El pasado 31 de diciembre, millones de personas escribieron su lista de deseos. En la de Juliana López estaban incluidos algunos de los momentos más felices en la vida de un ser humano: el grado del colegio, la excursión, la fiesta de despedida, la entrada a la universidad. Esa noche, el nuevo año se vislumbraba increíble. Pero la pandemia cayó sin aviso previo como un rayo que eclipsó todo y dejó cualquier plan en la incertidumbre.
Hace unos días, su papá le entregó el diploma de bachiller en la sala de su casa. Hasta último minuto, Juliana guardó la ilusión de poder graduarse con los amigos con los que había compartido más de 13 años. Propusieron ceremonia presencial de a cinco alumnos. Al final todo se hizo por zoom. “El grado para mí era irreemplazable. Me faltó despedirme de mi colegio, darle un abrazo a mis profesores y amigas... igual fue lindo”, cuenta. Lo que viene no pinta distinto. Entrará a estudiar economía, pero solamente en clases virtuales. Esa ansiedad del primer día, andar por los pasillos de la U, conocer nuevas personas, también se esfumó.
Millones de jóvenes en Colombia han vivido cambios así de abruptos. El coronavirus sacudió a todos a su manera, pero en los menores de 25 años la cuarentena ha generado dolores inolvidables y una sensación de vacío y soledad que nadie podrá reparar. Los recuerdos de juventud suelen ser todo lo opuesto a lo que es la pandemia: fiestas, amigos, salidas, estudio en grupo, viajar, enamorarse, formar un hogar. Y un elemento esencial a todo eso: estar con otros.
“Para mí el grado del colegio era irremplazable, pero me tocó graduarme por Zoom”.
Foto: Juan Carlos Sierra
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La revista Time los llamó en una de sus más recientes portadas la Generación Pandemia. Según recuerdan, muchos de los momentos cruciales suelen terminar con un quiebre: la muerte, el divorcio, el despido de un trabajo. De todo lo que sucede a lo largo de los años, hay muy pocas cosas que terminan realmente con un comienzo: la graduación de la universidad o del colegio es quizás la mejor de ellas.
Hace unos días, el presidente Duque acompañó los grados de más de 12.700 bachilleres de colegios calendario B con unas palabras. “La clase de 2020, los graduandos, son la generación de la resiliencia, la que enfrentó esta gran adversidad”, dijo el primer mandatario. La verdad es que aún no se puede determinar cuán grande es esa adversidad que tendrán que enfrentar las nuevas generaciones. SEMANA habló con un grupo de jóvenes sobre lo que viven y sienten en estos tiempos de pandemia.
“No sé si pueda pagar o valorizar mi maestría con un mercado laboral tan malo”.
Foto: Juan Carlos Sierra
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La cara más visible del drama que viven ha sido reflejada en una cifra. Las universidades calculan que la matrícula caerá más del 30 por ciento para el próximo semestre. Eso es mucho más que una simple estadística. De acuerdo con el último reporte anual del Sistema Nacional de Información de la Educación Superior (Snies), había 2,4 millones de estudiantes matriculados. Esto significa que 800.000 jóvenes estarán varados, encerrados en sus casas, sin estudiar y posiblemente sin conseguir trabajo.
Muchos factores suman para esa desbandada. Laura Ayala, por ejemplo, suspendió sus estudios de comunicación social en la Universidad Javeriana. Tiene 21 años y le quedan dos semestres. Pero, por el coronavirus, el almacén del que vivía su familia tuvo que cerrar. Los ingresos se desplomaron y pagar la matrícula de 12 millones de ella, más la de su hermano, es imposible para su mamá. A eso se suma, que la educación por zoom, tampoco tuvo sentido. “Sé que no es culpa de la universidad, pero siento que el semestre no valió lo que pagué”, cuenta. Las clases de televisión que antes veía en el Centro Ático, un lugar con equipos de punta, las tuvo que hacer desde el computador de su casa. “A mí no me afana el tiempo, no me preocupa graduarme rápido, lo que me importa es la calidad”, aclara.
