preavisos. El mundo no se preparó para lo que se veía venir.
Foto: AFP.
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El mundo no será igual después de esta pandemia. Así como en el siglo pasado nada fue igual después de las dos guerras mundiales. Macron les dijo a los franceses que su país estaba en guerra contra un enemigo invisible, y Merkel, a sus compatriotas que Alemania enfrentaba su peor desafío desde la Segunda Guerra Mundial. En la primera desaparecieron los imperios, y luego de la segunda nació el multilateralismo que permitió una época de estabilidad y prosperidad, cuya arquitectura hoy tambalea. La gran pregunta es cuál mundo saldrá de esta guerra biológica contra el ‘enemigo de la humanidad’, según lo calificó el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Lo primero es que ahora más que nunca debemos tomar decisiones basados en la ciencia y la buena información. Hace unos meses, los populistas y los fanáticos menospreciaban a los científicos, y los manifestantes arengaban en las calles contra las instituciones. Hoy, la sociedad necesita que la ciencia la oriente, la política la lidere y las instituciones la protejan. Teníamos que caminar al filo del abismo para entender que 2.000 años de historia no pasan en vano y que el sentido de progreso que llevábamos nos estaba arrastrando a la destrucción. Muchas cosas se verán con un prisma distinto una vez pase la tempestad: la globalización, las grandes corporaciones, el cambio climático, la tecnología, el capitalismo, el autoritarismo y el populismo, entre tantos otros. La pregunta es si la humanidad asimilará el mensaje que envía la naturaleza. Porque el campanazo de la crisis financiera de 2008, que mostró las graves falencias del capitalismo, encontró oídos sordos en las clases dirigentes, a pesar del profundo impacto social que tuvo en la población más vulnerable.
Los Gobiernos tampoco tomaron las suficientes medidas luego de las epidemias del ébola, H1N1 y SARS hace pocos años, que ofrecieron una premonición de lo que venía. Pero pasó todo lo contrario. El Gobierno de Trump suprimió su oficina de pandemia en la Casa Blanca y le quitó recursos a la OMS en los últimos años. Y en una importante reunión sobre pandemias en Nueva York hace menos de un año, quedó claro que el mundo no estaba preparado para reaccionar. Hemos padecido con sangre la falta de previsión y coordinación.
Vienen momentos muy difíciles, y cada país tendrá que enfrentarlos con las lecciones de los demás. La gente está angustiada, los negocios en riesgo, los Gobiernos perplejos y nadie sabe a ciencia cierta qué va a pasar. El aislamiento es un buen momento para reflexionar sobre algunas lecciones que deja esta pandemia.
Hoy la sociedad necesita que la ciencia nos oriente, la política nos lidere y las instituciones nos protejan
1.
El capitalismo triunfó y no hay duda de que es el sistema más eficiente para generar riqueza. Ya no hay disputa entre capitalismo y comunismo, sino entre capitalismo liberal y capitalismo político, como ha señalado Branko Milanovic. El primero es el occidental, que manejan las grandes corporaciones, y el segundo es el chino, al que le gusta el mercado y la competencia, pero desde la mano férrea del Estado. Y los dos colapsan. No en su manera de conquistar mercados y acumular capital, sino en su capacidad de redistribuir la riqueza y relacionarse con el medioambiente. Ha sido un capitalismo desigual y depredador. Los economistas más relevantes vienen pidiendo hace ya un tiempo ajustes estructurales a un modelo de capitalismo occidental que ya hizo agua. Stiglitz, Krugman, Sachs, Piketty y varios más han insistido en redefinir el papel del Estado en la economía mediante nuevas reglas del juego e impuestos para reducir brechas y fortalecer el tejido social. La otra gran batalla es la lucha contra el cambio climático. La actual pandemia expresa en forma palpable y dramática una madre naturaleza que expresa todo su malestar. Actuar en ese frente toca fibras sensibles de ese capitalismo. El virus por ahora mandó a la lona a los mercados, la globalización y la interconexión.
