deslice
Alrededor de 14.000 niños fueron reclutados por grupos armados en Colombia en los últimos 20 años, según la Oficina del Alto Comisionado para la Paz. El Bienestar Familiar ha atendido, desde 1999, alrededor de 6.800 que se pudieron escapar o que fueron recuperados de la guerra de alguna manera. Violaciones, masacres, trastornos psicológicos, maltratos: los horrores que vivieron están relatados en decenas de sentencias judiciales. Estos son algunos de sus testimonios.
María
María comenzó a ser acosada en 2016 en un municipio del Bajo Cauca por un miembro de los Caparrapos, que la esperaba a las afueras del colegio. "Me dicen que no puedo decirle nada a nadie. Me dicen que me pueden matar toda mi familia, a mi papá, a todos, a mis hermanos". Finalmente, fue llevada a la fuerza ante alias Mariano, un jefe de la estructura, quien abusó de ella. (Entre lágrimas) "Se acostó conmigo. Yo no iba casi al colegio, me daba miedo. Perdía demasiada clase. No me dejaba ver de ellos. Ya querían que yo viviera en un bar, cosas así, ya acostándome con el uno y el otro. Me iban a llevar con mi hermana. Yo ese mismo día vimos la oportunidad y nos vinimos para acá y llamamos a mi papá. Hay muchos cuentos de niñas que los Caparrapos se llevan a Piamonte, y nunca vuelven”.
Mireya
Como me fajé desde el principio, no se notaba nada y creo que el bebé fue creciendo por allá escondido. Yo lo quería tener, era imposible pensar en matarlo, porque pese a que no estaba segura si era de mi compañero, un guerrillero que ya llevaba dos años en ese grupo, o del jefe de la cuadrilla, con el que me tocó estar desde que llegué, yo no era capaz de hacerle nada.
Llegó el domingo y nos tocó ir a la quebrada a lavar ropa y a bañarnos. Yo me quité todo y me hice bien lejos para que no vieran, porque se me alcanzaba a notar una barriguita, pero mi amiga me vio y me preguntó que por qué estaba buchona. Yo decidí contarle, pero le hice jurar que no dijera nada.
Me faltaba una semana para cumplir los ocho meses de embarazo. Como ya no se podía con sonda, me abrieron el estómago y me sacaron el niño. Era un niño. Antes de abrirme, me hicieron tomar unas pastillas para matarlo.
“Vivía en Puerto Escondido, Córdoba. Vivía con mi mama de crianza y mi papá de crianza. De ahí ellos me entregaron donde un padrino que me maltrataba mucho, me daba palo, me daba golpes, trompadas y me echaba como un perro de su casa. Yo le decía que cuando estuviera grande me iba a ir de su casa, y él me decía, lárguese o búsquese quien lo mate por ahí. Cuando tenía trece años llegaron unos hombres a Puerto Escondido, reclutando personas y eso fue un 10 de mayo. Yo me acerque a ellos y ellos me dijeron ¿usted quiere trabajar? Y yo les dije que sí, si es un trabajo bueno. (…) Me llevaron (…) el entrenamiento es muy fuerte. Cuando empecé a los 15 días me echaron para el monte.
La última pelea la tuve en el cerro de Bojayá, nos emboscaron y mis compañeros me dejaron y en estos momentos estoy vivo gracia a Dios. Me pegaron siete tiros, tengo varillas en las piernas, platina, tornillos. No puedo hacer nada, de ahí me sacaron y me mandaron a Río Sucio. yo duré ocho días perdido en el monte, abaleado, herido, ya tenía gusanos en la pierna, la costilla, la cabeza, y gracias Dios que estoy vivo”.
“Amí siempre me han dado mucho miedo los muertos, y cuando me mandaban a cargar muertos yo cogía heridos. (...). Cuando llega la noche y voy a prestar guardia presiento que alguien se me va a aparecer como si lo estuviera viendo (...). Yo entré bien, no tenía ninguna enfermedad y de allá salí con esquizofrenia, trastorno mental y estoy en tratamiento en el hospital mental. Me recomendaron tratamiento de por vida (...). Mi peor recuerdo durante el Elmer Cárdenas son los compañeros muertos en combate. Ahora vivo con un hermano en Medellín, cada tres meses voy a controles con el psiquiatra. Estoy estudiando, pero no he avanzado mucho. Solo he avanzado hasta 3 años porque es un caso especial, porque tengo problemas de aprendizaje. Es complicado para mí conseguir trabajo. Mi familia estaba en Mutatá y yo vivía con ellos (…). A ellos les dio muy duro. Con la plata que ganaba les ayudaba. Cuando salía de permiso, ellos me decían que no volviera allá, pero la situación económica no lo permitía”.