En otras carreras, en las que es clave estar presente, se siente aún más la desazón. “Yo creo que fue uno de los semestres más duros de mi vida”, cuenta una estudiante de octavo semestre de Medicina. “Vi otorrino, oftalmo, anestesiología y ortopedia desde mi casa, solo a punta de teoría. Fue terrible. Todo ese tiempo en salas de cirugía nos los perdimos”, agrega. En agosto tenía planes de irse a Nueva York para hacer la primera parte del examen para obtener la licencia médica en Estados Unidos. Pero ahora que no pudo irse, inscribirá solo un cuarto de matrícula en clases teóricas. A esta joven de 23 años, sin embargo, el coronavirus le ha renovado su vocación. “Ser estudiante de medicina en plena pandemia es un privilegio. Se ha vuelto a enaltecer el rol del médico en la sociedad”, concluye.
“El almacén de mi familia tuvo que cerrar y es imposible pagar el otro semestre”.
Foto: Guillermo Torres Reina
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Representantes de varias universidades enviaron una carta al presidente Duque en la que le piden un salvavidas para evitar la deserción. El Gobierno ya tomó medidas. Creó una línea de crédito con Findeter de 200.000 millones de pesos para apoyar financieramente a las instituciones y un fondo Solidario para la Educación que será administrado por el Icetex. Estudiantes de estratos 1 y 2 recibirán apoyo para financiar un porcentaje de sus matrículas en universidades públicas. Las universidades han puesto lo suyo. En la de Cundinamarca y la de Córdoba, por ejemplo, el semestre será gratis para los estudiantes antiguos. La del Valle y la Antioquia financiarán a sus estudiantes, dependiendo el estrato, también con hasta el 100 por ciento del valor de la matrícula. Los Andes, El Externado y la Javeriana tendrán descuentos del 15 al 70 por ciento y el Rosario anunció que frenará sus proyectos de infraestructura para darle la mano a quienes lo necesitan. “No vamos a construir edificios físicos en los siguientes años, pero estamos construyendo un megaedificio de solidaridad”, explicó su rector, Alejandro Cheyne.
Esos esfuerzos apenas menguarán los impactos de la crisis en estas generaciones. En un artículo de The Washington Post, el economista Gray Kimbrough, de la American University, explicó que los millennials de ese país podrían ser una de las generaciones más golpeadas de la historia: vivieron los ataques a las Torres Gemelas en 2001 y entraron a un mercado laboral afectado por una crisis que se dio durante la misma época. Más adelante, mientras luchaban por conseguir trabajo, los atacó la Gran Recesión. Y ahora, cuando ni siquiera han logrado recuperarse del todo de esta última, llegó el coronavirus.
Antes de la crisis de la pandemia, la situación económica de los millennials ya era difícil. Salían a un panorama laboral bastante competitivo en donde les pedían títulos académicos, varios idiomas, experiencia, para comenzar con salarios apenas un poco por encima del mínimo. Diferentes estudios habían mostrado que duraban muchos más años que sus padres en tener una casa propia, y algunos ni siquiera vislumbran la posibilidad de lograr en décadas este sueño.
El coronavirus empeoró eso aún más. El Fondo Monetario Internacional (FMI) ya advirtió que la pandemia dejará a su paso la peor recesión global desde 1929. Las proyecciones del FMI señalan una contracción del 4,9 por ciento en la economía mundial y del 9,4 en América Latina, epicentro actual de la covid-19. En Colombia, el Ministerio de Hacienda apunta a que esta cifra será 5,5 por ciento. En cuanto al desempleo, el panorama también es desalentador. Según el último reporte del Dane, solo en mayo la tasa de desocupación en el país fue de 21,4 por ciento, 10,9 puntos más frente al mismo mes de 2019. Esto significa que casi 5 millones de colombianos perdieron sus empleos en mayo, la cifra más alta en la historia de Colombia. Para los jóvenes, el escenario es aún peor pues la tasa de desempleo para ellos llegó al 26,6 por ciento, un aumento de 8,5 puntos frente al mismo periodo de 2019.
“Todos nos decían que once era el mejor año, pero nos tocó encerrados en la casa”.