2.
La tecnología ha logrado avances sorprendentes en casi todos los campos, en particular a la hora de conectarnos y comunicarnos. Pero en varios casos sus impactos éticos, económicos y sociales plantean serios interrogantes. Ha crecido la desigualdad tecnológica entre países, las grandes plataformas se han convertido en una competencia desleal en los mercados locales, la robotización afecta el empleo, la posverdad y las pasiones se tomaron las redes, y todavía no hay un consenso ético sobre como manejará la humanidad los riesgos de la inteligencia artificial. Este último es uno de los grandes desafíos para la cooperación internacional si no queremos gestar una pandemia tecnológica en el futuro.
3.
Ante el creciente ascenso de los populismos y los extremismos, el protagonismo de la ciencia y la academia ha pasado a un segundo plano en la agenda pública mundial. La política se había alejado de la ciencia, mientras que el sector privado la orientaba y financiaba según sus legítimos intereses, pero no necesariamente con un criterio de bien público. Esta pandemia debería volver a poner a la ciencia en el centro de las decisiones políticas en materia de salud pública.
4.
Los políticos son los grandes derrotados en esta crisis. Una combinación de falta de liderazgo, miopía y debilidad encarnada en populistas, caudillos y palabreros en todas las latitudes se han visto incapaces ante la adversidad. Estadistas, pocos. Bolsonaro dijo que el coronavirus era una histeria colectiva (después salió con tapabocas). Y Andrés Manuel López Obrador (Amlo), al mejor estilo de un líder de secta religiosa, salió a decir que solo Dios nos podía salvar. Y Estados Unidos, siempre un referente en momentos difíciles, parece más un país en desarrollo que la potencia que es. Como escribió Yuval Harari en Time: “La confianza en el Gobierno de Trump se ha erosionado tanto que muy pocos países estarían dispuestos a seguirlo. ¿Seguirían a un líder cuya consigna es yo primero?”.
Seguramente, esta pandemia sacudirá el tablero político, impondrá una nueva agenda para el siglo XXI y hará surgir nuevos liderazgos para una nueva era.
5.
Si algo ha servido para mitigar la sensación de miedo e impotencia es el poder de la solidaridad. Del ritmo frenético y alienante que exige la competitividad del mundo globalizado pasamos a ver en tiempo real las manifestaciones más admirables de la condición humana. El individualismo de ayer es hoy el mejor aliado de la pandemia. La geopolítica pasó de guerras comerciales y pulsos de poder a hacer un frente común. Los Gobiernos que se mostraban los dientes ahora cooperan y trazan estrategias coordinadas. Las empresas, no importa donde se encuentren, se han dedicado a compartir fórmulas para enfrentar la crisis. Y los ciudadanos, en un acto de humildad y humanidad reconfortante, ahora piensan en el prójimo. La empatía, ese noble gesto de ponerse en los zapatos del otro, emerge como una de las grandes lecciones y ojalá perdure. Capítulo aparte merece la comunidad médica sin cuyo valor, dedicación y entrega nos dejaría totalmente desprotegidos. Un ejército de batas blancas en todos los rincones del planeta es hoy la punta de lanza de la humanidad para combatir este flagelo. Ese nuevo ímpetu solidario nos ha hecho pensar también en los más vulnerables, en especial en los adultos mayores, quienes necesitan más que nunca el acompañamiento y protección de toda la sociedad.
Todo lo que está pasando le va a permitir al ser humano mirarse en el espejo de sus propias virtudes y limitaciones. Las cosas como venían hacían inviable cualquier futuro para las próximas generaciones. El aislamiento que vive el mundo también ha ofrecido un paréntesis filosófico y existencial para hacer las preguntas que llevamos mucho tiempo pendientes y que nos enfrenta a nuevas realidades. Solo en los momentos de adversidad aparece la verdadera grandeza. Y la resiliencia de Colombia nos dará el talante y la fortaleza para superar también esta crisis.