La iglesia es la única porción de tierra firme de Nueva Venecia. Al frente fueron arrojados los 39 cadáveres de la masacre. (Foto: Tadeo Martínez/SEMANA)
MASACRES
La masacre que nadie olvidará
La colombiana ha sido una guerra de masacres y desplazamiento. El pueblo flotante de Nueva Venecia sufrió en 2001 una de las más terribles matanzas y huyó en masa. Aunque no ha recibido reparación, se repuso y retornó.
Los niños que nacieron el año de la masacre solo saben lo que sus padres les han contado de manera esporádica y fragmentaria. Que en la madrugada del 22 de noviembre de 2000 llegaron unos hombres armados y mataron a mucha gente, que estos vestían uniformes del Ejército, que llegaron en seis lanchas, que sacaron a la gente de sus casas y las reunieron en la iglesia donde asesinaron a 11 personas, que robaron en las tiendas llevándose los víveres, que despojaron a las personas de su dinero y sus joyas, que insultaban, que gritaban, que hacían tiros al aire, que decían malas palabras, que destruyeron al pueblo y que acabaron con la apacible vida que llevaban en medio de la Ciénaga Grande del Magdalena. Que la mayoría de los habitantes se fue, pero poco a poco regresó porque solo sabía pescar.
Fueron unas pocas horas, entre las 2:30 y las 6:00 de la mañana, cuando 60 paramilitares del Bloque Norte, comandados por Tomás Freyle Guillén alias Esteban, irrumpieron en Nueva Venecia por el lado del caño Clarín haciendo tiros al aire, desembarcaron en las casas, rompieron las puertas, y preguntaban con lista en mano por algunos habitantes del pueblo, a quienes obligaron a ponerse boca abajo en el único pedazo de tierra firme que había: frente a la iglesia. Allí, Esteban les disparó uno a uno. Luego su subalterno, alias Giovanni, caminó sobre sus cuerpos disparando ráfagas. Y Esteban los remató con tiros de gracia.
En total mataron a 39 personas en el caserío. Pero en su recorrido por el caño Clarín asesinaron a los pescadores que encontraban. Los degollaban para no hacer ruido y los arrojaban al agua. Y lo mismo hicieron en su retirada por la ciénaga de La Aguja. Un informe de la Policía judicial dice que en total mataron a más de 70 personas. Durante días, las familias buscaron a los desaparecidos y encontraron los cuerpos enredados en las raíces de los mangles y las orillas de las playas de la Ciénaga Grande.
Casi todos los pobladores huyeron, desplazados por el terror. Pero la mayoría regresó poco a poco, pues solo sabe vivir de la pesca y en sus viviendas lacustres, y no se habituaron a la vida en los pueblos y ciudades en los que se refugiaron. Rocío Garizabalo era la rectora del colegio cuando la masacre sucedió y hoy sigue siéndolo. Vivía al lado de la iglesia y logró huir. Regresó en enero de 2001 porque era el mes de las matrículas. “Fue duro, muchos niños no volvieron, disminuyó la matrícula. Luego, la mayoría regresó. Pero en total 11 niños de la escuela perdieron a sus padres”.
“Esta es una historia de la que nadie quiere hablar 12 años después, y todavía sigue doliendo”
Es una historia de la que nadie quiere hablar 12 años después, sigue doliendo. Durante años, el ruido de los Johnson fuera de borda les producía pánico, el más mínimo estallido revivía el miedo que sintieron esa madrugada y los niños no podían ver a un policía o a un soldado porque se espantaban de miedo. Los paramilitares portaban prendas privativas de las Fuerzas Militares.
La primera casa a la que llegaron fue a la de Roque Jacinto Parejo Esquea, un próspero comerciante, a quien asesinaron delante de su esposa Aidé Ortega, su hija y sus nietas. Su hijo Dimas alcanzó a desclavar una tabla del baño y se sumergió en el agua. “Las únicas palabras que cruzaron con mi papá fueron: ‘¿Usted es Roque Parejo? y él respondió que sí. No escuché más nada sino unos disparos. Saquearon el almacén, se llevaron dos motores fuera de borda, abanicos, dinero y prendas. Buscaban debajo de las tablas con un foco de mano para ver si había alguien escondido, por eso me quedé bajo el agua hasta las seis de la mañana’.
Aidé Ortega volvió el año pasado a Nueva Venecia. Tenía 11 años y ocho meses de haberse ido. Regresó porque hubo una ceremonia en la que el Ejército y la Policía pidieron a la población que los perdonara por no haber acudido a tiempo en su ayuda. Olga, hija de Roque y Aidé, dice que apenas los paramilitares irrumpieron en el pueblo ella llamó a su hermano Manuel Santiago, quien vivía en Barranquilla. Manuel llamó a la Brigada, a la Infantería de Marina, a la Policía, a todos los organismos de seguridad y nadie le prestó atención. Manuel presentó una demanda contra el Ministerio de Defensa y el Consejo de Estado falló a favor de indemnizar a la familia Parejo por la muerte de su padre Roque Jacinto. Manuel fue asesinado en 2003 y no alcanzó a conocer el fallo.
Los habitantes de Nueva Venecia aceptaron el perdón, pero se preguntan con dolor cómo es posible que las lanchas hubieran pasado por las narices de la Infantería y la Brigada en Barranquilla, y después regresaran como si nada. Llegaron primero los periodistas que el Ejército y la Policía. Aidé dijo públicamente que ella no podía perdonar lo que le hicieron a su familia porque lo que ocurrió no lo podrán olvidar nunca.
Al día de hoy, más de 12 años después de la masacre, los habitantes de Nueva Venecia solo han recibido ese perdón tardío. Aparte del fallo del Consejo de Estado, ninguna otra forma de reparación les ha sido otorgada.
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