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Tener un cartón en la mano se volvió una angustia. La nómina en la mayoría de empresas está congelada o incluso se está recortando. Por eso, quienes tienen el desafío de encontrar ahora su primer empleo saben que tendrán que esperar, y que puede que esa espera sea larga.
Todos los puestos hoy penden de un hilo, incluso las prácticas profesionales. Carlos Mario Estrada, director del Servicio Nacional de Aprendizaje (Sena), anunció en medio de un debate del Senado que a 35.000 de sus estudiantes les suspendieron el contrato por la crisis. Asimismo explicó que de los 130.000 contratos de aprendizaje que tenían desde antes del coronavirus, solo cerca de 30.000 han logrado terminar su periodo en las empresas. Varias compañías han optado por no contratar practicantes el próximo semestre, lo cual dejó en el limbo a quienes están terminando carrera.
A Viviana Ruiz le suspendieron el contrato por la pandemia. Estaba haciendo sus prácticas en encuadernación de documentos impresos, el técnico que estudió en el Sena. Desde el 19 de marzo la mandaron para la casa y le pagaron, sin trabajar, durante casi un mes más. Pero para la empresa fue imposible seguir y les suspendieron el contrato hasta el 15 de julio. Su sueño era graduarse como tecnóloga para darles un mejor futuro a sus hijas de 4 y 7 años. Pero ahora que se quedó sin trabajo, igual que su esposo, tuvo que recurrir a su máquina de coser para tener algo de ingresos. “Fue muy duro parar. Yo estaba feliz estudiando y aprendiendo cosas nuevas, pero en el Sena ya nos dijeron que no nos vamos a graduar este año. Yo ya quería tener un trabajo fijo con prestaciones para poder sacar adelante a mis hijas pero ahora me tocó volver a coser sábanas, cortinas y cubrelechos, como antes, y gracias a eso hemos podido sobrevivir”, cuenta.
En la pandemia, ese miedo a perder el puesto es paralizante, incluso entre quienes lo tienen. David Mayorga, de 29 años, está que desempaca las maletas de lo que era su sueño. Su plan era empezar en agosto su maestría en Derecho, conocida como LL.M. Se presentó a las mejores universidades de Estados Unidos y consiguió una beca en Cornell University, una de las más prestigiosas de Nueva York, en donde una maestría puede rondar los 100.000 dólares, unos 370 millones de pesos. Iba a renunciar a la firma de abogados donde trabaja, pero ya no sabe nada. Los vuelos están cancelados, mínimo hasta el 1 de septiembre, y la idea de endeudarse para tener unas clases por internet no le suena. Mucho menos ahora que el dólar está disparado. Además, renunciar al trabajo estable que tiene ahora le angustia pues sabe que en 2021 -cuando vuelva- puede quedarse sin nada. “Tengo miedo porque no sé cómo vayan a estar las cosas cuando termine la maestría, la economía puede tardar mucho en recuperarse y ante un mercado laboral malo con pésimos sueldos no valorizaría mi maestría ni tendría plata para pagar el crédito”.
“Trabajaba por Colombia desde Indonesia, pero me tocó volver en un vuelo humanitario”
Foto: Guillermo Torres Reina
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Pero no solamente es el trabajo o el estudio. A muchos, el coronavirus simplemente les interrumpió la vida en todas sus facetas. Angie González, de 23 años, cuenta que este año ha vivido una montaña de emociones. En enero nació su hija y al mes y medio llegó la pandemia. Es tecnóloga en mantenimiento de equipos de cómputo pero al no lograr conseguir un trabajo en eso, empezó a trabajar en un call center donde lleva ya tres años. Había ahorrado para poder entrar a estudiar administración de empresas en la noche y para conocer San Andrés. Pero la llegada de su bebé y del coronavirus paralizó todo. En este momento es cuando más necesita el trabajo, pero como ahora se hace desde la casa, todo se complica pues no se puede desconectar del teléfono. “Lo ideal es que no haya ruido en la llamada y yo no puedo descuidar a la bebé. Aunque mi hermanito me ayuda, tengo que estar pendiente de ella todo el tiempo”, cuenta. La sede del call center ahora es el cuarto, lleno de muñecos, de la pequeña Sofía.