“Ingresé al Bloque Elmer Cárdenas a la edad de quince años. Fui reclutado por un señor ‘El Burro’ en el municipio de Turbo. (...) Un año después fui víctima de una mina antipersonal, la cual la pisé en El Limón, en Truandó, jurisdicción de Riosucio, Chocó. Duraron cuatro días cargándome para sacarme a Riosucio. Allí me canalizaron y me trasportaron a Necoclí.
El médico dijo que si yo vivía tenía padrinos en el cielo porque mi estado estaba muy mal. En octubre me tomaron medidas, caminé. En diciembre, el treinta de diciembre se me partió la prótesis (...). En enero fui, me pusieron otra. De ahí para acá la vida me dio un vuelco. Ser víctima de mina anti persona a la edad de 16 años (...) ha causado que haya sido operado más o menos 10 veces, porque el hueso me seguía creciendo y cada cirugía es un cambio de prótesis. (...) me desmovilicé (...).
“Yo fui reclutada en agosto del 2002 en Boyacá, tenía 16 años, había terminado la primaria, estaba trabajando en una tienda de abarrotes. Yo no conocía los paramilitares, pero por noticias los conocí y les tenía miedo. En esa zona no había habido ni guerrilla ni paramilitares. Una noche estaba con mi hermanita menor, y llegaron 3 o 4 paramilitares, nos interrogaron y dijeron que porque no íbamos a donde el comandante, pero nosotras les dijimos que no. Pero los hombres nos dijeron que él quería vernos (...). Cuando íbamos saliendo de la casa, llegó mi mamá y preguntó que porque nos iban a llevar y ellos respondieron que era una orden.
Entonces llegamos donde el comandante, nos lo presentaron, me quedé sola con él, se quedó viéndome y me dijo que yo iba a ser su escolta personal y también su compañera. Esa misma noche me tocó dormir con él, me obligó a tener relaciones sexuales con él, [larga pausa]. Yo con miedo, porque les tenía mucho miedo, [largo silencio]. Yo le pedí que usara preservativos, el aceptó (...).
De ahí al día siguiente [nos] llevaron para Cundinamarca, nos empezaron a enseñar tácticas de combate, y nos pusieron a prestar guardia, a lavar los camuflados de los comandantes, a ranchar.
En octubre del 2003, estando en el Chocó yo salí en embarazo y entonces con tres meses de gestación me dio una infección intestinal y me puse muy mal. El comandante me sacó para Rio Sucio. Después que nació el bebé me fui a visitarlo y lo encontré con una patrullera. El comandante me pegó, me patío, intentó matarme, sacó la pistola, pero se arrepintió de pronto porque estaba el bebé. Me fui para el pueblo. Al día siguiente el comandante mandó dos escoltas para que me quitaran el bebé y me mandó echar del pueblo. Por el temor no pude hacer nada”.
Corte Constitucional
Al cumplir los 13 años, la mayoría de los niños reclutas han sido entrenados en el uso de armas automáticas, granadas, morteros y explosivos. En las fuerzas guerrilleras, los niños aprenden a ensamblar y lanzar bombas con cilindros de gas. Tanto con la guerrilla como con los paramilitares, los niños estudian el ensamblaje de minas quiebrapatas y aplican sus conocimientos sembrando campos mortales. Es habitual que su primera experiencia de combate se produzca poco después. La Defensoría precisa que ‘el 74% tiene 4 meses o menos de entrenamiento’, y que ‘el 35% de los entrevistados manifestó haberse sentido obligado a realizar actividades que no deseaba’, las cuales incluían el entrenamiento militar, combatir y matar, sepultar compañeros, minar carreteras, marchar día y noche, caminar enfermos, cuidar secuestrados, hacer retenes, tomar pueblos, hacer guardia, inducir abortos, colocarse dispositivos para prevenir embarazos o desempeñar otros oficios varios. También se señala con especial énfasis la situación de las niñas combatientes colombianas, a quienes se destina para la compañía de los mandos irregulares, hasta el punto de que las niñas de hasta 12 años de edad tienen que utilizar anticonceptivo y abortar si quedan embarazadas.