Con niveles de homicidios que rivalizan con Buenaventura, indígenas desplazados en condiciones infrahumanas y niños amenazados por el fantasma del reclutamiento, la capital del Chocó es una bomba que estalló hace tiempo.
Casi todas las miradas que se han dirigido hacia el Pacífico en el último tiempo se han concentrado en Buenaventura por la ola de violencia que padece, pero pocos saben que en Quibdó la situación es igual o más grave.
Mientras el principal puerto de la región se ha hecho tristemente célebre con las llamadas ‘casas de pique’, en la capital chocoana los homicidios crecen a un ritmo inatajable que, al compararse con Buenaventura y su número de habitantes, es proporcionalmente mayor.
“Esta es una pequeña Buenaventura sólo que aquí no tenemos descuartizamientos”, explica monseñor Juan Carlos Barreto, el obispo de la Diócesis de Quibdó.
Acostumbrados a vivir con la pobreza y el abandono desde hace décadas sin que el gobierno nacional haga algo, ahora sí los quibdoceños se sienten desesperados. Con el desplazamiento del eje del conflicto armado y el narcotráfico al Pacífico en años recientes, la situación se agudizó de tal manera que la ONU, la Defensoría del Pueblo y la Iglesia Católica prendieron las alarmas por la crisis humanitaria del departamento, especialmente en su capital.
RECLUTAMIENTO FORZADO
Los grupos pos-paramilitares, especialmente Los Rastrojos, tienen el control de la zona, y utilizan a los menores como informantes o para transportar droga y empuñar un arma.
Investigación periodística: María Clara Calle
Diseño y montaje web: Carlos Arango (periodista de contenidos multimedia e interactivos)
Video: Alex Guerrero