Viajar se volvió un imposible. Y mucho más si es lejos. Nicolás Espitia, un estudiante de Administración de Empresas de 25 años, se había mudado en enero a Yakarta, Indonesia, para hacer sus prácticas con Procolombia. Era una oportunidad única: trabajar y conocer el fascinante Sudeste Asiático. “Soñaba con ver orangutanes en Sumatra, conocer los dragones de Komodo, nadar con mantarrayas, pero todo quedó suspendido”. No solo no pudo cumplir la mayoría de sus planes, sino que tuvo que volver en medio de una odisea en un vuelo humanitario que le costó a su familia más de 15 millones. Nicolás Manrique, de 18 años, que pensaba estar ya en Alemania, donde la universidad es pública y casi gratuita, se quedó en la casa para lo que resta del año. Ahora, está dedicado a hacer cursos en línea de emprendimiento. Fue imposible hacer los exámenes de admisión y trámites de visa, y aunque espera poder irse en enero, la incertidumbre nubla el panorama. “Mi mayor miedo es no poder cumplir mis propósitos. Esto ha limitado mucho todos nuestros planes, no quiero frenar mi vida”, dice.
Otros están encerrados en medio del año escolar más esperado de todos. “Apenas la gente se entera de que uno está en 11 todo el mundo dice: ¡uy! es el último año, aprovecha, disfruta con tus amigos, haz todo lo que puedas... pero llegó esto y nos frenó en seco”, cuenta Sofía Gil, una estudiante de once en el colegio distrital Nueva Delhi de Bogotá. Para ella y sus amigos llegar a once era uno de los momentos más emocionantes del colegio. Desde noveno estaban diseñando y planeando la chaqueta, esa prenda con la que todo el colegio los reconoce como los ‘grandes’. Pero justo el día que se las iban a entregar decretaron cuarentena obligatoria en el país. También tenían varios planes para todo el año, incluida la tradicional despedida que les hacen los de décimo. Y ni hablar del grado en diciembre, el día que esperaban darse el último gran abrazo con los amigos de toda la vida, porque todo parece indicar que tendrán que graduarse por ventanilla.
Si el presente se interrumpió, el futuro se frenó. José Manuel Riveros, de 18 años, vivió una enorme desazón. Aunque estudia Diseño, su vida es la Liga de Voleibol de Bogotá. Este año sus esfuerzos estaban enfocados a los Juegos Nacionales, pero todos los eventos deportivos quedaron congelados. No solo no podrá competir, sino que tampoco puede entrenar. Todos los días se conecta de seis a siete de la noche con su preparador físico en el computador. “Ha sido duro. Nada se compara con la experiencia de jugar de verdad, sentir esa energía que siento en la cancha, esa emoción de cada juego. Además, mis compañeros de equipo son como mi familia y los extraño mucho”, cuenta.
“Ya habíamos repartido invitaciones y hasta nos habían hecho despedidas de solteros”.
Foto: Guillermo Torres Reina
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Y hasta las lunas de miel quedaron en el aire. Lina y Manuel iban a dar el gran paso en 2020, después de vivir tres años juntos. La boda era el 17 de abril. Pero un mes antes, la pandemia les dejó claro que este plan no era realizable. “Ya habíamos repartido invitaciones, comprado el trago para la fiesta, programado las fotos preboda, el viaje de recién casados... todo. Incluso tuvimos despedidas de solteros”. Decidieron aplazarlo para agosto pensando que cinco meses después todo volvería a la normalidad, pero como van las cosas parece que será en 2021.
El confinamiento de un ser humano es quizás lo más antagónico que hay a la mejor de las sensaciones: la libertad. Pero en los jóvenes, es en cierto modo una contra esencia. Lo advirtió hace poco el rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria. “Encerrar a un joven más de 100 días, con arengas altruistas y amenazas legales, es ilusorio”, trinó el académico. Con la fiesta, los viajes, los planes y hasta el sexo interrumpido, los jóvenes han comenzado a perder el miedo y han comenzado a salir. Esto incluso se evidencia en las cifras pues el rango de edad entre los 20 y 29 años es el segundo con más contagios en el país —con cerca de 20.000 casos reportados—.
Algunos especialistas han advertido que este confinamiento podría tener graves consecuencias en la salud mental de toda la población, pero en particular en ellos. “Los efectos en esta generación pueden ser los más severos. La adolescencia y juventud tienen varios ejes importantes, especialmente dos: esa búsqueda de autonomía e independencia pues quieren desprenderse de las figuras adultas, y el mundo social: relaciones sociales, amigos, relaciones sentimentales, actividades deportivas, etc. ¿Y qué está pasando? Que la pandemia les frenó en seco las dos cosas”, le explicó a SEMANA Diana Zuleta, psicóloga clínica especializada en niños y jóvenes.
La doctora Zuleta explica que la pandemia puso en riesgo incluso sus relaciones sentimentales, pues esos amores de juventud están sufriendo o el excesivo distanciamiento o la excesiva cercanía. Incluso considera que aunque hoy en día los jóvenes extrañan en general a todas sus amistades, las relaciones sentimentales son las que primero quieren retomar. “Creo que ver al novio o a la novia fue la primera trampa que empezaron a hacer desde rato los jóvenes, la primera violación de la cuarentena”, dice la psicóloga.
Sin duda, hay generaciones que la han pasado mucho peor. “A nuestros abuelos les pidieron ir a la guerra y a nosotros tan solo estar en casa”, decía uno de los mensajes más virales en Europa al inicio de la cuarentena. Quizás por esa misma razón, el hecho de que estar en casa suene tan llevadero, es que el sentimiento de esta generación aún es un drama invisible.
Juliana López, de 18 años, se perdió los momentos más importantes de su último año de colegio por la pandemia. Su grado de bachiller fue por Zoom. No pudo darse un abrazo con sus amigas y ahora su primer semestre también será tras una pantalla.
Laura Ayala, de 21 años, está a punto de terminar su carrera, pero no podrá seguir. Con el negocio de su mamá cerrado, no hay quién consiga los 24 millones que vale el semestre de ella y de su hermano. Busca trabajo en un call center.
Viviana Ruiz es estudiante del SENA y estaba haciendo sus prácticas en encuadernación. Por la pandemia la empresa dejó de recibir ingresos y tuvo que suspenderle el contrato. Mientras retoma, volvió a su máquina de coser para sacar adelante a su familia.
David Mayorga, de 29 años, se ganó una beca en para hacer un L.LM en el exterior. Pero ahora aplazó todo. No quiere endeudarse para estar encerrado y además le da mucho miedo no encontrar trabajo cuando vuelva.
Sofía Gil, de 16 años, pasó el año más esperado de su colegio en medio de la pandemia. Los momentos más importantes quedaron solo en palabras. Como portar su chaqueta, esa que llevaban diseñando desde noveno pero el día que se las iban a entregar decretaron cuarentena.
Angie González, de 23 años, vive una montaña rusa de emociones por estos meses. Su hija Sofía nació en enero dos meses antes de la llegada de la pandemia. Ahora trabaja en un call center desde su casa mientras sus familiares le ayudan con la bebé.
Nicolás Espitia, de 26 años, estaba haciendo sus prácticas en Yakarta. La mayoría del tiempo se la pasó encerrado viendo pasar ante sus ojos los sueños y viajes que había planeado. La mayor aventura fue poder volver.
José Manuel Riveros, de 18 años, es un deportista de alto rendimiento de la Liga de Voleibol de Bogotá. La pandemia canceló todos sus esfuerzos. Su mayor miedo es que al perder un año clave, no pueda volver a jugar.
Lina y Manuel, de 31 y 34 años, se iban a casar en abril. Tenían todo listo pero un mes antes llegó la pandemia. Sus planes quedaron suspendidos y es la hora en la que todavía no tienen certeza del día de la boda.
Nicolás Manrique, de 18 años, siempre había querido estudiar en Alemania pero con la llegada de la pandemia sus planes se vinieron abajo. Se graduó del colegio y no pudo hacer los exámenes de aplicación ni los trámites de visa para cumplir su propósito.